En
primer lugar, voy a tratar de cumplir con lo que decía el memorable
Oscar Wilde, que me
parece, además, un valioso consejo a tener muy en cuenta: “El
principal deber de un crítico, –o en mi caso, de un reseñista
entusiasta– es contener su lengua en todo momento”. Pero este
aserto no impide tampoco desatarse un poco porque, en el fondo, la
literatura en sí misma es apta para arrebatos y propicia para el
fuego.
La
literatura tiene mucho que ver con esto último, con propagar el
fuego. El escritor –subraya Juan Tallón
en su estupendo libro Mientras haya bares
(2016)– escribe porque algo en él no anda bien, porque algo arde
dentro, y el lector lee porque lejos de los libros hace mucho frío.
En ocasiones –añade–, el fuego se descontrola y el lector
inexperto salta por la ventana, con desorden. En cambio –concluye–,
el lector curtido sabe que conviene aguantar porque la gracia de la
literatura está precisamente en arder.
Sesenta y cinco
momentos en la vida de un escritor de posdatas (La
Isla de Siltolá, 2016), de
Álex Chico
(Plasencia, 1980), contiene ascuas suficientes para alumbrar y
abrigar a cualquier lector curioso que quiera adentrarse en un
formato de hechura reducida, por donde transita todo un microcosmo
radiante y fragmentario al calor de la literatura.
No
es fácil abordar críticamente un libro de estas características,
como tampoco lo es hablar de ninguno de los géneros breves de que
dispone la literatura. La posdata siempre fue un salvavida, un
recurso útil para añadir al final de una carta manuscrita, después
de haberla firmado, y subrayar algo que se olvidó y no estuvo
presente mientras se escribía. Sin embargo, las posdatas que
encontramos en el libro del escritor extremeño no parecen provenir
de un añadido epistolar, sino que su origen, más bien apuntan al
ímpetu y a la fuerza propia que se formula en un encabezamiento, en
una frase feliz, en una reflexión, en una experiencia vivida e,
incluso, en una pulsión creativa.
Desde
sus preliminares y desde el arranque del libro, el autor y el
personaje se saludan y se desean todo tipo de suerte, a sabiendas de
que “lo peor de un escritor es que piensa que todo le pertenece”.
El escritor de posdata que transita por este libro es el trasunto de
Álex Chico.
El referido personaje, E.P.,
no es otro que el propio autor enmascarado, al que no le importa
emitir señales para que el lector le identifique con él en sus
juegos y disertaciones: “Mi única originalidad consiste en pasar
como propias citas ajenas. En eso reside la destreza de un escritor:
en que el lector piense que ha sido el primero en decirlas”. Más
adelante confiesa lo siguiente: “Yo no escribo. Yo releo”. Y
cuando se suelta el pelo, divaga y esparce las dudas de otros
creadores: “Deberíamos prestar más atención al hecho de que
alguien, en un momento de su vida, abandone aquello para lo que
parecía destinado”, porque “el verdadero escritor –dice–
prefiere lanzarse por la ventana, saltar al vacío”, y esto, ya
saben los lectores experimentados, lo hacen muy pocos.
La
memoria, los libros y la escritura son los anclajes que sostienen el
universo de este inteligente libro. Sesenta y cinco
momentos... es un compendio
literario lúcido, un recipiente jugoso de pequeñas fugas y breves
remansos, un inventario de poéticas que resumen al lector sobre
quién anda detrás de todo ello: un escritor joven que contrajo,
leyendo, esa infección crónica y enfermiza que tiene su origen en
el contacto permanente con los libros.
Cuentan
que Pessoa, al morir,
pidió sus anteojos. De alguna manera expresaba así la última
voluntad de un lector irredento, alguien que, incluso, en el más
allá, quería seguir descifrando enigmas. Álex
Chico firma un libro que sigue
por esa senda marcada por el portugués, una preferencia que consiste
en no dejar de leer ahora ni en el más allá.
Leemos
para encontrarnos, dice Harold Bloom.
Álex Chico convoca
por igual a este llamado del crítico americano a escritores y
lectores. En este texto tan bien cuidado hay sesenta y cinco puntos
de encuentro, sesenta y cinco apelaciones, sesenta y cinco vocativos
que confirman las intenciones de su autor, que no es más que dar
lumbre a las confluencias de la literatura con la vida. Un librito
audaz escrito con mucho gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario