miércoles, 24 de agosto de 2016

Literatura para caníbales

Cada obra de imaginación literaria genera su propia verdad que no tiene por qué coincidir con la de curso legal por la que transitamos a diario. Los libros no enseñan a vivir, tan solo se aproximan a la exigencia de la vida. La obligación de las novelas es enseñarnos a soñar con otras cosas, ser ámbitos de libertad en donde se entra y se sale con absoluta independencia. Lo que debemos pedirles es que exploren por nosotros todos los universos estéticos y morales posibles.

Para llegar a sentir lo que la literatura tiene de experiencia personal de la vida, muchos lectores han tenido que olvidarse de todo lo que tenían de obligatorio aquellos primeros libros que hablaban de la historia de la literatura y que tanto contribuyeron a su formación literaria posterior, así como en que encuentren criterio propio a la hora de afrontar cualquier lectura.

Rafael Reig (Cangas de Onís, 1963) es uno de ellos. Con sus Señales de humo (Tusquets, 2016), un manual en forma de novela, o novela en forma de manual, viene a dinamitar algunos momentos estelares de la historia de la literatura castellana, poniendo mecha a algunos actores y obras de aquella versión escolástica de entonces. Ahora, con este nuevo Manual de literatura para caníbales, el escritor asturiano viene a confirmar que es tiempo de buscar un texto alternativo que narre a la vez las consecuencias de una concepción de la literatura que sea inseparable de la lectura crítica, desde la propia noción de la literatura, desde la óptica de los que la escriben, así como desde la propia naturaleza intelectual que encierran sus mitos.

El narrador y protagonista de la historia es un catedrático de literatura extravagante y lunático, que anda recluido en un sanatorio mental desde donde construye sus peripecias para viajar en el tiempo desde el medievo europeo hasta el Siglo de Oro español, para conocer a reyes y escritores, recordando sus animosas clases del instituto. Martín Belinchón, trasunto del profesor Rafael Reig, vive sus escapadas de manera animosa y radical. Sostiene que la historia de la literatura se corresponde también con esa dialéctica de lucha de clases entre la cultura popular y la alta cultura: “Clerecía contra juglares, poetas de corte y poetas de calle, auctores y anónimos, cronistas y bufones, intelectuales y cómicos de la lengua, académicos galardonados y novelistas sin suerte” (sic).

En Señales de humo hay un despliegue imaginativo e ingenioso por el bosque de la literatura española en un ejercicio erudito de espeleología creativa y crítica, que va recorriendo las diferentes obras clásicas, desde las jarchas mozárabes, El libro de Buen Amor, La Celestina y El Lazarillo, hasta Cervantes y Lope de Vega, los dos representantes más ilustres y controvertidos de las letras españolas de todo el Siglo de Oro. Viene a decirnos Reig, por boca de su desvalido y entusiasta profesor, que la literatura española no comenzó como otras con un descomunal poema épico nacional, sino con seres abandonados al romance amoroso y al disfrute carnal que se citaban en las afueras de las casas, ocultos en la penumbra.

Uno de los riesgos asumidos por Reig en este libro es que, convertir la Historia de la Literatura en una novela, llamémosla de tesis, acarrea sus problemas y sus consecuencias. El maniqueísmo entre los buenos y los malos es una de ellas. La dialéctica expuesta entre autores populares, como el francés Francois Villon, y autores solemnes, como el italiano Petrarca, a los que dedica extensos e interesantes capítulos, resulta, al menos, paradójica e incluso manipuladora. Pero está claro que en esa polémica, ya tradicional, que genera lo popular y lo culto es donde verdaderamente radica la gracia y el interés de esta chispeante obra.

Señales de humo es una novela apasionada y heterodoxa, un buen libro, erudito y, sobre todo, provocador, que destila humor y tradición, al mismo tiempo que espíritu crítico, que desafía a cualquier canon oficial desconsiderado con la literatura popular, y que viene a decirnos que un libro clásico solo lo es cuando trata de nosotros, los que lo leemos siglos después.

Rafael Reig nos entrega una estupenda novela, fresca, combativa, sarcástica y ambiciosa, que defiende un posicionamiento radical en lo político y lo estético frente a la historia de la literatura que, a su vez, tiene correspondencia con la pasión irreductible que volcamos sobre los libros y la responsabilidad crítica a la hora de interpretarlos.



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