domingo, 15 de octubre de 2017

Un literato periodista

La literatura política española de los años treinta y posteriores lustros, leída hoy, resulta en general indigerible. Es rarísimo que nadie lea con gusto ni las lucubraciones de Ledesma Ramos ni las exaltaciones fascistas de Giménez Caballero o los discursos de Sánchez Mazas, viene a decir Andrés Trapiello en el prólogo de su ensayo Las armas y las letras (1994).

Al igual que ocurrió en Madrid en las primeras semanas de guerra, los escritores que en Barcelona estuvieron a favor del levantamiento o se sumaron a él o trataron de salir de la ciudad, o se quedaron camuflados como decía Orwell “en espera de tiempos mejores”, tampoco estuvieron a la altura para que en la actualidad se les pueda leer con un mínimo de complacencia. Entre los primeros, los que trataron de amparar y extender la rebelión, los más notables fueron los falangistas Luys Santa Marina y Félix Ros. Entre los que salieron, hay que hablar de Pla e Ignacio Agustí.

El escritor y articulista Ignacio Agustí (Llissá de Vall, Barcelona, 1913 – Barcelona, 1974) inició su carrera periodística antes de la Guerra Civil colaborando en cuatro de las publicaciones catalanas más significativas de la época: La Veu de Catalunya, L'Instant, La veu del vespere y Mirador. A partir de 1937 dejó de escribir en catalán para hacerlo en castellano. Tras la guerra, se dedicó a continuar por la senda del periodismo pero, también se volcó en la literatura, su vocación más secreta y apasionada, donde destacó con su saga La ceniza fue árbol, llevada, posteriormente, en 1976 a una serie televisiva, a la que pertenecen sus novelas más importantes: Mariona Rebull (1944), El viudo Rius (1945) y Desiderio (1957). También sobresalieron Diecinueve de julio (1965), y Guerra civil (1972), estas dos obras dedicadas por completo a la guerra civil española.

La editorial Fórcola recupera la figura de Agustí, escritor que ocupó un lugar destacado en la prensa de su época, con una nueva edición de una antología de sus artículos a cargo de Irene Donate, investigadora y profesora universitaria, licenciada en Filosofía Hispánica, bajo el título Ningún día sin línea, un volumen publicado con anterioridad, en 2013, conmemorando el centenario del nacimiento del escritor y periodista catalán. Donate destaca en el prólogo del mismo y en el capítulo dedicado a la biografía del autor de la saga de la familia Rius, la clara preferencia que Agustí mostró por los géneros periodísticos más cercanos a la literatura, el artículo y la columna, especialmente, en los que se aplicó y mostró una entusiasta voluntad de estilo. Como afirma la propia investigadora, “fue un escritor que siempre se acercó al periodismo con la actitud de un literato”, y así fue considerado también por sus coetáneos.

A lo largo de su dilatada trayectoria periodística, Agustí escribió más de un millar de artículos en los que su experiencia cotidiana conformaría el hilo conductor de sus columnas. La observación y la curiosidad sobre cualquier acontecer de la ciudad, un paseo por las calles o el comentario sobre una noticia leída, darían pie y sustancia a ese modelo periodístico de entonces al que González Ruano había contribuido con maestría: la presencia del yo del articulista, la divagación personal y el costumbrismo sobre noticias de la actualidad.

El lector curioso que se acerque a los artículos y crónicas literarias reunidos en Ningún día sin línea obtendrá como recompensa una visión histórica y sentimental de una época marcada por el lastre de una guerra y la imposición de un régimen autoritario que ocupó todas las capas de la sociedad, sobre todo la prensa escrita, un soporte por el que transitó la vida intelectual de algunos escritores que aceptaron la imperiosa realidad para seguir su senda literaria e impulsar proyectos periodísticos, revistas y galardones literarios. Agustí fue un colaboracionista del régimen, más que franquista, pero dada su condición burguesa y conservadora, se consideraba monárquico y tradicional. Se empeñó en cuerpo y alma tanto a su profesión periodística como a una labor cultural incesante. Fue cofundador del Premio Nadal de novela en 1944. Propagó la moderación como ideal de vida, defendiendo siempre el orden y la paz de su casa, de su ciudad y de su patria. El fondo de la mayoría de sus artículos desvela este sentir, donde se resalta la sencillez y la discreción como modelo social y personal, un ideal claramente burgués.

Irene Donate ha reunido un buen puñado de artículos intimistas y otros de carácter cultural, humanista y político de un digno representante del catalanismo español de aquellos años en los que el periodismo y la literatura conjugaron su influencia en el terreno de lo políticamente posible. Más allá de esta limitación, lo que legitima el valor de esta edición, enmarcada en una época gris de nuestra literatura, precisamente es que en ella es donde se gestó las bases de una forma de hacer periodismo todavía vigente.

Lo interesante de Ningún día sin línea viene dado por esta salvedad y por los diferentes textos seleccionados adscritos a un periodo opaco política y culturalmente de nuestra historia, en el que no faltó gente emprendedora en la literatura, en la cultura y en el fenómeno del columnismo, como es el caso de Agustí, uno de los más genuinos periodistas que formó parte de la llamada “literatura en periódicos”, como así la denominó en su momento González Ruano y que después de 1975, con la transición democrática en marcha, no se interrumpiría.


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