miércoles, 18 de enero de 2023

La realidad es el motivo


La realidad del universo, la naturaleza de las cosas, afirmaba Lucrecio hace casi veintidós siglos, consiste en átomos y vacío y nada más. Llegamos a la existencia, continúa, igual que llegaron todas las demás cosas, como consecuencia de una vasta cadena de experimentos casuales. Y en esa sucesión ininterrumpida cabe desplegar destellos de luz, como insinúa el filósofo romano, para atenuar el desconcierto que provoca la enfermedad cuando aparece y se deja notar, asunto, además, fundamental y candente en la literatura.

La protagonista de El sótano (Anagrama, 2023) recala en ese ámbito anómalo de la enfermedad acudiendo a su desafío, rastreando en el amplio soporte existencial que Lucrecio desplegó en De rerum natura, un libro amigo para ella en el recorrido físico, anímico e indagatorio de su propio ser y circunstancias: “La enfermedad había hecho posible que me concibiera al margen del sistema, había reafirmado en mí el rechazo al estado del mundo y el deseo de ir por libre”. Podemos reconocer en ella la voz de su autora, recientemente fallecida, Begoña Huertas (Gijón, 1965-Madrid, 2022) y, cómo no, ese binomio representado por la literatura y la enfermedad, como la puesta en común de asuntos universales que nos competen a todos.

En su anterior libro, El desconcierto (2017), un testimonio conmovedor tras dos años de lucha con su enfermedad, nacido desde la experiencia del dolor, su impacto y parálisis, pero, también, nacido desde las entrañas de la literatura, decía Huertas lo siguiente: “Este es un texto inesperado, que no contaba con escribir. Pero de repente me encuentro haciendo literatura, es decir, intentando poner orden donde no lo hay”. Es ese mismo pálpito el que se vislumbra en esta novela de ahora, que nace póstuma, una reflexión incisiva en torno al propio cuerpo que nos constituye y quiere vivir: “un yo hecho de cosas, de objetos que, como prótesis, nos sostienen, nos refuerzan, nos constituyen”.

Más que el deambular de una mujer en crisis existencial por una enfermedad, la novela transita por la desazón de una mujer que ingresa en una clínica de lujo para atemperar su inquietud y curarse de la dolencia que arrastra. “De todas las preguntas que me hago sobre mi estancia en la clínica, la más desconcertante y a la que le doy más vueltas es por qué llegué allí. Y sin embargo tal vez es la que tiene la respuesta más simple”, confiesa la protagonista. Da cuenta más adelante que ha releído la novela El proceso, de Kafka, y concluye que: “La enfermedad, como el proceso, te cambia la vida pero te obliga a seguir igual, como si no pasara nada... Usted está detenido –o enfermo–, cierto, pero eso no le impide cumplir con sus obligaciones. Debe seguir su vida normal. Es la parte más cruel”.

Sigue desvelándonos más lecturas y, especialmente, cómo se las apaña en compañía del resto de pacientes con quienes alterna conversaciones y paseos, comidas y confidencias, de manera natural, sin ninguna intención calculada: “Todos parecíamos compartir la ilusión de estar allí por voluntad propia, como si no hubiera sido una enfermedad, o un terroríficamente impuesto, lo que nos había conducido a aquel lugar, sino nuestra libertad para elegir”. Todos ellos provistos de un ánimo puesto en el tratamiento lánguido de una curación que se demora en llegar. Por eso mismo, porque “el cuerpo no es pasivo ante lo que se le pone delante”, decide poner punto final a todo esto y marcharse, ante el desgaste continuado de su dolencia.


Si la clínica era un universo aparte en el que cada paciente buscaba su órbita de cura, para nuestra narradora, esa experiencia le había servido, sobre todo, de pulsión interior, de toma de conciencia, de saber que nada vivo es inmune al paso del tiempo y a su estropicio. El sótano indaga en ello, en lo que somos, pero más aún en ese tic tac o pulso que nos impele a seguir vivos, como es el deseo de la protagonista: “Porque aunque yo transija, al fin, y acepte lo oscuro, no me siento cómoda transmitiendo esa oscuridad a mi alrededor. Después de todo, quiero hacerme entender.”

El sótano es una novela que nos sumerge en una atmósfera turbadora que araña y nos interpela, un relato de fascinante incertidumbre escrito con muy buenas hechuras y que destila, a su vez, mucha literatura. Y lo consigue de una manera implacable. Aquí, además, hay destellos filosóficos y sentido moral al son de la enfermedad y su atávica intemperie. En este libro aparece de nuevo Begoña Huertas, dando lumbre a los designios literarios que llevó tan a gala como escritora hasta sus últimos días, para mostrarnos admirablemente las confluencias entre la literatura y la vida, y viceversa, si es que no es más.


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