jueves, 20 de junio de 2019

Confidencias literarias


Estamos hechos de historias. Estamos en el mundo a través de las historias que oímos y contamos, y estamos, sobre todo, en el mundo a través de las historias de las que somos parte. Por eso la función de escribir o contar historias está por completo dependiente de los significados, del pensar, como decía Mario Levrero en El discurso vacío, “y no se puede pensar conscientemente en el pensar mismo; de igual modo no se puede escribir o hablar por hablar, sin significados... Si escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, avivar el seso y descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su mayoría trozos de la memoria del alma, y no invenciones”.

En los libros de Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) y, en especial, en su obra No leer (2018), hay un aire cercano y cálido a esa idea de escritura de la que hablaba el escritor uruguayo, a esos trozos de la memoria del alma que le empujan a escribir “para leer lo que queremos leer”. Dice Zambra que “se escribe cuando no queremos leer a los otros... cuando esos otros no han escrito el libro que queríamos leer. Por eso escribimos uno propio, uno que nunca consigue ser lo que queríamos que fuera”. Piensa ahora, como entonces, que escribir es como “cuidar un bonsái”, que hay que podar, con mimo, hasta darle una forma que andaba oculta: “escribir es alambrar el lenguaje para que las palabras digan, por una vez, lo que queremos decir; escribir es leer un texto no escrito”.

Ahora, con Tema libre (Anagrama, 2019), el editor Andrés Braithwaite reúne algunos textos que aparecieron en su día por las distintas revistas culturales chilenas y mexicanas en las que colaboró Zambra, que vienen a confirmar esa fervorosa pasión suya en torno a la creación literaria y a ese binomio indisoluble que forman la lectura y la escritura. En estos relatos, conferencias, crónicas y ensayos descubrimos todo ese motor de pulsiones literarias que fueron emergiendo a lo largo de unos pocos años, desde ese propósito de contar, con un lenguaje cercano y limpio, y compartir algunas de sus epifanías narrativas nacidas del apego a otras lecturas, sobrevenidas al escuchar canciones de Roberto Carlos o, también, obligadas al plantearte cómo manejar la vida en otro territorio ajeno y lejano a tu infancia.

Todos los libros son libros del desasosiego”, dice. Pero no es tanto una desazón la que el lector encuentra en estas divagaciones literarias de Zambra, sino más bien un discurrir cómodo y abierto por la senda de la lectura y de la escritura que tanto importa al escritor y que le sirven de salvación al desarraigo de esa soledad existencial que siempre nos acompaña desde nuestra tierna infancia. La gracia de estos textos está en que los temas abordados, desde una perspectiva aparentemente simple, pues resultan como extraídos del lenguaje coloquial de una conversación, y tan inteligentemente elaborados, dan mucho de sí, incluso, haciéndonos creer que escribir es un acto de suma sencillez, algo parecido a una faena doméstica que se hace sin pensar. Un error, nos viene a decir, ya que un escritor no sabe nunca cuánto va a poder escribir ni qué va a escribir, tal vez porque escribir sea el único oficio que se hace más difícil cuanto más se practica.

Tema libre es un libro eminentemente confesional, plagado de verdades literarias y de revelaciones lectoras que han constituido una importante ligazón en la trayectoria literaria de su autor. Pero, a su vez, es ese tipo de libro que viene a decirnos que leer es también tomar apuntes, subrayar una frase o un párrafo, detenerse a marcar algo que te llamó la atención o te generó perplejidad, quizás con ese sobreentendido que todo escritor verdadero hace al entregar su texto a un lector desconocido para que este, con su lectura, lo reescriba. En una de sus mejores piezas, la que lleva por título Penúltimas actividades, Zambra recomienda a un escritor incipiente una serie de actividades necesarias para armar su primer libro. Entre estos consejos destaca el más radical: prender fuego por completo a su biblioteca y después empezar de cero, sin tener que agradecerle nada a nadie, como si no hubiera tema, ni maneras de dónde partir, como si solo se deseara escribir desde la propia voz de su autor que empieza de nuevo a echarse a andar.

Con ese instinto insaciable de renovación tan característico en su quehacer literario que le lleva a inventarse un territorio que rebosa libertad, Tema libre, en su conjunto, es una apuesta en defensa de la creación literaria y, también, una llamada de atención que al propio tiempo incita a romper las reglas existentes, como rebeldía en la manera de decir, o lo que es lo mismo: no es necesario tener un tema para escribir. “Dicen que los temas en literatura son solamente tres o cuatro o cinco, pero quizás es solo uno: pertenecer. Todos los libros –sostiene Zambra– pueden leerse en función del deseo de pertenecer o de la negación de ese deseo”.

Una vez más, su audacia nos viene a recordar que el libro no escrito es el que más le interesa. De ahí que su escritura persigue siempre reinventarse, y en esa aspiración inacabada y permanente proclama que la literatura se sustenta en la literatura que la dilata, la prolonga, la transforma y la resume, incluso sorteando las reglas establecidas. No sé cómo lo hace, pero Zambra tiene esa rara habilidad de autentificar su escritura con muchas de las contingencias literarias que a muchos lectores nos rondan por la cabeza.


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