Este cultivo que capto como lector, por su brevedad, toque lírico y filosófico, me reconforta tanto, que siento su necesidad y cercanía muchas veces a lo largo del tiempo. No concibo las resonancias del mundo, ni lo que sucede a mi alrededor sin los resortes de estas breverías. Por eso mismo, acudo con asiduidad y gratitud a los libros de aforismos, como un ejercicio propicio de pensar, de entender y de considerar la vida, de acercarme y meterme en su sustancia, un ser y un estar, con lápiz afilado en mano, para subrayar o poner un signo de interrogación a lo leído. Yo no leo aforismos para escapar del mundo, ni mucho menos para sustituirlo por otro hecho a la medida de mis deseos. Yo leo aforismos para estar más en consonancia con la realidad de afuera, con lo ajeno, aunque también los leo movido por una necesidad de belleza, de extrañeza y discernimiento.
Por todas estas conjeturas, veredas y orillas me he dejado llevar leyendo Un viento propicio (Apeadero de Aforistas, 2024), el primer libro de aforismos de Javier Recas (Madrid, 1961), filósofo y pintor que cuenta en su haber con importantes ensayos sobre el aforismo, entre los que destacan Relámpagos de lucidez. El arte del aforismo (2014) y El arte de la levedad. Filosofía del aforismo (2021), dos libros amenos y fecundos sobre la pujanza y fascinación por el arte de la escritura aforística. Me considero siempre indulgente con los libros de aforismos, pero no condescendiente. Y lo recalco, porque considero que escribir un buen libro de aforismos no está al alcance de cualquiera. No solo se precisa talento y mesura, sino que el escritor, además, sea persuasivo para el lector. Recas reúne un buen ramillete de aforismos para entendérselas bien con el lector y, de paso, hacerle repensar.
Un viento propicio discurre también, como bien subraya en la introducción del libro el poeta y aforista José Luis Morante, «por sendas interrogativas, secuenciadas en puntos de apoyo autónomos, en depuradas preocupaciones», como así se vislumbra en estos aforismos: “Ni siquiera nuestro pasado está resguardado de mudanzas”; “Quien mata el tiempo desperdicia su única munición”; “Mirar es pasear hacia adentro”; ¿Y si no somos comprendidos?... de todos modos, nunca podremos saberlo”. En sus casi trescientas sentencias despunta el profundo carácter vivencial de muchas de ellas, así como su renovada manera de mirar las cosas del mundo. En su forma de expresión resalta la contención y el pliegue verbal para reparar en cualquier complicidad, como se aprecia en estos aforismos: “En el amor, los gestos acaban imponiéndose al guion”; “Compartir una idea es reconocerse en otro”; “A la buena amistad le sientan bien los años”.
El libro en sí es un compendio filosófico con cierto aire de desenfado y perplejidad. Estructurado en ocho partes, ilustradas con fotografías de Davido Prieto, en el que aglutina observaciones, espejos donde mirarse, destellos de verdad poética y asombros que procuran “trazar el rostro del mundo”, como así afirma el propio autor en los prolegómenos de su manuscrito, aforismos “que no son otra cosa que pensamientos dibujados a mano alzada”. No es casual que encuentre el lector en algunos de ellos algo que acabe importunándole, aunque son muchos más los que interpelan. Vayan estos como muestras: “Todo pedestal tiene su base en el suelo”. También se prestan algunos a tener en cuenta que lo que no se ve cuenta mucho: “En la vida, como en el teatro, hay reveladoras escenas en la tramoya”. Incluso, otros ponen su punto focal en el yo consciente y existencial de puertas adentro: “Para encontrarse a uno mismo, a veces, hace falta perderse”; “El silencio no es mudo, siempre nos interpela”.
Un viento propicio es otro buen libro de aforismos para vampirizar su sangre, regar nuestras lagunas y ensanchar nuestra mente, una colección de asombros y revulsivos que concierne a la realidad cotidiana, y que nos apela a calibrar de cerca “el corazón de las cosas”. Javier Recas nos entrega un corolario jugoso de miniaturas aforísticas que pone en valor su creación, tino y buen hacer en el género, para que el lector se aproxime a sus veredas y orillas y pruebe sus atisbos. Merece la pena.
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