Uno
se plantea, a sabiendas de que ya lo han hecho otros de acreditada
solvencia, si el lenguaje es una herramienta suficiente y rotunda
como para transmitir lo que se desea y se quiere contar. Muchos
piensan que no por lo que, a veces, tiene de defectuosa. Por eso la
literatura siempre es un intento por dar respuestas a lo inefable, a
lo terrible, a lo que carece de respuestas, y precisa de visibilidad.
De todo ello da cuenta la palabra escrita. Y esto es así porque una
vida sin eco ni memoria escrita no sería vida, como una inteligencia
sin posibilidad de expresarse no sería inteligente.
Si
la escritura es un puente, el río que pasa bajo ella no es más que
la vida transferida por su autor, que interfiere en la nuestra con
los hechos que cuenta o con la revelación de sus palabras, con la
intención de encontrar un síntoma, un rastro, o un espejo al que,
quizá, hubiéramos preferido no asomarnos y ver reflejada allí una
verdad ominosa que define la lógica secreta del mundo en el que,
resignados, vivimos.
Hay
ciertos libros, y no son muchos, que son rotundos en estas
disquisiciones literarias y nos dejan abatidos, con la sensación de
haber tocado un fondo del que ya no saldremos siendo el mismo lector.
Cárdeno adorno
(Períferica, 2018), de Katharina Winkler
(Viena, 1979), es uno de esos libros, un texto duro y hermoso a la
vez, donde la belleza del lenguaje y la maldad de los hechos se
funden en la verdad que cuenta, hasta dejarnos estremecidos y
horrorizados, testigos de cómo la infamia y el abuso atávico de la cultura de muchos hombres, a los que no les basta con apropiarse a su antojo de todo lo que le
ofrece la propia Naturaleza, y llegan a alcanzar lo más íntimo y sagrado del
hogar: sus mujeres y sus hijos.
En
ese infierno, Filiz,
la joven narradora y protagonista de este relato, pone su voz para
contarnos cómo empezó su vida a impregnarse de ese ambiente en el
que tiene que sobrevivir frente a la amenaza de la ley impuesta en el
hogar por el padre: “Somos rebaños y pastores al mismo tiempo. Nos
cuidamos unos a otros. Madre nos cuida de padre, padre nos cuida de
los lobos... Cuando padre entra en casa, el silencio lo acompaña.
Nos ponemos de pie, nuestros ojos se ponen de acuerdo. Durante la
comida permanecemos mudos. Tal como padre nos quiere”.
La
historia de esta joven turca fue escuchada, por primera vez, por la
autora de la novela cuando tenía apenas trece años. Su padre,
médico rural en Austria, se dirigió a la gendarmería del pueblo
para denunciar por maltrato al marido de Filiz,
después de que su mujer descubriera bajo el niqap
de la protagonista los moratones que escondía. Este hecho prevaleció
en la memoria de Katharina
hasta el punto de que quiso, al cabo del tiempo, plasmar en una
novela la vida de esta inmigrante, epígono de tantas mujeres
humilladas por esa dominación bárbara y atávica del hombre que
pasa de padres y hermanos a más tarde maridos.
En
la novela Del color de la leche
(2012) de Nell Leyshon
la narradora dice que: “Tener memoria es una buena cosa, porque ahí
está la historia de tu vida y sin ella no habría nada, pero otras
veces tu memoria guarda cosas que preferirías no volver a saber
nunca y, por mucho que intentes quitártelas de la cabeza, siempre
vuelven”. En el relato de Winkler también
está presenta este sentir, pero aquí la memoria de Filiz
atesora una humanidad y ternura prodigiosas pese a tanto dolor
sufrido, y todo lo que guarda en ella es una historia estremecedora,
tan suya como la de la estirpe de cualquier mujer sometida, para
quien vivir consiste en construir futuros recuerdos mejores.
Cárdeno adorno
no es un título prosaico, sino todo lo contrario. Bajo ese perfil
lírico no hay complacencia, sino una metáfora del dolor y de sus
secuelas. Winkler ha
sabido relatar la épica tremenda de la vida de una mujer, aderezada
con el sutil encanto de la palabra justa y precisa, como contrapunto
estético a tanta aspereza, violencia y ultraje. Y hay que añadir a
esto el esmero con que la autora redacta cada página, con una
sintaxis concisa e implacable, marcando un estilo en el que la voz
narrativa se aleja de lo pretencioso, en busca de lo espontáneo y
auténtico. Winkler
logra trasladar de forma vívida y, sorprendentemente poética, el
jugo expresivo a su relato, recogido de las cintas en las que había
ido grabando el testimonio de Filiz,
y la voz encarnada por su protagonista, una mujer que bien podría
representar el sentir de tantas otras voces anónimas o silenciadas
que, en medio del abatimiento y la desdicha, pueblan cualquier parte
del mundo.
“Que
no sea la memoria, como decía Ernesto Sabato,
la temerosa luz que alumbra ese sórdido museo de la vergüenza”,
sino la memoria testimonial como resistencia del tiempo. Cárdeno
adorno es un estupendo debut literario, una novela que se
ocupa de la necesidad de cuidar y transmitir una verdad primigenia, y
lo hace de forma asombrosa y descarnada.
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