La obra y vida de Rafael Pérez Estrada (Málaga, 1934 - 2000) se corresponden con el retrato de un escritor cuyo imaginario literario, desde el aforismo, hasta la novela, desde su menudeo vanguardista de aquellos años sesenta, hasta la crónica emotiva de su enfermedad que trasladó en Diario de un tiempo difícil. Podemos afirmar que toda ella irrumpe en el compromiso de un autor con la imaginación, con la belleza, la utopía y, desde luego, con la libertad creativa para acercarnos a la realidad cotidiana y descubrir sus entresijos. El mejor ejemplo de este compromiso veraz y decidido, lo encontramos en sus aforismos. En estas brevedades encuentra un campo abierto, lleno de posibilidades, en el que desarrollar su práctica de la vida, por medio de la frase feliz y el pensamiento incisivo, para convertir su pasión por lo breve en uno de los pilares de su poética.
Le importa mucho a Pérez Estrada destacar que el aforismo es un material expresivo contradictorio, un género propenso a disquisiciones, maleable, que da pie a una etimología donde se hospedan intensiones hondas y juegos verbales, como muestran estos aforismos extraídos del libro: El incienso es el desodorante de la religión; El origen de la niebla está en el pensamiento; Erótica: Todo poro es dilatable; Al planear se hace místico el pájaro; Detrás del espejo, el «otro» intenta desvelarnos el misterio... Por otro lado, encontramos en muchos de ellos ese afán suyo de escritor por contarnos con humor y tino cómo lo que salta a la vista está oculto. En estos tres ejemplos nos percatamos de ello: No se puede salir con las palabras, siempre te comprometen; Lo lógico es el silogismo; lo divertido, el sofisma; Saberse vulnerable es un estado de conciencia infrecuente.
Los aforismos de Pérez Estrada ofrecen una extensa variedad de perspectivas. Invitan a ser leídos, más que con la cabeza y el corazón, como diría Nabokov, «con la espalda, con ese lugar entre los omoplatos donde alguna vez tuvimos alas». Describen desde todos los ángulos y alturas, y someten al lector a una perplejidad de la realidad multiplicada con miradas que se entrecruzan. Le gusta tomar atajos a través de la greguería, como forma espontánea de organizar el lenguaje de su pensamiento, como así muestran estos aforismos suyos: Acuarela es el arte de hacer malabarismos con el arco iris; En el vértigo encuentra su eco el pájaro; El coral sufre de bronquitis; La nube es el alma del algodón.
En resumidas cuentas, este es un libro de abundante luz para hacer un recorrido provechoso por esa amplia parcela de miniaturas que su autor desplegó con tanto tino y gracia, apto, no solo para entusiastas del género, sino, también, para lectores curiosos que andan en busca de atención y lectura de lo escueto.
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