jueves, 28 de junio de 2018

Sin contemplaciones


No se nace escritor así porque sí, se hace a golpe de suerte y de desgracia. Siempre se dijo que la letra con sangre entra. Y en esa metáfora cabe que el sangriento oficio de escribir no se adopta como los demás. De niño uno quiere ser bombero, policía, carpintero, médico, pero, a esa edad, ninguno quiere ser escritor. Tampoco cuando se elige carrera a nadie se le ocurre elegir la de escritor, entre otras cosas, porque es una profesión que no existe como tal. De manera que todo apunta a que uno debe llegar a escritor tan solo por impulso obsesivo y maniático, por necesidad, dicen otros, por no mencionar ese arrebato de escribir que deriva, fundamentalmente, de la lectura continuada de libros. Los libros conforman ese pasadizo secreto que convierte al lector en escritor.

La crítica literaria Teresa Walas publicó en el año 2000 en Polonia Correo literario o cómo llegar a ser (o no llegar a ser) escritor, un título bastante revelador en el que se recogen más de doscientas respuestas sobre mucho más de lo que hemos insinuado anteriormente acerca del arte de escribir propiciadas, en esta ocasión, por escritores incipientes, que allá por los años sesenta y siguientes, enviaban sus textos a la consideración del semanario Zycie Literackie (Vida Literaria) de Cracovia, a la espera de recibir la bendición o reparo, nada más y nada menos, que de la implacable poeta polaca Wislawa Szymborska (Prowent, actual Kórnik, 1923–Cracovia, 2012), encargada de despachar con brevedad y soltura las consultas interesadas que llegaban a la revista.

Nos llega ahora su versión española a cargo de Abel Murcia y Kataryna Moloniewicz con el título reducido de Correo literario (Nórdica, 2018) en una cuidada y hermosa edición, auspiciada por el Instituto Polaco de Cultura de Madrid. En este volumen se encuentran las ideas literarias más sutiles, irónicas y tajantes que siempre llevó bien a gala la Nobel de Literatura. Para ella, leer viene a ser el centro creativo de la vida de todo escritor, y le sugiere a uno de los que le pide consejo que no deje de hacerlo. E inmediatamente después le suelta a otro que no hay que olvidarse del talento: “El talento... Algunos lo tienen, y otros no lo tendrán nunca”, porque “el talento literario no es un fenómeno de masas”.

Szymborska, con ese desbordante sentido del humor que la caracterizaba, no elude ninguna consulta sobre la creación literaria, por muy peregrina que resulte, ni tampoco pierde el tiempo con los textos que algunos, ingenuamente, le enviaban para su dictamen. Tampoco se olvida de mencionar las Cartas a un joven poeta de Rilke, con quien se identifica en los mismos principios y postulados sobre lo que significa ser poeta, sobre lo que supone el destino al que ha de estar llamado todo el que opte a esa vocación, a ese sentimiento irrenunciable de que si no escribiera moriría. Para él, tal destino irá trazado por la soledad total que impone ser poeta, artista o escritor. No hay estancia más propia para crear que hacerlo desde las cosas cotidianas, desde el retiro más estricto, si uno aspira a trascender. Y “si su vida diaria le parece pobre –escribía– no se queje de ella; quéjese de usted mismo, dígase que aún no es lo bastante poeta como para convocar su riqueza”.

Correo literario, a su vez, es un verdadero compendio de lo que literariamente se debe entender como esencial para determinar un buen texto escrito. Y a este respecto, dice Szymborska que echarle a un principiante un buen jarro de agua fría por la cabeza debe provocar efectos terapéuticos, teniendo en cuenta, siempre, que la intención general de cada respuesta va enfocada a animarle a reflexionar sobre el texto recién escrito, con la idea de que acometa más lecturas de otros libros. Lo que le supondrá más bagaje para el futuro de escritor. Leer libros tiene que ser, según ella, una costumbre de vida para quien persiga escribir como meta.

Entrando en el terreno de la poesía, Szymborska sostiene que para los poetas de casta la poesía “no es un entretenimiento y una huida de la vida, sino la propia vida”. Y en otro pasaje le reprocha a uno en ciernes que le interpela la idea errónea que posee de los poetas: “Desde que el mundo es mundo, no ha habido ninguno que cuente las silabas con los dedos. El poeta nace con oído. Con algo tenía que nacer, digo yo”.

En todos estos veredictos subyace una sutil poética, mezclada con una buena dosis de humor, más que enseñanza didáctica propiamente dicha, que no es la intención. Pero eso no quita decir que Correo literario desgrana también las claves de lo que se espera encontrar en un texto literario que se precie, que realmente merezca ser publicado y puesto al alcance del lector con posibilidades de emocionarle.

Correo literario es una obra divertidísima, sagaz y despiadada, inmensamente inmisericorde, un ejercicio de crítica inteligente que pone en solfa aquello de que escribir es una tentación que está al alcance de quien se lo proponga. Si no se tiene en cuenta esa dosis de talento, de la que tanto se habla aquí, que no puede faltar, combinada con el trabajo, la lectura incesante, el esfuerzo, la perseverancia y la posesión de un estilo propio, mejor dedicarse a otra cosa.

Es difícil imaginar un estadio en el que el escritor no esté en un devenir hacia la condición de escritor y en el que la escritura no constituya una herramienta de exploración de esa condición. Este libro lo hace abiertamente, de una manera tan implacable, como deliciosa.


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