viernes, 24 de octubre de 2025

Escribir para responder


La literatura tiene mucho que ver con este aserto. Porque responder es ponerse a escribir y estar dispuesto a oír voces. Por eso mismo, conviene tener presente que la literatura se aprende también desde el oído. Por otro lado, tiene que ver bastante con el reconocimiento de los demás o de la propia soledad, territorio íntimo donde se fragua lo que podemos hacer, lo que podemos ser, lo que deseamos y lo que no. La vida reflejada en los libros viene a ser esa referencia inexcusable e inasible del mundo que nos rodea, esa mirada que se engancha con todo lo que surge alrededor de quien la protagoniza, estableciendo un diálogo, silencioso muchas veces, pero en el que se traduce siempre el sombro y la lectura de lo que somos, de lo sabido, de lo aprendido con los años, de lo insólito y de las muchas respuestas no dadas.

Escribir es siempre un ejercicio de incertidumbre. Algo a lo que todo escritor, de forma inevitable, se enfrenta con cada frase que va apareciendo en el espacio en el que escribe. La literatura y la vida, y viceversa, van así de la mano, expuestas la una con la otra para ser interpeladas. La escritura de Jordi Doce (Gijón, 1967), poeta, ensayista, crítico y traductor, encarna todo ese ejercicio vital sentido por la literatura y la vida que, para él, tiene que ver con conectar con cierta longitud de onda que emana de uno mismo. Y a este respecto, matiza, como deja escrito en Perros en la playa (2011), un extraordinario libro de notas, apuntes y aforismos, que, además, “hay que apartarse un poco del yo y orientar la antena en su dirección. Por eso el que escribe no es yo, sino quien le escucha, y por eso lo escrito no es el relato del yo, sino del otro, de ese que lo transcribe, que escribe al dictado en medio del tumulto cotidiano. Y, por si fuera poco, resulta que ese no siempre es el mismo”.

Y a todo esto, en su nuevo libro, La insistencia (Pre-Textos, 2025), el poeta viene a decirnos el que la vida corre y vuela, con sus contrariedades pequeñas, medianas y realmente grandes, las que suceden cada hora, cada día de la semana, con sus esperanzas e incidentes, pobladas de sorprendentes conjuros, paradojas y espacios vacíos: “Los descampados de la mente. Los conozco muy bien. Ya pasaba por ellos cada día rumbo al colegio”, escribe. Doce escoge un formato literario misceláneo de textos discontinuos, muy propio de su quehacer literario, de líneas o párrafos sueltos y arropados por espacios en blanco que invitan a que cada cual lo reinterprete o amplíe. Su libro es un semillero de pensamientos que promueve una escritura en la que el contenido y el lenguaje utilizado para expresarlo forman una unidad inseparable de la realidad y del mundo, pero advirtiéndonos de que “la actualidad es una trampa; se sale de ella a fuerza de presente”.

El autor presenta un cuaderno de notas escrito entre marzo de 2022 a marzo de 2024, en el que traza, además, un hilo de supervivencia que le mantuvo en lucha durante dos años de ventisca personal. Todo el libro responde a un trabajo de escritura, convertido en cuaderno de campo, en reflexiones ensayísticas, notas sueltas y aforismos, sin ningún tipo de jerarquías, que le hizo compañía durante un periodo difícil, convertido, a su vez, en una necesidad de rebeldía, de búsqueda de respuestas desde lo más íntimo, casi desde la oscuridad, según vamos leyendo, como un mecanismo de protección y de desacato ante contratiempos vitales y de vacío al que alude sutilmente en la nota final del libro. Así lo comparte, como destino y aprendizaje en este aforismo tan luminoso: “A estas alturas del camino, lo que no se hace esperar nos da esperanza”.

Sin embargo, La insistencia de Jordi Doce deriva por sí misma hacia otros reclamos, a modo de revoltijo fragmentario del día a día, bajo ese saber mirar, de estar en el mundo que distingue al poeta, como resistir a los temporales de la vida, sobreponerse al dolor que causan y escribir, como contrapunto, consciente, en busca de respuestas frente a lo indecible. El libro se implica también en ofrecer una mirada más amplia sobre otras cuestiones importantes del momento que vivimos: el ecocidio, el nuevo orden tecnofeudal establecido, la defensa necesaria de la libertad individual ante los excesos del poder, el pensamiento crítico y otros temas, como la importancia de los libros, la soledad, la épica de asumir que “vivir es ir acumulando territorios vedados”.

Las claves de este jugoso libro se encuentran en la propia vida, en la mirada sencilla, pero disidente que arremete sobre lo sentido y lo vivido para asumir que los elementos esenciales de la vida cotidiana de cualquiera pasa inexorablemente por lo aprehendido, por la experiencia, y, todo esto, supone vivirla bajo una cosmovisión personal de afectos, vislumbres y entereza. Aquí también se citan mucha lecturas, aunque sobresale la antorcha luminosa de El Quijote por encima de todas. Otros artistas recalan igualmente y se dejan ver entre sus páginas como Alejandra Pizarnik, Hannah Arendt, Cavafis, George Steiner, Antonio Gamoneda, Edward Said, Robert Graves, Tsvietáieva, William Blake o W. B. Yeats, afilando lo que el poeta expresa y trata de decirnos.


La insistencia es un libro impregnado de luces y silencios, en el cual escritura y vida se arremeten, apelan entre sí, un libro que se lee a sorbos, una lectura que nos lleva sin rumbo cierto, pero con tanteos y reflexiones que aspiran a explicarnos o a entrever esa red de sentido que hay detrás de las apariencias, un paseo circular sobre lo que conforma el día a día de nuestras vidas, sujeto a los vaivenes de las luces y sombras del destino, del paso del tiempo de nuestro ser, de nuestro estar en el tiempo. Podría sintetizar la lectura de este admirable libro de Jordi Doce en los mismos términos que hace de su lectura el poeta León Molina, y así lo hago y subrayo: “Inteligencia y sensibilidad unida a la finura del pensador y poeta, expresado en un lenguaje diáfano, fluido y elegante”. Un libro, en definitiva, de vuelo filosófico que dice mucho sobre la insistencia en vivir.


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