martes, 19 de junio de 2018

Escritura revisitada


Un libro, nos dice Borges, no es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de innumerables relaciones. Antonio Orejudo (Madrid, 1963) se erige en su último libro, Grandes éxitos (Tusquets, 2018), como un interlocutor de ese eje al que alude precisamente el autor de Ficciones, para acercar al lector a esas relaciones que guarda entre sí su obra literaria y no distraerlo más que en aquello para lo que fue convocado: ser espectador y compañero de viaje a lo largo de un recorrido personal que abarca sus más de veinte años de peripecias literarias y vitales como escritor.

Sus anteriores entregas, como Fabulosas narraciones por historias (1996), Ventajas de viajar en tren (2000) o Un momento de descanso (2011) dan buena cuenta de ese caudal narrativo suyo alegre y ancho que supo poner a sus textos y que con tanto gozo y entusiasmo acogimos sus lectores. Orejudo escribe para divertirnos y divertirse de lo que sucede a su alrededor. La vida y la literatura se afanan en mostrarse en las historias que se suceden en su escritorio, y lo hace con sumo desparpajo. Bien es cierto que la literatura para él es un arma cargada de humor, perspicacia, irreverencia y juerga corrosiva.

En Grandes éxitos, nuestro autor glosa su trayectoria literaria por medio de diez narraciones y una coda a modo de un bis, tan propio de los que se dan en los conciertos musicales en vivo. Todas ellas representan una amplia variedad de voces, en las que no deja nunca de estar presente la voz de Orejudo para desactivar, con humor y gracia, los efectos ópticos que todo escritor utiliza en su imaginario narrativo a la hora de construir su propia novela, lo haga en primera, segunda o tercera persona. Confiesa y se rinde a la evidencia de que escriba lo que escriba, y use el pronombre que use, siempre hablará de lo que hace, de lo que imagina, anhela o teme e, incluso, de lo que le gustaría olvidar.

La parodia está también presente, así como la crítica y el reportaje, porque es consciente, y lo subraya, de que “los libros no siempre sirven para explicar la vida: en ocasiones la hacen más confusa e insufrible, al crear unas expectativas que solo producen frustración cuando los lectores comprueban, o comprobamos, que la existencia humana no se rige por las reglas de esas obras que supuestamente la reflejan”. Todo ello conforma un conjunto de posibilidades para que el artificio literario encuentre su sentido y justificación, y arrastre al lector que, al final, será quien lo juzgue a su manera, un plan irremediable que el escritor madrileño siempre otorga al público lector si se quiere obtener su complicidad y respeto. Al fin y al cabo, viene a decirnos, que lo que nos convoca al escritor y al lector no es más que ese afán persistente de imaginar vidas ajenas.

Digamos que por estas disquisiciones se van desarrollando, en gran medida, los textos reunidos en el libro y, en ese discurrir a modo de making of, es por donde el autor nos invita a conocer el fogón de lo que se cuece en su narrativa, mostrando el taller de su escritura con piezas rescatadas y otras inéditas, que vienen a resumir, tanto su recorrido como lector por la novela, como su ubicación de escritor dentro del género. En este sentido, el título del libro es un guiño irónico a lo que las casas discográficas suelen hacer con recopilaciones musicales en L.P. para promocionar los temas más exitosos del cantante o grupo.

En uno de sus relatos, que lleva por título Los congelados, suscita en clave irónica su visión como lector de la obra de Javier Marías por medio de una historia jocosa que se inicia en un autobús; en otro desarrolla una teoría de la creación literaria en la que no faltan evocaciones sobre el Lazarillo de Tormes, El Quijote o los Ensayos de Montaigne; en el titulado La nave encontramos un relato desternillante ambientado en un tiempo futuro que trata sobre los residuos del planeta; y en Control de pasaportes un oficial de aduanas de Nueva York desata la perplejidad de un ciudadano español que no da crédito a lo que el agente sabe de su vida y milagros. Y así hasta completar un buen número de invenciones forjadas en otras perspectivas de la realidad posible.

La vida está no en la repetición, sino en las variantes que presenta, lo mismo sean verdades o narraciones fabulosas. Grandes éxitos lleva consigo mucho de ese imaginario evocado de crear desde un principio inexistente, de la nada. Sucede lo mismo con los llamados libros de no-ficción o auto-ficción a los que aquí también se insinúan. Al final, la imaginación es la hacedora de fabricar el artificio y el lector el que dictamina su validez o le pone reparos.

En todo este recital de historias, Orejudo viene a conducirnos a un juego literario nada baladí sobre la génesis de la narración, en el que postula que mientras haya vida, habrá relato, habrá novela; y que la vida y los lectores son en verdad los artífices de su argumento. Todo consiste en producir esa fuerza centrífuga capaz de expandir la energía narrativa resultante, como la que transcurre aquí, divertida y sagaz.

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