Decía
Virginia Woolf que el
escritor tiene que luchar por conseguir un ritmo adecuado y, una vez
que lo consigue, “es imposible equivocarse con las palabras”.
Para la escritora británica, el ritmo va mucho más allá de las
palabras, origina una escena, una emoción, un recuerdo, que a su vez
produce una ola en la mente mucho antes de que las palabras aparezcan
para interpretarla.
Amelia Pérez de
Villar, filóloga y ensayista,
traductora prolífica de autores como Edith Wharton,
Robert Louis Stevenson,
Gabriele D'Annunzio o
Dino Buzzati, ha
puesto en su primera novela ese ímpetu apasionante en el que el
ritmo narrativo hace posible una lectura imparable gracias a Lola,
el personaje motor del monólogo intenso de la historia de este
libro, una mujer atribulada y sumida en la desesperación. Su vida
rota hace que se sienta desahuciada y viene precedida por ese
sentimiento de mujer desprotegida a causa del desamor y de las
desatenciones de su marido. Su vacío interior ha distorsionado
irremisiblemente su relación con la realidad en la que vive y con
quienes la rodean. Incapaz de sobreponerse a la adversidad de lo que
le acontece y al desinterés del hombre ausente que convive con ella,
trata de proyectarle la identidad que por sí misma ya no tiene.
Si
en Cinco horas con Mario,
de Delibes,
la protagonista Carmen
Sotillo
representa a una mujer apasionada, víctima de su época, y en La
mujer rota,
de Simone de
Beauvoir,
tanto Monique
como Murielle
representan a dos personajes femeninos que cometen el mismo error de
no emanciparse de la dependencia del hombre con el que conviven, en
El pulso de la desmesura
(Fórcola, 2016) Lola es
el prototipo de mujer actual, emprendedora y atractiva, pero carente
de atenciones. Ha
sido una modelo que, ahora de casada, se dedica a las artes
plásticas. Vive en una zona residencial lujosa. Su marido es un
ejecutivo de una importante empresa. Se odia porque lo tiene todo
para nada, porque se siente sola: “La gente vulgar se quiere, se
busca y se necesita. Y yo me estoy consumiendo. Esperándote cada
día... Llamándote cada día... Deseándote cada día... Y te
dejaré”. Para un ser abatido como ella, que sobrevive tratando de
poner orden al desencanto amoroso, que soporta un desarreglo terrible
como mujer enamorada al que intenta sobreponerse, ya sólo le queda
no perder la ilusión de mantener vivo lo más leve e insignificante
de las cosas, esas pequeñeces que hacen posible que la vida tenga
sentido cuando aquellas ilusiones más importantes le han dado la
espalda.
Hacia
el final de la
obra, Lola
se decide a tomar una determinación definitiva. Lo hubiera hecho
antes si él le hubiera dicho que se estaba distanciando
emocionalmente de ella. Su decisión no se halla motivada por un
cambio de planes, sino que es fruto del miedo a la soledad y a la
desesperación de sentirse alienada.
Nadie
diría que estamos ante una opera prima, aquí hay todo un trabajo
literario sesudo que viene adherido a esa estirpe creativa propia de
todo buen traductor. Pérez
de Villar
hace una apuesta
narrativa muy original y atrevida, escrita en una modalidad
estilística compleja que acredita la audacia de su autora, que sabe
que este proceder literario requiere, sobre todo, persuasión y
empatía con el lector. Como también sabe del artificio de evitar
frecuentemente la utilización de signos de puntuación para no
romper el flujo de ideas que van saliendo del desbordamiento del
personaje. Sin embargo, lo más original que aporta la escritora
madrileña en la presentación del libro es la disposición visual
del texto, su apariencia formal de poema en prosa: las frases se
muestran rotas como la protagonista, o incompletas como su amor. Hay
interrupciones repentinas y vuelta a empezar repitiendo frases
obsesivas ya dichas anteriormente, hasta conseguir, y de manera
solvente, contarnos la historia como a modo de escritura automática.
Para
escribir esta historia, Amelia Pérez de Villar
ha puesto la garra y el ritmo trepidante que se precisa para mostrar,
por medio de una prosa lírica y emotiva, la vida desgarrada de una
mujer que se siente perdida e inmersa en la vana soledad de un hogar
sin alicientes. Los miedos y las agarraderas que la sostienen viva
serán el detonante para rearmarse y sentir el deseo de ilusionarse y
romper sus ataduras, un empeño sin vuelta atrás.
El pulso de la
desmesura es un libro
inquietante, una historia de latidos que no da tregua alguna para la
pausa, escrita con mucho caudal poético, apasionado e intimista; una
novela intensa de la que no se sale indemne fácilmente. Sorprendente
debut que no conviene dejar pasar.
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