No
se nace escritor así porque sí, se hace a golpe de suerte y de
desgracia. Siempre se dijo que la letra con sangre entra. Y en esa
metáfora cabe que el sangriento oficio de escribir no se adopta como
los demás. De niño uno quiere ser bombero, policía, carpintero,
médico, pero, a esa edad, ninguno quiere ser escritor. Tampoco
cuando se elige carrera a nadie se le ocurre elegir la de escritor,
entre otras cosas, porque es una profesión que no existe como tal.
De manera que todo apunta a que uno debe llegar a escritor tan solo
por impulso obsesivo y maniático, por necesidad, dicen otros, por no
mencionar ese arrebato de escribir que deriva, fundamentalmente, de
la lectura continuada de libros. Los libros conforman ese pasadizo
secreto que convierte al lector en escritor.
La
crítica literaria Teresa Walas
publicó en el año 2000 en Polonia Correo
literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor,
un título bastante revelador en el que se recogen
más de doscientas respuestas sobre mucho más de lo que hemos
insinuado anteriormente acerca del arte de escribir propiciadas, en
esta ocasión, por escritores incipientes, que allá por los años
sesenta y siguientes, enviaban sus textos a la consideración del
semanario Zycie
Literackie (Vida
Literaria) de Cracovia, a la espera de recibir la bendición o
reparo, nada más y nada menos, que de la implacable poeta polaca
Wislawa Szymborska
(Prowent, actual Kórnik, 1923–Cracovia, 2012), encargada de
despachar con brevedad y soltura las consultas interesadas que
llegaban a la revista.
Nos
llega ahora su versión española a cargo de Abel Murcia
y Kataryna Moloniewicz
con el título reducido de Correo literario
(Nórdica, 2018) en una cuidada y hermosa edición, auspiciada por el
Instituto Polaco de
Cultura de Madrid. En
este volumen se encuentran las ideas literarias más sutiles,
irónicas y tajantes que siempre llevó bien a gala la Nobel de
Literatura. Para ella, leer viene a ser el centro creativo de la vida
de todo escritor, y le sugiere a uno de los que le pide consejo que
no deje de hacerlo. E inmediatamente después le suelta a otro que no
hay que olvidarse del talento: “El talento... Algunos lo tienen, y
otros no lo tendrán nunca”, porque “el talento literario no es
un fenómeno de masas”.
Szymborska,
con ese desbordante sentido del humor que la caracterizaba, no elude
ninguna consulta sobre la creación literaria, por muy peregrina que
resulte, ni tampoco pierde el tiempo con los textos que algunos,
ingenuamente, le enviaban para su dictamen. Tampoco se olvida de
mencionar las Cartas a un joven poeta
de Rilke, con quien
se identifica en los mismos principios y postulados sobre lo que
significa ser poeta, sobre lo que supone el destino al que ha de
estar llamado todo el que opte a esa vocación, a ese sentimiento
irrenunciable de que si no escribiera moriría. Para él, tal destino
irá trazado por la soledad total que impone ser poeta, artista o
escritor. No hay estancia más propia para crear que hacerlo desde
las cosas cotidianas, desde el retiro más estricto, si uno aspira a
trascender. Y “si su vida diaria le parece pobre –escribía– no
se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo
bastante poeta como para convocar su riqueza”.
Correo literario,
a su vez, es un verdadero compendio de lo que literariamente se debe
entender como esencial para determinar un buen texto escrito. Y a
este respecto, dice Szymborska
que echarle a un principiante un buen jarro de agua fría por la
cabeza debe provocar efectos terapéuticos, teniendo en cuenta,
siempre, que la intención general de cada respuesta va enfocada a
animarle a reflexionar sobre el texto recién escrito, con la idea de
que acometa más lecturas de otros libros. Lo que le supondrá más
bagaje para el futuro de escritor. Leer libros tiene que ser, según
ella, una costumbre de vida para quien persiga escribir como meta.
Entrando
en el terreno de la poesía, Szymborska
sostiene que para los poetas de casta la poesía “no es un
entretenimiento y una huida de la vida, sino la propia vida”. Y en
otro pasaje le reprocha a uno en ciernes que le interpela la idea
errónea que posee de los poetas: “Desde que el mundo es mundo, no
ha habido ninguno que cuente las silabas con los dedos. El poeta nace
con oído. Con algo tenía que nacer, digo yo”.
En
todos estos veredictos subyace una sutil poética, mezclada con una
buena dosis de humor, más que enseñanza didáctica propiamente
dicha, que no es la intención. Pero eso no quita decir que Correo
literario desgrana también
las claves de lo que se espera encontrar en un texto literario que se
precie, que realmente merezca ser publicado y puesto al alcance del
lector con posibilidades de emocionarle.
Correo literario
es una obra divertidísima, sagaz y despiadada, inmensamente
inmisericorde, un ejercicio de crítica inteligente que pone en solfa
aquello de que escribir es una tentación que está al alcance de
quien se lo proponga. Si no se tiene en cuenta esa dosis de talento,
de la que tanto se habla aquí, que no puede faltar, combinada con el
trabajo, la lectura incesante, el esfuerzo, la perseverancia y la
posesión de un estilo propio, mejor dedicarse a otra cosa.
Es
difícil imaginar un estadio en el que el escritor no esté en un
devenir hacia la condición de escritor y en el que la escritura no
constituya una herramienta de exploración de esa condición. Este
libro lo hace abiertamente, de una manera tan implacable, como
deliciosa.
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