En su estreno literario, Luisa Máñez (Valencia, 1979) explora esta idea clásica de destino y fatalidad por medio de un relato duro y lacerante, en el que campea de forma imparable la adversidad de los designios de una estirpe familiar. Escicha (Talentura, 2025) es una novela en la que los seres que la habitan zamarrean sin pausa sus desdichas desatadas, con violencia, presos de sus infortunios y enojos. Cada personaje que por aquí transita muestra su cono de sombra reconocible. Precisamente, uno de los mayores poderes de la literatura consiste en mostrar esa capacidad de percibir las negruras y desafíos que copan el vivir de los personajes que pueblan sus páginas. Aquí se atisba con silencios, con imágenes, con arrebatos y dolor.
En esta historia tan cruda y terrible, “en una aldea de la que se fueron hasta los perros”, dentro de un cortijo perdido de La Mancha denominado El Agua Vieja, la venganza y la inquina no cesan. Aquí no se concibe la vida que vive su gente si no llevan a cabo su andanza de desquite, gestada desde la propia alcoba. Ese lugar imaginario por donde transcurre la novela es más un viento que sopla calamidad que una tierra prometida, un viento trasnochado que exaspera las turbulencias de quienes habitan la intimidad de sus cuartos y les obligan a sopesar un fatalismo presentido. El pulso narrativo que Luisa Máñez imprime a su prosa seca y punzante va imponiendo la deriva y el desenlace trágico de su trama afilada en arrojo, fuerza y violencia, conforme a la verdad poética de lucha y supervivencia que esgrime.
Graciana y Severo son protagonistas de sus infortunios y miserias. Por estas tierras la desdicha es pronunciada “escicha”, como si el lugareño escupiera un mal ajeno. En ambos personajes hay desesperación, refriegas y padecimientos que dejan a la intemperie su inquina. Esta anomalía da impulso al hecho narrativo de empujarlos de un lado para otro. Cada uno involucrado hasta que el destino cumpla su fatídica tarea. Graciana, a su vez, lidia con los cabos sueltos de los demás, es quien aglutina ese sometimiento explícito al patriarcado, que tiene marcado como mujer, un dominio amargo al que, con arrojo, se enfrenta. Su rebeldía también funciona como canal de otras voces de antaño y como una fuerza instintiva de liberación, mediante la que visibiliza lo indecible y misterioso: “Fui una muchacha solitaria y tímida: mi madre me inculcó ese carácter esquivo y frío para que nadie pudiera descubrir mi secreto”, confiesa.
Esta novela breve e intensa de Luisa Máñez es un debut sorprendente, que refleja la inquietud, ambigüedad y circunstancias difíciles por las que atraviesan los personajes que la habitan. Porque de lo que trata no es más que de la lucha por la vida de cada uno de ellos. Escicha es una meritoria apuesta literaria que trata de poner voz a personas atrapadas en una existencia hostil e incierta, una historia dura y lacerante que la autora parece haber sacado con punta afilada de su imaginario, un relato, en definitiva, de fatalidad ininterrumpida que araña las tripas.


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