lunes, 11 de junio de 2018

La amenaza de lo fantástico


Hay un tipo de literatura de lo sobrenatural que presenta lo insólito como una posibilidad a explorar. Cuando en el relato lo extraordinario sucede, no se espera del lector más que la aceptación de los sucesos narrados; pero cuando tales acontecimientos quedan suspendidos entre las posibilidades de la razón y las de un mundo imposible, propiciando la duda en el receptor, entonces estamos hablando de literatura fantástica.

Sobre estas particularidades que encarnan el género fantástico, David Roas (Barcelona, 1965), profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, tiene publicado dos interesantes ensayos: Teorías de lo fantástico (2001) y Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico (2011), con el que obtuvo el Premio Málaga de Ensayo. Pero más allá de sus aportaciones investigadoras sobre este territorio literario del mundo de lo insólito, a Roas lo que le fascina de verdad es escribir relatos sobre esos pasadizos misteriosos y secretos del mundo de lo fantástico donde la ficción toma medida a lo inexplicable de las cosas, y prueba de ello son sus libros de cuentos y microrrelatos Los dichos de un necio (1996), Horrores cotidianos (2007), Distorsiones (2010), con el que obtuvo el Premio Setenil al mejor libro de cuentos del año, o Bienvenidos a Incaland (2014).

El mejor Roas vuelve de nuevo al asombroso mundo de lo fantástico, dando otro apretón de tuercas a esa realidad subvertida en lo misterioso, en lo oculto de las cosas de la vida, que, si se escarba, puede parecer algo tremendo e, incluso, apocalíptico, con un corolario de cuentos espeluznantes que no dejan impávido al lector, sino que le azoran insistentemente con suma audacia.

En Invasión (Páginas de Espuma, 2018) vamos a encontrarnos con seres solitarios, encerrados en sus cubículos, en sus cuartos o en un parque inhóspito a la espera de que lo normal se pervierta en algo extraordinario y hasta horripilante. Lo fantástico nos invadirá amenazante por cualquier resquicio de la realidad más inusitada con historias que parten de lo cotidiano y del mundo reconocible. Así lo exige el género, hasta situar al lector en la órbita de lo inexplicable e insólito. Lo que se nos presenta se servirá para desvelarnos un desenlace inesperado, entre el sueño y la vigilia, lo normal y lo monstruoso, la lógica y el desvarío, la otredad y el absurdo.

En Invasión hay todo un arrecife imaginario en el que el lector puede presenciar cómo chocan la realidad contra lo monstruoso de lo que en apariencia es inofensivo, ya sea una muñeca, un tobogán, una hormiga, un libro o un espejo para adentrarnos en lo sorprendente. Como bien dice Lovecraft, la atmósfera, más que la acción, es el gran desiderátum de la literatura fantástica y para obtener esa clase de intensificación de la realidad, que tanto llama la atención al lector, Roas teje sus tramas con mucha originalidad y tensión narrativa. En La casa vacía, el primero de sus relatos, una pieza portentosa, escrita en segunda persona, se revela cómo las obsesiones se dan a conocer irremediablemente, a pesar de su nebulosa realidad. En el siguiente, Trabajos manuales, una historia escalofriante y siniestra, escrita en tercera persona, quedamos absortos ante las rarezas de un crío predispuesto a celebrar los funerales de todo lo que va acaparando.

El ángulo del horror, como apunta la cita del escritor mexicano Ignacio Padilla al principio del libro, se encuentra en la mayoría de las historias que Roas despliega siempre a escasos pasos de lo cotidiano, aguardando el momento oportuno hasta que algo o alguien las empuje para desatarse y así podamos verlas desde una dimensión distinta, como ocurre con el final sorprendente de Casa con muñecas o Amor de Madre, dos de sus mejores relatos. La ambigüedad es también uno de los elementos más característicos que fluye por muchas de sus historias, así como la metáfora oculta de los títulos de sus piezas, sin olvidarnos del juego del doble o del enigma de la duplicidad o desdoblamiento del yo, que también aparece de manera inquietante en dos de sus cuentos más destacados, El otro y Reflejos.

Tenemos vidas reales pero nos encantan las vidas imaginarias e imposibles. Los relatos de Roas ofrecen ese viaje a lo insólito de la realidad, a la esquina de lo estridente, de lo recóndito, de la amenaza inesperada. Sus historias discurren en esa dirección, a una velocidad y a un ritmo desorbitado, como si en su cabeza de escritor la ficción ocupara más sitio que las cosas reales.

Las buenas historias viven fuera de la lógica, aunque a veces den yuyu, y, curiosamente, nacen de una cierta mirada infantil, la mirada de un niño que se sabe adulto, como los críos que habitan dentro de estos cuentos, capaces de acarrearnos una invasión de escalofrío en toda regla.

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