lunes, 27 de agosto de 2018

Permanecer oculta


Ser secreto para los demás duele y, al propio tiempo, reconforta. Duele, como dice Claudio Magris, porque existe siempre el sentimiento de ser incomprendidos y alienados, incluso –y este es el elemento más clamoroso– de serlo por las personas cercanas y amadas. Pero, también, ayuda a atravesar la soledad de la existencia y a resistir los envites de la incomprensión ajena gracias al sentimiento de poseer una verdad oculta, como subraya el escritor triestino, de no ser solo lo que parecemos a los demás. Y, desde luego, conforta con esa idea de irreductible peculiaridad que los otros no pueden conocer, y acaso sospechar, porque no podrían comprenderla.

Silvina Ocampo, la menor de seis hermanas, encarna a la perfección el misterio que rige la figura de una persona secreta que voluntariamente se oculta en los términos anteriores descritos por el autor de Microcosmos. Fue pintora, discípula del artista Giorgio Chirico, poeta y escritora de cuentos. “Silvina es secreta, pero es una mujer que quiere que la quieran”. Y, además, “ama a los mendigos, a las niñeras, a las sirvientas de la casa y a los pobres”. No le importa rozarse con ellos, pese a ser una de las mujeres más ricas de toda Argentina. El dinero le dio libertad de movimientos, y sus relaciones con la intelectualidad (amiga de muchos artistas y escritores, como Borges, cercano a ella, pero en menor grado que Adolfo Bioy Casares, su marido), su entorno familiar y el servicio doméstico le acarrearon muchas incomprensiones y habladurías. Permaneció siempre en un segundo plano respecto al talante avasallador de su hermana Victoria, fundadora de la revista literaria Sur y epítome de la cultura argentina de mediados del siglo pasado, y por el talento literario de su esposo, de quien sobrellevó con mutismo y reserva sus múltiples infidelidades.

De todo esto nos habla Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) en La hermana menor, una biografía publicada hace cuatro años y rescatada apenas hace dos meses para la colección Biblioteca de la memoria de la editorial Anagrama, sobre la vida y milagros de Silvina Ocampo, de quien se decía que “fue una de las mujeres más fascinantes de Argentina, la verdadera reina de la gracia, el misterio y la poesía”. Enríquez, periodista y escritora, autora de novelas, relatos de viajes y colecciones de cuentos, como Los peligros de fumar en la cama (Emecé, 2009), o Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016), pesadillas vividas, más que relatos, en un contexto gótico de la tierra y prado argentinos, se atreve con un cambio de registro exigente, como es la biografía, que obliga proximidad en la vida y mundo del biografiado, y para ello su pericia se vale de aglutinar muchas voces testimoniales para acercarnos a los confines íntimos de esta mujer extravagante y talentosa que fantaseaba todo el tiempo y se concebía como una escritora secreta. Decía: “Soy como los animales, escondo lo que más me gusta”, (pág. 165).

Silvina escribió poesía toda su vida, aunque como narradora fue más arriesgada y notoria. Dicen que tenía unas piernas espectaculares y sabía lucirlas doblándolas con tesón en el sillón donde se sentaba. “Era una mujer que lo hacía sentir bien a uno”, comenta Ernesto Schoo, novelista y crítico teatral que la conoció muy de cerca. Se habló mucho, también, de sus inclinaciones sexuales. A este respecto, el escritor Edgardo Cozansky subraya que entre las mujeres de la aristocracia era muy normal el lesbianismo. “Creo –dice–, que era una perversa polimorfa”. Mantuvo una relación sentimental e intensa con Alejandra Pizarnik. Las cartas de la poeta a Silvina se publicaron años después a la muerte de ambas. Pero si hay alguien que confirmó sus amores no fue otro que su esposo Bioy en 1994, un año después de su muerte: “Silvina tenía otras relaciones, pero yo sabía defenderme de los celos y por otra parte sus historias no eran tan frecuentes. Siempre nos unió un gran cariño que iba más allá de la atracción física”, (pág. 115).

El libro de Enriquez responde a esa intencionalidad que tenía su biografiada de aparecer como un ser secreto y deliberadamente misterioso. Algo que viene a concitar el coro de voces que se aproximaron a su vida (bien recuperado en este libro), que la conoció en su círculo, y que todos sus componentes comprobaron que en ese segundo plano por el que optó Silvina fue el medio mejor labrado para moverse con total libertad y para escribir a su antojo.

La hermana menor es un retrato extenso de una figura que, probablemente, no tuvo la justicia poética que merecía, en parte debido a la propia idiosincrasia del personaje en sí, aplanado por otras figuras monumentales establecidas en derredor suyo y, también, trabado por la desafección que sufrió en muchos momentos motivada por la constante infidelidad vivida bajo el mismo lecho matrimonial.

Este es un libro revelador, ameno y curioso de la vida inquietante de Silvina Ocampo, de su esposo y allegados, un texto bien armado que nos invita a aproximarnos a la obra de esta enigmática escritora que dejó pruebas de una extraordinaria imaginación y maestría en sus cuentos, que hizo lo que le vino en gana durante su dilatada vida y que sobrellevó con desparpajo y dignidad sus sombras y vicisitudes íntimas, permaneciendo discretamente oculta. Interesantísimo.

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