Estamos
hechos de palabras. Las palabras, además, viven en los sentimientos
de las personas, no solo en la Historia, forman parte del alma de la
herencia cultural y duermen en la memoria. Las palabras son gérmenes
del pensamiento, de las ideas y, además, nos sirven para
entendernos. El lenguaje, como sostuvo el poeta y ensayista
venezolano Rafael Cadenas,
es inseparable del mundo del hombre: “más que al campo de la
lingüística, pertenece, por su lado más hondo, al del espíritu y
al del alma”.
Por
otro lado, la lengua natural que hablamos es, como diría Fernando
Lázaro Carreter, el archivo a
donde han ido a parar las experiencias, saberes y creencias de la
comunidad. Pero este archivo, como subrayaba el académico, no
permanece inerte, sino que está en permanente actividad: los
hablantes mudan el valor o la vigencia de las palabras y de las
expresiones. Este cambio es notorio y frecuente porque algunas veces
se tornan obsolescentes, y tienden a la extinción; otras, por el
contrario, se incorporan al uso, en no pocas ocasiones con
connotaciones muy diversas.
El
escritor peruano Fernando Iwasaki
(Lima, 1961), historiador, novelista y autor destacado de libros de
cuentos, como Ajuar funerario
(2004) o España, aparta de mí estos premios
(2009), afincado en Sevilla desde hace más de treinta años, acaba
de ganar el IX Premio
Málaga de Ensayo José María González Ruiz
con un libro desenfadado que acerca el idioma español de las dos
orillas del Atlántico abordando no solo la herencia cultural de las
palabras o sus connotaciones, sino también su parentesco y
controversia en muchos de sus vocablos, que no guardan ninguna
relación en cuanto a su significado en uno y otro lado.
Las palabras primas
(Páginas de Espuma, 2018) es un compendio de voces a través de los
tiempos y, a su vez, un extenso pasadizo de conexión entre el habla
española y el habla latinoamericana. A este propósito responde
Iwasaki que su libro
“será un conjunto de ensayos acerca de la perplejidad que supone
hablar una lengua que es propia y ajena al mismo tiempo, porque es la
misma de España aunque no es igual a la de América Latina”. En
ese sentido, todos los artículos, conferencias e, incluso, hasta el
pregón pronunciado en la Fiesta
de la Vendimia Montilla-Moriles
que conforman la obra, responden a esa intencionalidad de hablar de
muchas “palabras primas” de aquí y allá que todavía continúan
asociadas a nuestra memoria sentimental e histórica allende los
mares.
Por
estas páginas discurren palabras que se prestan a los juegos de
naipes y otras muchas que responden a los placeres del vino, así
como otras que derivan en la cocina y relucen en el mantel de la
mesa. ¿Por qué la papa americana cuando llegó a la península se
convirtió en patata? ¿Por qué la polla latina es una apuesta en
las carreras de caballos, y la polla española se convirtió en lo
que todos sabemos? Aunque Iwasaki
demuestra que ambas pollas provenían de un mismo origen, de jugar a
las cartas. El Juego del
Hombre en el Siglo de
Oro fue el más popular de la baraja española, con un repertorio
extenso de estrategias y lances y ganaba el jugador que tras reunir
cinco bazas se sacaba la polla
o suma total de las apuestas.
Pero
también hay otras voces, usos y costumbres que añaden variedad a
nuestro idioma, dependiendo en qué meridiano se encuentre quien las
pone en curso. En estas palabras que el autor denomina de ida y
vuelta está el usted, que se sigue manteniendo en América y que
aquí en España prácticamente se ha tornado en un globalizado tú.
Palabras sonoras como ahorititita,
fandango,
ojana,
jamacuco,
malarrabia,
sofardar
y muchas otras más provenientes del campo andaluz, del flamenco, o
de tierras peruanas se dan igualmente cita en continuados capítulos,
todo ello con el rigor justo que precisa un trabajo literario de esta
naturaleza, pero salpimentado con mucha chicha y desparpajo, hasta
convertirlo en un fascinante texto con mucha sustancia narrativa. Y
en estas lides, Iwasaki
es la polla.
En
todo este trajín de vocablos y hallazgos que surcan el libro, el
lector curioso que se acerque al territorio de estos ensayos va a
percibir que Las palabras primas
es un dechado de textos eruditos y divertidos, un libro de palabras
desenfadadas de aluvión y, a su vez, de historias y de realidades
tejidas bajo un mismo idioma, que hacen posible que un libro
misceláneo, como este, se convierta en un gratificante paseo por la
historia de nuestra lengua, por los aledaños del habla de Cervantes
y del Inca Garcilaso,
para proveernos de los matices y de la textura de muchas de las
palabras que nuestro idioma atesora y que conviene emparentar.
Las
palabras, como bien apunta Juan Kruz Igerabide,
significan lo que buenamente pueden. Leyendo este libro uno se
percata de cómo el lenguaje ha sido totalmente colonizado a lo largo
de su existencia, banalizado y abducido, pero eso no le ha restado su
fuerza propia, y, cuando lo sacas a la luz con un texto como este, el
hablante siente esa energía inusitada que sigue latiendo en todo el
sumario de voces que nos llega a través de los tiempos y que
permanece todavía saludable en nuestra lengua. Un premio bien
merecido.
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