Un
libro, nos dice Borges,
no es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de
innumerables relaciones. Antonio Orejudo
(Madrid, 1963) se erige en su último libro, Grandes
éxitos (Tusquets, 2018),
como un interlocutor de ese eje al que alude precisamente el autor de
Ficciones,
para acercar al lector a esas relaciones
que guarda entre sí su obra literaria y no distraerlo más que en
aquello para lo que fue convocado: ser espectador y compañero de
viaje a lo largo de un recorrido personal que abarca sus más de
veinte años de peripecias literarias y vitales como escritor.
Sus
anteriores entregas, como Fabulosas narraciones por
historias (1996), Ventajas
de viajar en tren (2000) o
Un momento de descanso
(2011) dan buena cuenta de ese caudal narrativo suyo alegre y ancho
que supo poner a sus textos y que con tanto gozo y entusiasmo
acogimos sus lectores. Orejudo
escribe para divertirnos y divertirse de lo que sucede a su
alrededor. La vida y la literatura se afanan en mostrarse en las
historias que se suceden en su escritorio, y lo hace con sumo
desparpajo. Bien es cierto que la literatura para él es un arma
cargada de humor, perspicacia, irreverencia y juerga corrosiva.
En
Grandes éxitos,
nuestro autor glosa su trayectoria literaria por medio de diez
narraciones y una coda a modo de un bis, tan propio de los que se dan
en los conciertos musicales en vivo. Todas ellas representan una
amplia variedad de voces, en las que no deja nunca de estar presente
la voz de Orejudo
para desactivar, con humor y gracia, los efectos ópticos que todo
escritor utiliza en su imaginario narrativo a la hora de construir su
propia novela, lo haga en primera, segunda o tercera persona.
Confiesa y se rinde a la evidencia de que escriba lo que escriba, y
use el pronombre que use, siempre hablará de lo que hace, de lo que
imagina, anhela o teme e, incluso, de lo que le gustaría olvidar.
La
parodia está también presente, así como la crítica y el
reportaje, porque es consciente, y lo subraya, de que “los libros
no siempre sirven para explicar la vida: en ocasiones la hacen más
confusa e insufrible, al crear unas expectativas que solo producen
frustración cuando los lectores comprueban, o comprobamos, que la
existencia humana no se rige por las reglas de esas obras que
supuestamente la reflejan”. Todo ello conforma un conjunto de
posibilidades para que el artificio literario encuentre su sentido y
justificación, y arrastre al lector que, al final, será quien lo
juzgue a su manera, un plan irremediable que el escritor madrileño
siempre otorga al público lector si se quiere obtener su complicidad
y respeto. Al fin y al cabo, viene a decirnos, que lo que nos convoca
al escritor y al lector no es más que ese afán persistente de
imaginar vidas ajenas.
Digamos
que por estas disquisiciones se van desarrollando, en gran medida,
los textos reunidos en el libro y, en ese discurrir a modo de making
of, es
por
donde el autor nos invita a conocer el fogón de lo que se cuece en
su narrativa, mostrando el taller de su escritura con piezas
rescatadas y otras inéditas, que vienen a resumir, tanto su
recorrido como lector por la novela, como su ubicación de escritor
dentro del género. En este sentido, el título del libro es un guiño
irónico a lo que las casas discográficas suelen hacer con
recopilaciones musicales en L.P. para promocionar los temas más
exitosos del cantante o grupo.
En
uno de sus relatos, que lleva por título Los
congelados,
suscita
en clave irónica su visión como lector de la obra de Javier
Marías
por medio de una historia jocosa que se inicia en un autobús; en
otro desarrolla una teoría de la creación literaria en la que no
faltan evocaciones sobre el Lazarillo de Tormes,
El Quijote
o los Ensayos
de Montaigne;
en el titulado La
nave encontramos
un relato desternillante ambientado en un tiempo futuro que trata
sobre los residuos del planeta; y en Control
de pasaportes
un oficial de aduanas de Nueva York desata la perplejidad de un
ciudadano español que no da crédito a lo que el agente sabe de su
vida y milagros. Y así hasta completar un buen número de
invenciones forjadas en otras perspectivas de la realidad posible.
La
vida está no en la repetición, sino en las variantes que presenta,
lo mismo sean verdades o narraciones fabulosas. Grandes
éxitos
lleva consigo mucho de ese imaginario evocado de crear desde un
principio inexistente, de la nada. Sucede lo mismo con los llamados
libros de no-ficción o auto-ficción a los que aquí también se
insinúan. Al final, la imaginación es la hacedora de fabricar el
artificio y el lector el que dictamina su validez o le pone reparos.
En
todo este recital de historias, Orejudo
viene a conducirnos a un juego literario nada baladí sobre la
génesis de la narración, en el que postula que mientras haya vida,
habrá relato, habrá novela; y que la vida y los lectores son en
verdad los artífices de su argumento. Todo consiste en producir esa
fuerza centrífuga capaz de expandir la energía narrativa
resultante, como la que transcurre aquí, divertida y sagaz.
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