En
una reciente entrevista, César Aira
afirmaba que, como lector, todo sirve: lo bueno para disfrutar, lo
malo para aprender. No hay nada más propicio y nada más acorde con
las palabras del escritor argentino que la novela que traemos hoy a
esta bitácora. A veces los lectores nos encontramos con libros que
relatan las vicisitudes de sus personajes con una mirada compasiva,
sin resentimientos, que están a favor de los inocentes y débiles,
con respeto a la libertad y, a la vez, con su buena dosis de humor.
Cuando esto ocurre, obra el milagro de la literatura, que no es otro
que conmovernos. Que la lectura espolea al lector, es algo repetido y
valorado por todos, pero aquellas que nos transportan a vivir en
plenitud otras vidas y redescubrir las andanzas y vivencias que los
autores proponen a través de sus personajes, en verdad, son las que
nos ayudan a sobrellevar de mejor manera nuestra efímera
existencia.
János Székely
(Budapest, 1901 – Berlín, 1958) es uno de esos escritores afines a
esa magia que, además, nos advierte que la inteligencia, como se
demuestra con la lectura de este libro, es una cualidad demasiado
sobrevalorada. Tras la convulsión y descomposición del Imperio
Austro-Húngaro, el joven Székely
se instaló en Berlín donde no le costó demasiado abrirse paso como
escritor y, en 1926, tuvo la ansiada oportunidad de incorporarse como
guionista a la industria cinematográfica. Su talento traspasó las
fronteras europeas y Ernst Lubitsch
le propuso cruzar el Atlántico y marchar a Estados Unidos para
adaptar al cine una de sus piezas teatrales. Allí tendría ocasión
de vincular su nombre, como guionista, a varias buenas películas. En
1940, obtuvo el Oscar al mejor guión por Arise,
my love,
basado en una de sus obras teatrales. Ese mismo año
publicó Los infortunios de Svoboda
desde su exilio americano, una magistral alegoría sobre la invasión
nazi que tuvo lugar en marzo de 1939. El escenario de la novela, en
esta ocasión, no es otro que un insignificante pueblo checoslovaco
donde nunca sucede nada y vive un mozo de la estación de ferrocarril
tan bonachón, como idiota, llamado Svoboda.
La
editorial Impedimenta
recupera este texto breve y satírico de Székely,
impecablemente traducido por Magdalena Palmer y
cuenta, a su vez, con un estupendo prólogo a cargo del escritor
Pablo d'Ors que
destaca la claridad narrativa
del autor magiar y la intensidad emocional, rica en matices, de todos
sus personajes.
La
trama desplegada en esta hermosa novela, donde se compagina la sátira
con la ternura, contiene sucesos extraños y absurdos que conectan
unos con otros, de manera que el lector avanza por sus catorce
episodios llevado de manera ininterrumpida a un desenlace épico que
culmina de forma brillante, sin ningún artificio efectista, solo con
la audacia de colocar cada palabra al servicio de la propia acción
narrativa. El pobre Svoboda, un nombre que
en checo significa “libertad”, es un ser solitario y obsesivo que
vive en los andenes de la estación del pueblo, incapaz
de molestar a una hormiga, se pone al frente de una situación
extraña para él, que, sin proponérselo, le convertirá en un héroe
defensor de su dignidad pisoteada, un verdadero e insignificante
ciudadano europeo que reclama sus pertenencias en un momento
histórico de impunidad, sometimiento y aniquilación.
Los infortunios de
Svoboda
es todo un alegato antibelicista, una historia audaz y divertida, muy
bien pertrechada, que complace al lector, aunque el trasfondo del
asunto sea una farsa negra sobre el valor de la dignidad humana, por
donde transitan muchos cobardes y, excepcionalmente, algún ser
ingenuo y bobo, como el memorable protagonista de esta bonita gesta,
que no teme enfrentarse al invasor.
Székely,
con una prosa ágil, sencilla y de humor fino, evidencia que en
la vida nunca faltan los conflictos, ni siquiera se salvan de ellos
los simplones e inocentes, como le ocurre al admirable grandullón de
este relato que recuerda a Las aventuras del buen
soldado Sveijk,
pero Svoboda es más entrañable y aguerrido. [Reseña núm. 230]
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