martes, 5 de junio de 2018

El placer de perdurar


Si para Gabriel Celaya la poesía es un arma cargada de futuro, y si para Agustín de Hipona si nada pasase no habría tiempo pasado, y si nada sucediese no habría tiempo futuro, para Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) “el aforismo es un arma cargada de inteligencia”, pero también asegura que “si no me preguntas qué es un aforismo lo sé, si me lo preguntas no lo sé”. En ambos casos hay una conciliación con lo que formulaba el poeta de Hernani y el autor de las Confesiones, que viene a confirmar lo que apunta Felix Trull sobre el significado del aforismo: una isla rodeada por todos lados de otros aforismos.

Con ciertos libros de aforismos suceden estos misterios. De hecho, no son los lectores quienes los leen y subrayan, sino más bien parece todo lo contrario, que son sus frases las que leen el pensamiento de los lectores, como si ellas fueran las encargadas de interpretar y revelar las ideas y los vínculos de quienes sostienen el libro entre sus manos complacidos de esa reciprocidad secreta que les unen.

El caso es que Palmeras solitarias (Renacimiento, 2018) está en esa órbita que surca todo buen libro de aforismo, la de evocar algo parecido a esas sensaciones en el lector, como si él mismo lo hubiera musitado antes de que su autor viniera a plasmarlo por escrito. Eder tiene esa capacidad seductora de hacer que el lector de sus aforismos se considere partícipe de sus epifanías, algo que viene cultivando desde hace veinte años con la rotundidad admirable de pertenecer al grupo selecto del género breve, de la estirpe de Karl Kraus, S. Jerzy Lec, Jules Renard o Nicolás Gómez Dávila, autores todos ellos de innegable referencia, que se mueven como pez en el agua entre la paradoja, la metáfora y el juego de palabras, capaces de enfrentarse a la experiencia de lo absurdo y de las perplejidades de la vida. La vida es la mina a la que acude también Eder para extraer las enseñanzas y revelaciones que originan sus asertos, sus hallazgos felices y contradicciones socarronas.

Ramón Eder es un escritor que lleva como credo literario en su obra aforística ese que entiende que las palabras no aspiran más que a un modo de vestir el pensamiento a su medida, sin más artificio retórico que saber poner en entredicho lo contemplado con cierta chispa. Su inigualable estilo se filtra con naturalidad por la senda impaciente que todo lector lleva consigo cuando se pone a leer este tipo de libros que, si no entretiene al mismo ritmo que dilucida reflexiones e ideas, pudiera abandonarse a las primeras de cambio. Son ya muchos los libros de aforismos que avalan su reputación en estas lides, un género de apariencia sencilla pero muy exigente, que precisa talento y pericia a la hora de crearlo.

La ironía y el humor, además de su buena dosis de escepticismo constituyen los ejes que atraviesan de cabo a rabo las ideas y epifanías que Eder despliega en la concepción de sus aforismos, poniendo distancia a cualquier ocurrencia o moralina y huyendo del aforismo edulcorado, sin sustancia y encorsetado en una buena frase. El navarro se ocupa de escribir para ese “lector que sabe leer entre líneas”, porque para él “la ética del aforismo reside en no decir tonterías”, ni hacer trampas.

Los buenos aforismos resisten al paso del tiempo, perduran y se hacen valer, pero sin son muy buenos –subraya Eder– ya son de todo el mundo. Palmeras solitarias contiene más de doscientas piezas, una treintena de ellas ilustradas por el propio autor, de las que destacan un buen puñado de ellas, irresistibles por su astucia y gracia, más preocupadas en aludir que en explicar, y eso las agranda en su alcance. Si hay algo especialmente genuino en los aforismos de Eder es esa melodía humana y cáustica que los atraviesa. Muchos de sus hallazgos encuentran lo universal en lo particular.

La buena literatura son dos cosas: arte y verosimilitud. Se trata de dos consideraciones aplicables tanto a la ficción como a la no ficción, a la poesía, a las obras de teatro y, por supuesto, al aforismo. El género aforístico tiene como objetivo preservar las posibilidades de la verdad y de la epifanía juntas, en el mismo punto de encuentro, el lugar que debe darnos que pensar, que hacernos asentir o pillarnos por sorpresa.

Escribir un buen libro de aforismo no está al alcance de cualquiera. Hace falta ser un buen lidiador del lenguaje para recrear la vida a partir de un detalle de esa misma vida. A los que somos entusiastas de este formato literario nos chifla lo inaudito, y Eder en ese aspecto es un artista consumado, fino, sagaz y fiable, que no te da gato por liebre, capaz de detener el tiempo con inteligencia para retenerlo el momento justo de extraer alguna consecuencia dispuesta a perdurar en nuestra memoria. Para no perdérselo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario