miércoles, 10 de septiembre de 2025

Conductas aparentes


Nada le es ajeno a Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) para esbozar relatos y pasajes en donde el lector también pueda reconocerse. La infancia, el hogar, los primeros escarceos amorosos, la enfermedad, los palos de la vida, la mirada al prójimo, son fuentes de provecho literario para alumbrar el paso del tiempo, para poner valor al tránsito de la vida y reconciliarse con ella misma. Diría también que su mapa narrativo alberga la identidad de un escritor que viene a mostrarnos el imaginario de una época, de un tiempo suyo provisto de reflexiones y matices, pero con la convicción de que la inquietante normalidad que lo rodea es el espacio donde el deseo puede seguir conspirando con el absurdo descarnado de la existencia, mediante la disparidad de conductas y extrañezas domésticas que fulminan, de manera insospechada, la realidad cotidiana.

En otros libros anteriores, Aramburu ya proponía relatos de esta realidad cotidiana aludida, para mostrarnos su paisaje sentimental que fue creciendo en su deambular narrativo y reflejar, a través del entramado de sus historias y de su atención en lo ajeno, un afán interesado por indagar los avatares de la vida, sin apartar la mirada del lugar donde vivimos. Uno sale turbado y conmovido de la lectura de Los peces de la amargura (2006), un estupendo libro de relatos, crónicas y testimonios que a mí como lector me sacudieron, por su intensidad, dramatismo y su fuerza narrativa. También salí un tanto trastabillado de la lectura de El vigilante del fiordo (2011), otro meritorio libro de cuentos, en el que están muy presentes el miedo, el dolor, la convivencia y la catadura moral circundante. No me olvido de Patria (2016), su libro más leído, que lo encumbró más allá de nuestras fronteras, una novela escrita sobre el conflicto vasco, un sólido testimonio literario con personajes verosímiles y potentes, retratados con una audacia narrativa impecable.

Su nuevo libro, Hombre caído (Tusquets, 2025), publicado hace unos meses, deja ver ahora a un Aramburu más pendiente de percutir su mirada narrativa en lo descarnado de la existencia humana, mediante una suerte de realismo, a veces delirante, donde los acontecimientos no obedecen a la naturalidad común, sino que refutan el disparate de lo absurdo y la insensatez de nuestra existencia cuando se somete al escrutinio de una mirada minuciosa que profundiza en la disparidad de la conducta humana y lo que enmascara su naturaleza. Son catorce relatos de diferentes matices que abordan las conductas sorprendentes de sus protagonistas. En el primero de ellos, nos encontramos con una inquietante historia de final sorprendente en la que una mujer anda más ensimismada en fotografiar ardillas que en atender a sus padres enfermos. En el siguiente, bajo el título de La tercera mano, asistimos a una tremenda historia en la que nos revela que la venganza es tan tentadora como esquiva para quienes no son amigos de la violencia, aunque, excepcionalmente, la venganza incite a la rebelión, a ser más expeditivo que la justicia.

En el corazón de todos estos cuentos, hay un trasfondo moral que se transforma en ausencia irreparable y clamorosa, que sobrevuela todo lo que rodea a sus protagonistas. Y así, por ejemplo, la compasión y el horror, la pena y el espanto se dejan ver en Dilema, un relato cautivo al tomar conciencia de que, a veces, la vida nos arrastra ante la disyuntiva de escoger lo conveniente, o la dificultad de elegir por dónde tirar ante una tragedia fortuita. Hay que señalar que Aramburu sortea con brillantez y mucho oficio el peligro de caer en un vano patetismo, llevando el relato por la senda de la contención, sin perder la capacidad de impregnar al lector de empatía y compasión. Así sucede en Combate, un cuento en el que la fortuna también cae del lado del más débil, una historia de lucha tan singular como extraña entre dos púgiles que combaten con una bicicleta alzada entre los brazos para arrojársela al contrincante.

Algunas veces, el humor toma protagonismo, como ocurre en Culo subido, un relato jocoso de una pareja que lleva una vida dispar, con una voz predominante, la de la mujer, que proyecta una vida social de más interés que la que su marido le ofrece en casa, un hombre sujeto, eso sí, a sus órdenes. Otra historia hilarante y curiosa es la que ofrece Última noche de pobre en la que un hombre y una mujer sueñan con ser ricos y orquestan secuestrar a un viejo poseedor, al parecer, de una estimable fortuna oculta. La fechoría tendrá un final sorprendente para ambos, sobrepasados por la pericia del anciano. El protagonista del siguiente cuento, El suicidio de Richi Pardal, uno de los más extensos del libro, prepara su suicidio de forma pública, de manera deliberada, con el objetivo de dar escarnio a sus insatisfacciones personales, familiares y laborales, pero todo se trastoca y queda supeditado a otra posibilidad apenas probable.

También me detengo a mencionar a dos de los relatos más emblemáticos del volumen. Uno narrado en un ambiente de empatía entre vecinos. Me refiero a Klaus, el cuento más largo de la colección en el que se narra la relación solidaria entre dos matrimonios de chalets contiguos cuando se llega a destapar la enfermedad y deterioro de su protagonista, un profesor universitario y lector impenitente, que resulta ser una historia conmovedora. El otro, mucho más breve, pone título al libro. Hombre caído es un cuento que relata el alcance tremendo que el odio acapara, ya sea entre hermanos o, incluso, el propio institucional, capaz de no ayudar, ni mostrar compasión a un viejo hombre caído en la acera, sin saber los motivos.


Fernando Aramburu atesora agudeza y un río de buenos relatos en Hombre caído, un libro que explora la compleja y, a menudo, oscura naturaleza humana, valiéndose de la cotidianidad urbana como telón de fondo, historias diversas que combinan el realismo con toques surrealistas, abordando temas como la soledad, las rivalidades, los secretos inconfesables y las contradicciones del ser humano. Por medio de una prosa elegante, precisa e incisiva, Aramburu recrea situaciones y conductas que, pese a su dureza y crueldad aparente, también desparrama momentos de compasión, humor y empatía.