martes, 15 de enero de 2019

Una mujer admirable


Un libro de conversaciones no tiene el rigor hermético de un ensayo. En su favor, la conversación cobra un interés inusitado cuando, bien dirigida, alcanza límites que llegan a sobrepasar las expectativas del lector. Y eso solo ocurre si la conversación campea a sus anchas, expone la curiosidad del que pregunta, la frescura del que contesta y, además, tiene la virtualidad de expresar el instante de un estado de ánimo, de una manera de ver la vida en un momento concreto de la existencia.

Bruno Monsaingeon (París, 1943), director de cine, violinista de formación y escritor, ha realizado y producido documentales de temática musical, especialmente de intérpretes del siglo XX, de los que destaca uno dedicado a Glenn Gould. Igualmente, es autor de un libro sobre Sviatoslav Richter y este del que vamos a hablar dedicado a la profesora Nadia Boulanger, en forma de diálogo, bajo el título contundente y persuasivo de Mademoiselle, editado hace un par de meses en Acantilado y traducido del francés por Javier Albiñana.

Este no es un libro de conversaciones sin más. Dice Monsaingeon al principio del libro que con Nadia Boulanger no cabía armar guion alguno, y mucho menos para una mujer de su talla y valía. Tampoco es un libro de memorias ni, mucho menos, un ensayo sobre la figura de esta excepcional mujer, profesora por vocación. Lo que el lector se va a encontrar aquí es con un libro personal, fresco y expresivo sobre una mujer admirable y vitalista que se entregó en cuerpo y alma al magisterio de la música, un texto vívido y ágil por donde transcurren los mejores momentos de aquellos encuentros que el autor mantuvo con ella en París, a lo largo de los años.

Asistimos atónitos al testimonio de una mujer de arrebatadora personalidad, y al descubrimiento de una entusiasta lectora, muy experimentada en los clásicos griegos, en Shakespeare, en Montaigne, o en pensadores como Bergson y Cocteau, a los que cita con soltura. Boulanger (París, 1887-1979) había nacido en el seno de una familia de larga tradición musical. Era hija de un compositor y nieta de una cantante. Tanto ella, como su hermana Lili, se impregnaron de ese clima musical que ya ninguna de las dos abandonaría, cada una por su lado. Estudió con el gran compositor Fauré y empezó, desde muy joven a dar clases de piano elemental y acompañamiento al piano. Más tarde se inició en enseñar armonía, contrapunto, fuga y órgano, y ya desde entonces se instaló para siempre en esa parcela de la enseñanza de la música.

Dicen muchos de sus acreditados alumnos, como Menuhin, Bernstein o Berkeley, que su estilo era su propio método, o, mejor dicho, su método consistía en enseñar a partir de un estilo que la distinguía. No se trata de una técnica ni de un método, el estilo de Boulanger siempre fue la relación que mantenía y sabía establecer con lo que enseñaba, a partir de la singularidad de trasladar al alumno el deseo de saber e interpretar. Paul Valéry decía de ella: “Es la música personificada”, y, para el poeta, la música se coronaba siempre con la inteligencia.

Nadie puede enseñar a enseñar, al igual que nadie, en el fondo, puede enseñar a aprender, subraya el psicoanalista Massimo Recalcati. No se sabe cómo se aprende, no existe una técnica para el aprendizaje. Sin embargo, Nadia Boulanger pertenece a esa estirpe fascinante de elegidos poseedores de ese carisma capaz de transmitir el misterio del aprendizaje, de mostrar y facilitar el camino. Y en ese sentido, más que preocuparse de enseñar música a sus alumnos, se obstinaba por enseñar a oír. Insistía mucho en que la base fundamental de su pedagogía se resumía en: “oír, mirar, escuchar y ver”. Para ella, el enorme privilegio de enseñar consiste, precisamente en eso, en “incitar a quien se enseña a mirar abiertamente lo que quiere y a oír claramente lo que oye. Ello requiere un entrenamiento muy amplio de la vida: el conocimiento de las palabras”.

A lo largo del libro no ceja en volcar toda su sabiduría sobre el aprendizaje permanente de la vida: “Desde mi infancia estuve convencida de que había que mostrar curiosidad e interés, pues sin ambas cosas no existe conciencia posible de uno mismo”. Y añade más adelante: “Ignoro si es posible enseñar a alguien a mantenerse despierto. Lo único que sé es que toda persona que actúe sin sentir interés por lo que hace malogra su vida”.

Yo no diría que este es un libro de recreación de la vida y pensamiento de una extraordinaria profesora. Es mucho más. Por estas páginas recala el amor a la música y, a su vez, la pasión desatada por la vida, cuya clave reside en la pregunta que Nadia Boulanger nos lanza: “¿Somos capaces de desear algo y de mantener viva la capacidad de asombro?” Este es un libro hermoso, profundo y emocionante que amplifica el calado de estas dos ideas, un diálogo repleto de experiencias y pasajes de la vida transferida de una mujer brillante, un hallazgo que celebro y recomiendo.

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