Sin duda, la enfermedad es una catástrofe y un infortunio, peor aún,
si no tienes a tu alcance unas manos compasivas en las que acogerte.
Sobrevivir o no a un cáncer depende de multitud de factores, incluso
responde a un algoritmo complejo en el que la acción humana resulta
ser solo una variable más entre otras muchas. El cáncer coloca al
enfermo en un territorio frágil y desconocido, sin mapa ni brújula
que, según testimonio de algunos de ellos, les abre las puertas a la
insensatez y a la necedad de sentirse injustamente excepcionales:
¿por qué yo?
De
esto y de mucho más trata Mi cuerpo también,
de la catalana Raquel
Taranilla
(Barcelona, 1981), licenciada en Derecho y doctora en Filología
Hispánica, un libro en el que, de entrada, conviene destacar la
extrema concisión de su prosa, tan valiente y penetrante, con la que
sugiere al lector el valor extraordinario de la literatura, sobre
todo, cuando esta se funde con el testimonio verdadero del escritor
que no precisa acudir a los artificios sentimentales para
conmovernos. Lo que se dice en ese relato y lo que queda latente, se
conjuga, de tal manera, que los miedos, las incertidumbres y las
dudas existenciales narradas en esta historia personal, nada le resta
a la lucha emprendida por su protagonista, desde la conciencia y la
serenidad de sentirse vulnerable ante un maleficio inesperado y
amargo al que deberá combatir con dignidad. En ese sentido, el
silencio del paciente se libera para hacer valer su voz en medio de
todo ese protocolo médico puesto en marcha, y al que se somete al
enfermo, de manera implacable, sine
die.
De ahí que el sentido profundo del título escogido transite, además
del lado del tratamiento médico establecido en la clínica, por un
derrotero poco común como es reivindicar que ese cuerpo
protocolizado también le pertenece al enfermo y que su voz, por
tanto, es tan legítima, como la de los expertos sanitarios. Una voz
enferma, pero lúcida, que anhela ser curada, sin épica, y que
quiere participar en la gestión de su enfermedad y de su liberación.
Mi cuerpo también (Los libros del lince, 2105)
no es un texto de autoayuda, ni un relato de superación sobre el
cáncer, sino una propuesta, lejos de toda moraleja al uso, que se
propone ser un trabajo veraz y riguroso, equiparable al del historial
clínico, una especie de manifiesto político, en el sentido más
amplio del término, donde se cuenta un recorrido vital que deambula
por el espinoso camino del diagnóstico de la enfermedad, su terapia
y los mitos que envuelven la maldición de esta palabra áspera y
negra que es el cáncer. “Es evidente –subraya la autora en una
extensa conversación con Fernando
Clemont
en la revista Quimera–
que mi texto bebe de otros textos sobre el cáncer, como el de Susan
Sontag
(La enfermedad y sus metáforas)
y el de Audre Lorde
(Los diarios del cáncer),
entre algunos otros...”
Desde
la experiencia del dolor, Raquel
Taranilla
conforma este relato de su historia personal, evocando a poetas,
filósofos y escritores, empujada a desmitificar la enfermedad y,
especialmente, el culto exacerbado al cuerpo, acentuando que la salud
es solo una pura presunción. Nadie está protegido contra cualquier
accidente genético y, mucho menos, puede sentirse extraño ante una
inesperada enfermedad. Lo mismo que surgen los conflictos, la
violencia social o las dudas existenciales, todos enfermamos de un
modo imprevisto. Nadie se libra de ello y, por eso, conviene dejar
claro que “lo que le pasa a uno –insiste la joven escritora– no
es excepcional”, sino un episodio más de esa fragilidad que supone
vivir rodeados de peligros invisibles que nos acechan cada día.
Nada
coarta la voluntad de Taranilla,
ni siquiera haber sorteado una grave enfermedad, para que se implique
hasta la extenuación, escribiendo un relato tan potente y crudo como
este, al que también podríamos calificarlo de crónica adversa,
testimonio íntimo o ensayo riguroso; en definitiva, una reflexión
crítica y profunda sobre la enfermedad desde diferentes ámbitos:
los profesionales sanitarios, los medicamentos, la ciencia, la
sociedad, la enfermedad y, por supuesto, el enfermo.
Resumiendo,
Mi cuerpo también es
un texto singular que posee las claves necesarias para entender el
discurso actual y verdadero sobre el cáncer, un libro inteligente y
nada piadoso que, además, está muy bien escrito.
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