¿A
quién no le gusta el pan crujiente y las patatas fritas, o el
crujiente de almendras con azúcar quemada? Es innegable que
asociamos algunos sonidos con alimentos, hasta el punto de que oírlos
nos evoca el placer de sentirlos en la boca. Los sonidos crujientes
en particular nos atraen sobremanera y tienen asociaciones con
alimentos que anhelamos comer.
Pero,
¿qué sucede cuando nos alejamos de las papilas gustativas y nos
centramos solo en el significado de crujiente como sonido externo,
ajeno al sentido culinario? Inquietud, misterio, desasosiego podrían
acudir sin más a nuestra mente para hablarnos de ello. Somos
propensos a inquietarnos con determinados sonidos diferentes, ruidos
que provienen de un chasquido o un crujido inesperados: una rama que
se rompe en el silencio de la tarde, el traqueteo de una ventana mal
cerrada una noche de viento, o el sonido despechado del bajante del
cuarto de baño de tu vecino de arriba, o la lectura de unos cuentos
que nos hablan de las novias cuando nos dejan, de la mejor mamá del
mundo o de la muerte de Michael Jackson,
historias capaces de dar la nota haciendo de las suyas, crujiéndonos
las tripas, los oídos o el alma.
Uno
no deja de preguntarse qué es lo que más interesa realmente de un
cuento. Podría ser su trama, desde luego, pero quizá también
aquello que debemos intuir porque se nos ha dejado de contar, el
protagonismo de los personajes, el tono adecuado en que transcurre la
acción; pero si hay algo que adquiere siempre un papel primordial no
es más que la atmósfera crujiente, siseante o muda que se extiende
por el relato. En Andar sin ruido
(Páginas de Espuma, 2017), el aire que se respira en sus páginas
transita por zonas domésticas en las que los seres que las habitan
andan atareados en recomponerse de sus tropiezos que, con frecuencia,
llegan a ser catástrofes sin hacer apenas ruido, pero muy atentos a
que no se prolonguen más de la cuenta muchos de esos silencios que
podrían llegar a ser más estridentes y molestos.
Carlos Frontera
(Jerez, Cádiz, 1973) ha reunido diecisiete relatos en este su primer
libro, que exploran el comportamiento de seres desolados y apremiados
en salir del atolladero en que se encuentran, cada uno a su manera,
aunque el ruido externo e interno les aceche y les condicione a todos
casi por igual. Escribir es siempre un camino para averiguar algo e,
incluso, descubrirlo, un modo de conocer los resortes y azares que
activan o paralizan la conducta humana. Frontera
rastrea en esa indagación urdiendo, con desparpajo, el potencial de
las palabras, a fin de ajustarlas al relato, acorde al ritmo y a la
atmósfera requeridos por sus personajes, apoyándose mucho en el
sonido de estas a través del recurso de la onomatopeya, siempre
presente en cada historia.
Estos
cuentos, escritos todos en primera persona, se adentran en la vida
cotidiana de personajes comunes que hablan de soledades y de
traspiés, hombres, mujeres y niños que se irritan y se rebelan, que
tratan de explicar sus azarosas existencias, en gran parte
incomprendidas por sus semejantes. Frontera
escribe sobre lo cotidiano de sus vidas, pero con la mirada y el oído
dispuestos a ver y escuchar algo más allá de sí mismos, porque lo
que parece a primera vista es que ninguno de ellos sabe quién es en
verdad, ni por qué le ha tocado el desencanto que le ha sobrevenido.
Son seres incompletos, conscientes de su fragilidad y de que algo
esencial está en juego, que piden ayuda para llegar a ser algo más
acorde con lo que un día atisbaron que pudieran ser sus vidas.
En
muchos de los cuentos hay desconcierto, en otros se dan hechos
repugnantes, pero en casi todos un velo humorístico se ocupa de
cubrir los sentimientos heridos de las vidas de quienes los habitan.
Algunos relatos rozan lo macabro, la ignominia y, sobre todo, destaca
la tristeza soterrada que se palpa en muchas de sus historias
provocada por estrepitosos fracasos. Son historias particulares que
pudieran ocurrir en cualquier lugar, porque sus personajes son gente
corriente, irrelevante, seres alelados que piden compasión más que
venganza, como la mayoría de nosotros, dispuestos, como decía
Beckett, a fracasar
mejor, o con más gracia, en versión Carlos Frontera.
Andar sin ruido
es un bautismo literario meritorio, escrito en una prosa efectiva y
cuidada que no rehúye de la gracia e ingenio de jugar con las
palabras y exprimirlas, un libro inteligente y seductor, en donde el
lector encontrará rincones identificables en otras vidas ajenas, que
a la postre se parecen mucho a la nuestra, pero que, mayormente, no
nos gustaría protagonizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario