En
el Babelia
del pasado sábado, el gran gurú de la lectura Alberto
Manguel decía, al inicio de su
reseña, esto que suscribo en su totalidad: “Quizás porque la
lectura es una actividad íntima y solitaria, el lector siente,
después de cerrar un libro que le ha gustado, la necesidad de
contarle a otro su experiencia”. Desde luego, de ese impulso
irresistible aludido por el escritor argentino, doy cuenta al acabar
la agitada lectura de Setecientos millones de
rinocerontes (Alfaguara,
2015), y es que en esta novela sí he encontrado suficientes líneas,
párrafos y argumentos merecedores de la atención que comporta un
libro como este, tan sorprendente, no solo por su forma de contarnos
la algarabía encerrada entre sus páginas, sino por lo excepcional
de su entramado narrativo que, no tengo dudas, llamará igualmente la
atención al futuro lector que se atreva con esta singular obra, un
tanto delirante y, más que nada, reivindicativa en su totalidad.
No
es verdad que la literatura se deba solo a sí misma, carecería de
interés si no tuviera en cuenta la realidad, el mundo que retrata y
los conflictos que rodean la vida de sus personajes o las del propio
narrador que sostiene la historia. Manuel Vilas
(Barbastro, Huesca, 1962) lo sabe muy bien y es capaz de conectar con
el lector con un artefacto literario, entre la novela, el ensayo y el
reportaje, para mostrarnos su universo por el que deambulan sus
protagonistas, esos rinocerontes aturdidos, solitarios y enigmáticos
que representan a tantos millones de seres trastornados y estresados
como en realidad nos sentimos nosotros, los humanos.
En
apenas doscientas cincuenta páginas, Vilas
nos resume su apuesta existencial, esa que conduce a temas tangibles
y reales como el envejecimiento, el amor, el alcoholismo o el
divorcio, donde no falta el humor, el delirio y mucha sensatez por
cada resquicio del texto, dejando claro que “la literatura no
precisa ni bondad, ni maldad, sino palabras que le sean leales a la
fuerza y al ímpetu indeterminado y ciego de la vida” (pág. 116).
Setecientos
millones de rinocerontes
tiene la estructura de un libro de relatos donde el autor aragonés
parece divertirse a lo grande, agitándose como en una coctelera
psicoanalítica, y en la que aparece Cristóbal Colón
como conductor y psiquiatra a la vez de esa manada de seres bien
armados y con cuernos, que andan solitarios y desdichados por el
mundo. España es el escenario principal por donde vagan estos
especímenes extraños y enigmáticos, y un lugar reivindicativo para
hablar y polemizar con la literatura: aquí se abrazan y reconcilian
Vargas Llosa y García
Márquez, aquí se disfrazan y
juegan al despiste entre ellos Vila-Matas,
Rivas y Vilas,
y aquí, también, se homenajea en un extenso capítulo, con parodia
y rigor, a Umbral, un
escritor moderno y fértil, que escribió brillantemente de casi
todo.
Para
Vilas, la vida humana
es un caos, en el fondo, un enigma irresoluble, y escribe con la
obsesión de saber y cuestionar lo que pasa dentro de sí mismo y lo
que ocurre a su alrededor en cada momento o estadio de la vida. Los
rinocerontes que aparecen a sus anchas por la novela no son más que
ejemplares que representan la metáfora de las insatisfacciones y
aspiraciones propias de nuestra existencia. Setecientos
millones de rinocerontes no
es más que un manual narrativo de antisiquiatría, subrayan algunas
voces, una dehesa extraña de seres desorientados que viven al pairo
y sienten en su piel la deriva de sus vidas efímeras, aunque también
encontramos la generosidad e inteligencia manifiesta de muchos de sus
ejemplares.
Como
un feriante que exhibe espejos deformantes, Vilas
se pasea en este libro político y socialmente incorrecto con
desparpajo, humor y sátira cercana al esperpento. Sus millones de
rinocerontes desencantados reivindican, con una clara invocación a
la vida, la esperanza de vivir sin ataduras el tiempo que se nos
escurre con ligereza.
Descubrir
a Manuel Vilas ha
sido todo un hallazgo feliz, un encuentro gratificante otorgado por
el azar, y que, gracias a la originalidad de su escritura y a su
trascendencia, no quería ponerme a reseñar esta primera incursión
lectora de su obra sin conocer su poesía, hasta leer El
hundimiento (Visor, 2015),
como he hecho y que me parece un estupendo poemario existencial y
alegórico.
Con
solo haber leído sus dos últimas publicaciones, y conociendo mi
propensión a ser lector de esos autores que me han dejado huella,
seguiré dando pasos por su trayectoria literaria con la confianza de
que el poeta y narrador aragonés me ofrezca parecidos gozos como lo
hicieron estas dos recientes creaciones, y así aliviar la rutina y
el sobrepeso de vivir, eso que a tantos “rinocerontes” nos
aqueja. [Reseña núm.
234]
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