viernes, 7 de junio de 2019

Vidas tuteladas


El mundo ha cambiado, pero no tanto como nos quieren hacer creer algunos. Sigue habiendo ricos y pobres, empresarios y trabajadores, dirigentes y gente de a pie, personas independientes y personas dependientes, gente poderosa y una mayoría silenciosa obediente y, aparte, los marginados. En este mundo que no ha cambiado tanto como pretenden hacernos creer, también hay patrones literarios que se han establecido con cierta comodidad entre todos estos conflictos eternos, sin apenas hacer ruido. Pero eso no quiere decir que la literatura no fije su mirada en ellos. La literatura, en esencia, es política, independientemente del ámbito y el contexto en que se desarrolle. Toda escritura actúa siempre como proyección social y solo se encumbra cuando proyecta esa conjunción de factores sociales en los que reflejar las vidas de los otros, la de todos y, desde luego, la de los excluidos y la de los menos aptos.

Lo que ha venido haciendo Cristina Morales (Granada, 1985) con su escritura encaja en esa dinámica literaria de volcar en sus textos esa mirada punzante que cuestiona lo que ocurre y, al mismo tiempo, se cuece en la calle. Ahí está por ejemplo ese clamor asambleario de los indignados de su primera novela, Los combatientes (2013), o esa manera osada de poner voz a Santa Teresa, la protagonista de Malas palabras (2015), por no olvidarnos tampoco de los personajes que pueblan Terroristas modernos (2017), una crónica sobre la conspiración frustrada contra Fernando VII allá en 1816, en la que se conjuran los mismos problemas políticos de la España de hoy. Ese tono social combativo de sus tres obras anteriores también se hace extensivo, pero, con mayor desmesura e irreverencia en Lectura fácil (2018), ganadora del Premio Herralde de Novela. Se trata de una novela coral donde sus protagonistas, cuatro mujeres emparentadas entre sí, cada una de ellas con una supuesta discapacidad intelectual, que viven en Barcelona alojadas en un piso tutelado, bajo la supervisión de programas institucionales de integración, y en las que ellas mismas van contando sus vicisitudes y desacatos con más lucidez de la que se podría presuponer.

Las limitaciones de la vida de Nati, Patri, Marga y Àngels no provienen, curiosamente, de sus condiciones físicas ni de sus características intelectuales, sino de las múltiples dificultades de adaptación a la normativa a las que las somete el sistema en su día a día. Todas mantienen un discurso personal propio, para deliberar y, a la vez, para mostrarnos sus discrepancias con las pautas que deben cumplir en su proceso de integración. Una de ellas, que practica danza inclusiva, la más leída e insumisa del grupo, arremete contra todo lo que la rodea y pretende controlarla: gobierno, instituciones, colectivos o eslóganes ideológicos, y sostiene que la gente está alineada en “bastardistas” y “bovaristas”, dos facciones para interrelacionarse en sus vidas. Otra es una adicta al sexo, adherida al movimiento okupa, que se desvive por dar satisfacciones a su cuerpo y por ser libre. Sobre ella hay un proceso judicial en marcha impulsado por la Generalitat, como institución garante y tutelar, intenta someterla a una esterilización preventiva. Otra anda preocupada por ajustarse a su hecho diferenciador de discapacitada y acomodarse en el piso de acogida atendiendo siempre a las indicaciones de la funcionaria que lo supervisa. Y la cuarta es la que se ocupa de escribir una novela por Whatsapp siguiendo el método de la lectura fácil.

Lectura fácil es, por tanto, una novela con distintos registros narrativos que se van alternando en cada capítulo, y que tiene más que ver con el habla de sus personajes que con la lengua escrita. De ahí que sus diálogos nos parezca, con el juego de voces que ellos originan, lo más relevante, arriesgado y atractivo de la obra, incluso cuando surge de la inercia de muchos de sus pasajes hilarantes que, incluso, nos resultan paródicos. Morales se las maneja bien para no caer en lo anecdótico y mantener un discurso potente, que, a la vez, resulta vibrante y transgresor. Por eso no escribe para los biempensantes, como tampoco lo hace para bendecir el orden establecido, sino que, desde el principio, su planteamiento es escribir una novela destructiva tan solo para agitar la vida, la vida prestada de cuatro mujeres infames que se abren paso a pesar del orden establecido. Y, aun así, todas conforman un ente familiar irrenunciable y solidario.

La épica de la ciudad está muy presente en la novela a través del modus vivendi de sus protagonistas y la jerarquía del discurso social de resistencia que las impulsa. Lectura fácil tiene la capacidad de mostrar, al propio tiempo, el sentir de sus personajes, expertos maquinadores de conflictos, los mismos que deberán superar y, sobre todo, obligarse a esa tarea permanente de inclusión por el hecho de ser diferentes al resto. Y es por ahí por donde transita la trama ideada por su autora, para realzar la voz de sus protagonistas, voces que no obedecen a un código común, sino a un relato personal, el que tiene cada una de ellas, según su entender y conveniencia, para colocarse así frente a sus problemas e intentar, a su manera, sobrellevarlos.

Esta novela es de una originalidad pasmosa, tiene mucho de ensayo y de crónica, precisamente, porque está trazada desde una realidad palpable en la que su verosimilitud no es nada inocente y mucho menos convencional. Cristina Morales festeja toda esa anomalía reinante firmando un artefacto literario tan vibrante como divertido, de un humor desbordante y que debe entenderse como una sátira política demoledora que no dejará indiferente a quien la lea.


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