Diría
que el cuento es el género literario que siempre me ha cautivado, en
cualquier época de mi vida. Desde niño me sedujeron los cuentos de
los hermanos Grimm.
Ellos me abrieron el mundo alucinante del relato breve y ya no dejé
de leer sus cuentos completos. Más tarde aparecieron los grandes del
género: Poe,
Flaubert, Maupassant,
Chejov, Kakfa,
Hemingway, Cortazar,
Borges... Con ellos
descubrí nuevas probabilidades y goces en el cuento; la lógica del
absurdo, la habilidad técnica, el arte de lo no dicho, el asombro,
la eficacia del diálogo, la paradoja y la fantasía. Estas lecturas
y muchas otras me hicieron tomar al cuento como espejo de vida,
reflejo del mundo en que vivo y una forma envolvente de amar la
literatura.
En
esta búsqueda permanente de nuevas voces que transitan por esta
senda, el último feliz hallazgo lo descubrí en la pasada Feria del
Libro de Madrid en la caseta del FNAC. Mientras hojeaba las novedades
expuestas, pegué la oreja a la conversación emotiva entre una
visitante y la empleada de la librería sobre el pequeño ejemplar
que sostenía entre sus manos, escrito por un peruano escasamente
conocido, su primera publicación en nuestro país. Adquirí La
mujer ajena (Candaya, 2015)
llevado por la curiosidad del diálogo entusiasta que presencié
entre aquellas jóvenes a las que calificaría de lectoras
consumadas.
Ramón
Bueno Tizón (Lima,
1973) reúne en La mujer ajena
once historias cotidianas que hablan de las obsesiones rezagadas e
inalcanzables de unos personajes dispares que tienen en común sentirse
incompletos, son hombres deseosos de acercar sus vidas efímeras a
mujeres que parecen distantes. El escritor limeño nos ofrece un
variado panel de seres, mayormente varones perdedores, carentes de
calor humano, que sustituyen sus carencias amorosas y su marginalidad
con escaso éxito en el sexo contrario, tan huidizo como ajeno a sus
verdaderos deseos. El libro arranca con Nacimiento,
un relato conmovedor, triste y pálido que recrea el montaje de un
nacimiento navideño llevado a cabo por un niño y una adolescente
expuestos al derrumbe familiar y al deterioro de un país azotado por
atentados, apagones y miedos. En El
almuerzo asistimos al
relato más breve de la colección, una historia de pesadillas
provenientes de las infidelidades de un hombre promiscuo. Después
viene Philippe y los
náufragos, un mundo de
perdedores en donde la música y la bebida se aúnan para paliar las
derrotas. En el cuarto relato, Los
duros, el narrador nos
traslada a un municipio de Colombia cercano a Medellín para asistir
a los ambientes marginales donde la violencia, el sexo y la muerte
están a distancias similares. El relato número siete, Weininger
y yo, es un pequeño
homenaje al filósofo y escritor rumano Cioran
al que otorga el descubrimiento de los burdeles y las putas como
liberación de la atadura insufrible de la mujer. La
princesa china y María
Ozawa son también dos
excelentes narraciones, la primera transita por los deseos carnales
de hombres inseguros y vulnerables afanados en los encantos de las
entrepiernas de las incitantes jóvenes, y en la otra historia, el
autor se adentra en el conflicto de los inmigrantes latinos, cuyos
miedos y zozobras se reflejarán a través del personaje de una
actriz porno japonesa, como contrapunto a sus amarguras y deseos.
Todos
estos relatos tienen un final, pero no todos se concretan en una
resolución cerrada. Bueno Tizón
acude a esta técnica de finales abiertos que, a mi juicio, son más
potentes, precisamente cuando el final es un verdadero misterio, un
secreto repartido a partes iguales entre el autor y el lector, en vez
de presentarnos un resultado concluyente. En cualquier caso, no
estaría de más tener en consideración la observación del escritor
argentino Ricardo Piglia
al respecto: “los finales son formas de hallarle sentido a la
experiencia”. Bueno Tizón,
con un estilo íntimo y afinado, crea la sensación en el lector de
que el narrador es un confidente que aguarda su complicidad, pero
también, utiliza y gestiona su narrativa breve bajo ese ángulo
vital de la cotidianidad y la experiencia de su entorno con dos
procedimientos decisivos en la poética del cuento: la elipsis y la
síntesis. Por eso se esmera en trazar las sugerencias necesarias en
cada una de sus historias para fortalecer la parte visible del texto.
En
definitiva, La mujer ajena es
un libro recomendable, que no deja indiferente al lector ante la
perplejidad de lo que acontece ante sus ojos: el enfoque de la
sexualidad de muchas personas incapaces de entablar una relación de
pareja gratificante y plena. Ramón
Bueno Tizón
se adentra en ese conflicto y explora con maestría narrativa esa
otra sexualidad, cargada de obsesiones y resentimientos, tan
desbocada por instintos amargos.
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