viernes, 17 de agosto de 2018

Vida, conciencia y mundo animal


La literatura, afirma Cynthia Ozick, debe apelar a la imaginación; la imaginación es de hecho la carne y la sangre de la literatura. Dicho esto, la escritora neoyorquina va más allá y determina que la literatura no es más que un pacto necesario entre el lector y el escritor para crear un espacio de controversia e imaginación común capaz de dar sentido al texto.

A ese pacto consensuado entre el escritor que promete fingir y el lector que promete aceptarlo J.M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940) viene a decirnos que la literatura es, especialmente, el reconocimiento de lo particular. En ese sentido, afirma en las conversaciones mantenidas sobre la ficción con Arabella Kurtz en El buen relato (2015), que la lectura viva es el meollo y asunto misterioso que habilita el relato. Implica encontrar la forma de entrar en la voz que te habla desde la página, la voz del otro, con tu yo, en una especie de diálogo interior: “El arte del escritor, un arte que no se puede estudiar en ninguna parte aunque –subraya– sí se puede aprender, consiste en crear una forma (un fantasma capaz de hablar) y un punto de entrada que permita al lector habitar en el fantasma”.

Coetzee es un escritor de profundidades, que sabe que, en lo particular de una vida o en una descripción bien hecha, siempre hay algo moral relevante y, por tanto, una voluntad de reproducir lo que aún no ha sido contado por otros. Por suerte para nosotros, aún quedan autores como él, en los que hay una búsqueda ética precisamente en su lucha por crear nuevas formas y exponerlas para el deleite y asombro del lector. En su último y estupendo libro de relatos viene a confirmar ese marcado interés suyo por ahondar en los sótanos de la condición humana y examinar su conciencia a través de Elizabeth Costello, su alter ego, rescatada de nuevo para mostrarse implacable en sus reflexiones sobre la vida de los animales y la relación de estos con el entorno del hombre.

En Siete cuentos morales (Random House, 2018), Coetzee recupera a este fascinante personaje suyo, mujer de armas tomar, que él se ha inventado para que vaya a su libre albedrío por ahí, frágil e indómita, que se desenvuelve por este mundo mal hecho en que vivimos desatados, blandiendo argumentos y deshaciendo entuertos sobre las atrocidades perpetradas por el ser humano contra toda especie animal. Para los que hemos leído la obra del Nobel sudafricano con fruición y apasionamiento, no hay personaje más cautivador, polémico y singular en todas sus creaciones, que Elizabeth Costello, una mujer irreductible y arrolladora.

En estos relatos breves y luminosos hay vida a borbotones, contada a su antojo y, sobre todo, ficción con marcado acento didáctico, cuentos que nos convocan a la reflexión de los desafíos cotidianos, que van más allá de la mera observación individual de las cosas. La compasión está presente, la moral y las contradicciones de nuestra relación con el mundo y las demás especies, también. Todo ello conforma el núcleo intelectual de las ideas y reflexiones que transitan por cada historia. En estos cuentos se dice que lo que sucede en el mundo es notorio y redundante, y por eso conviene no dejar de examinar las fronteras de la conciencia para que lo entendamos algo mejor.

Según su propio autor, estos cuentos no persiguen ser moralistas, sino cuestionar y polemizar sobre algunos preceptos morales y creencias religiosas. Además de estar presentes en ellos la cuestión animal, el libro aborda la crisis de determinados valores morales, como el de la fidelidad conyugal en el cuento Una historia, o el de la crueldad en el primero de los relatos del volumen bajo el título de El perro. En estos dos y en cada uno de los restantes, el humanismo de Costello destaca por su marcado anti-antropocentrismo, dado que niega que seamos la culminación del mundo animal y que este nos pertenezca.

En suma, la moderación y el escepticismo conforman su visión de la realidad. Como así ya quedó reflejado en su anterior libro del año 2003 en el que Coetzee reunía ocho lecciones, que tenía por protagonista a su insigne heroína escritora, impregnadas de una marcada visión franciscana y conciencia ética de la vida: “Todas las criaturas son cruciales para todas las demás criaturas”. (Elizabeth Costello, pág. 237)

Siete cuentos morales es un libro de afilada inteligencia, sobresaliente, en el que Elizabeth Costello, con más años, regresa al cuerpo de su creador para darse turno de réplica a través de un buen puñado de hermosas piezas narrativas, tan íntimas como colectivas, tan breves como hondas, para hablarnos con sencillez y calado de la maldita sucesión de pérdidas de la vejez y denostar la constante precariedad de tantos seres vivos que claman consuelo y respeto.


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