miércoles, 7 de enero de 2015

Una travesía enigmática


“No tengo ningún problema con la lectura. Tengo un problema con los libros”. Con esta aclaración en los primeros compases de su relato, Agnès Desarthe (París, 1966) confiesa su compleja experiencia lectora y su relación con el universo literario en Cómo aprendí a leer (Periférica, 2014), un texto cautivador que invita a reflexionar sobre la educación, la cultura y los cánones literarios. Desarthe, escritora y traductora, narra su travesía lectora en un relato autobiográfico, impregnado de sinceridad y encuentros con los libros, sin establecer diferencia entre ficción y realidad, ni jerarquía alguna. Para la autora francesa, la literatura no solo anula las fronteras de géneros, sino que además ayuda a franquearlas.

Cómo aprendí a leer tiene como destinatario el lector que aún está fuera de la órbita de los convencidos, que dormita todavía y espera ser seducido para entrar en el mundo fascinante de los libros. Con un tono sencillo y nada petulante, Agnès desvela cómo, siendo niña, soñaba con las historias oídas en casa y seguía ajena al vínculo de los libros, un eslabón que permanecía extraño a sus intereses. Agnès, que procedía de estirpe libanesa y rusa, fue una escritora que experimentó un tránsito por los libros muy peculiar y esforzado. Hija del exilio, tuvo dificultades de adaptación a la lengua francesa y a sus maestros literarios, como Flaubert o Balzac. Sin embargo, le seducía Camus y Duras además de otros autores extranjeros, especialmente Faulkner y Dostoievski, dos de los autores que más huellas le dejaron. Pero el descubrimiento de Isaac Bashevis Singer fue una bendición, un hallazgo que le provocó un entusiasmo desmedido y apasionado por las letras. Singer rompió su reticencia lectora y, a partir de él, leía de todo de manera compulsiva. Este impulso la llevó a consagrarse como traductora profesional de las obras de Virginia Woolf y Cynthia Ozick, como si de una orden religiosa hablaramos, con absoluta vocación, convencida que quien se dedica a la traducción acoge el alma del autor, una experiencia excitante que la llevó a sentir que la letra impresa sería su vínculo vital, el instrumento imprescindible para su memoria.

Agnès Desarthe había esperado demasiado tiempo a tener la revelación que ansiaba, aquella que ya se vislumbraba en sus primeros escarceos literarios: encontrar en los libros aquello fuera de lo cotidiano, lo que trascendía. Antes de recalar en los clásicos, la joven escritora deambuló por la novela negra leyendo a Chester Himes, Chandler y Hammett, autores de un género que le mantenía el suspense y el fervor continuado. Después cayó arrebatada por la literatura de Jacques Prèvert, un autor que la catapultó a Racine, Rimbaud y Baudelaire. Volvió de nuevo a Madame Bovary, un libro que se le atragantó de jovencita y, posteriormente, se embelesó con El guardián entre el centeno de J.D. Salinger, hasta el gran fogonazo de El ruido y la furia de su admirado William Faulkner.

Cómo aprendí a leer es un libro alentador, un híbrido entre novela y ensayo, narrado en clave autobiográfica sobre la transformación experimentada por Agnès Desarthe de lectora abúlica en una letraherida voraz e impenitente. Llegar hasta aquí, a esta meta enigmática, ha sido un trayecto árduo y emancipador, un placer impensable e inmenso desvelado por la escritora parisina de la manera más simple y llana, un logro que viene a constatar que no existen personas que no leen, sino personas que todavía no han encontrado la estela que les lleve al increíble jardín secreto que es la lectura.

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