sábado, 6 de abril de 2024

Un extraño resplandor


Al poco de concederle el Premio Nobel de Literatura a Jon Fosse (Haugesund, Noruega, 1959) me propuse acercarme a conocer algo de su obra escrita. Pude comprobar que, desde su debut en 1983, cuenta con más de sesenta piezas literarias publicadas entre teatro, novela, poesía, cuentos infantiles y ensayo. Algunos autores y críticos que han leído gran parte de su extensa producción comparan al escritor noruego con Ibsen o Beckett. Señalan ver en sus textos esa austeridad con la que el propio Ibsen trata las emociones más esenciales de sus personajes, pero destacando que Fosse va más allá, dando voz a lo indecible, con mayor simplicidad lírica y simbólica. Por otro lado, y debido al foco mediático que le ha supuesto el prestigioso galardón, se ha hablado mucho también de su faceta como creyente de la religión católica, en particular, resaltando una expresión proferida por él mismo que, de alguna manera, se ha convertido en una de sus frases distinguidas: “Escribir es como rezar”.

Me decidí a ir, sin más dilaciones, a conocer su escritura, intrigado por esa insinuación lírica y realismo místico del que hablaban. Leí Mañana y tarde (Nórdica/Deconatus, 2023), una novela apasionante en la que lo sencillo y cotidiano provoca una suerte de realidad intensificada, y en la que se dan detalles de una vida, a modo de meditación, acerca de la conciencia de lo que implica estar vivo y la trascendencia de la muerte. Este libro me provocó una intriga creciente, algo parecido a lo que decía Arthur Miller cuando aseveraba que el verdadero drama sucede entre las grietas de lo que acontece. Y en eso, Fosse se empeña con inusitado interés, haciendo uso del silencio, también, como arma expresiva, así como del uso de un lenguaje desnudo por medio de frases austeras, casi sin rebasar la simplicidad coloquial.

Este uso de economía lingüística destaca mucho más aún en la obra que leí a continuación y que ahora traigo a esta bitácora de lecturas. Me refiero a Blancura (Random House, 2023), una novela breve, intensa y desafiante, escrita bajo una aparente simpleza, en la que sus breves atisbos continuados dan cuenta de una corriente narrativa que conduce, mejor dicho, que arrastra a su protagonista hacia algo insondable, hacia un extraño resplandor a través de un paisaje invernal incierto y nada esclarecedor. Jon Fosse nos sitúa en una gélida noche en un bosque nórdico para contarnos una experiencia mística de un hombre solitario del que nada sabemos, ni su nombre ni a qué se dedica, que conduce sin rumbo establecido, hasta que su coche se queda detenido atrapado en la nieve. Tras sus fallidos intentos por salir de aquel atolladero, se baja del mismo vehículo adentrándose en el bosque para pedir ayuda, pero sólo encuentra casas baldías y deshabitadas, sin nadie con la que contar. Consciente de su desamparo y soledad, continúa andando por la nieve, entre el silencio y la oscuridad, “hacia el interior de una nada”, con “un miedo sin angustia”, pero “miedo de verdad”.

Cuando vuelve a su andanza, comienza a escuchar voces. Mientras trata de averiguar de quién se trata, nota que anda aturdido y cansado. Quiere dormir, pero sabe que debe seguir en su intento de buscar salida, tal vez arrepentido por haber dejado el coche. Sin embargo, el hombre persiste en su camino, sin importarle meterse en una extraña espiral de oscuro vacío. Observa que esa nada del entorno es preocupante. Ve la silueta de un desconocido sin rostro que se le acerca caminando, oye su voz y, cerca de este, vislumbra a sus padres sobre la nieve, que también vienen hacia él sumergiéndose en la blancura del bosque: “Pero lo que estaba viendo no podía ser real, así que quizá había empezado a ver visiones”. Con esas sensaciones persiste en esclarecer sus percepciones, sin terminar de encajar que lo que le está pasando no obedece a una verdad entendible que se atenga a lo verosímil, pero que precisa prestar atención para escuchar lo atenuado por el silencio: “Porque es en el silencio donde puede oírse a Dios”.

Blancura es una novela corta, que recala en la conciencia de lo que implica estar vivo, una novela que más bien parece un relato, escrita en un solo párrafo de principio a fin, bajo la traducción de Cristina Gómez-Baggethun y Kirsti Baggethun. Son casi noventa páginas en las que abundan las repeticiones rítmicas de palabras, de frases cortas y de cadencias coloquiales, sin punto y aparte. El libro proclama un lenguaje sencillo, a modo de diálogo interior que busca el entendimiento del vacío envolvente al que se enfrenta su protagonista. De ahí surge su efecto persuasivo. Vemos que en ese estilo es como mejor se expresa Fosse, escribiendo sin enredo, de forma sencilla y directa sobre las cosas importantes: la vida, la soledad, el discurrir de los días, las experiencias sensoriales y la muerte. Su prosa incisiva tiene mucho en común con la del escritor austriaco Thomas Bernhard, pero la del noruego posee más calidez y hondura.


Tras la lectura del libro, uno queda con la sensación de haber sido testigo de una extraña anomalía recurrente en la que su autor deja al lector sin resquicio para que concilie su imaginación con la visión de lo que está ocurriendo, como perplejo ante un compás de espera crucial no exento de trascendencia. En todo caso, lo que es indudable es que la literatura de Jon Fosse se aparta profundamente de cualquier interpretación prosaica, para sumergirnos en la excepcional vivencia creciente de lo insólito, y de ahí nos lleva a entender que cualquier intemperie, y más si en ella se juega uno la vida, pide amparo, atención y resplandor. Confieso que mi interés por su literatura es también fruto de ese resplandor que deseo conservar para seguir leyendo más libros suyos.


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