jueves, 13 de junio de 2019

Paisaje de lo vivido


Desde luego, leer no es solo la costumbre de una habilidad o el dominio de una destreza. Ni tampoco una puerta que accede a descifrar el mundo o un canal de información y conocimiento, sino que es algo más profundo y esencial. Leer es una forma de vivir próxima a la emoción, al asombro, a la sorpresa. Leer es, también, como la vida, una experiencia prolongada, un misterio que se desvela poco a poco, lectura tras lectura. Y es en ese ejercicio de literal revelación donde el lector encuentra vivencias compartidas que, a través de otros, le forman una conciencia e, incluso, una visión más variada de un paisaje vivido por él o, sencillamente, le inducen a percibir un deleite continuado.

De este sentir, de esta manera de entender la vida de afuera desde el interior de la literatura, desde la palabra evocadora de los libros, es de lo que se vale Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) para escribir Recuerdos de vida (Galaxia Gutenberg, 2019). Estas páginas transitan por esa calle de la vida, a la que se refiere en el arranque de estas memorias, y se vale de ellas para contarnos su propia educación sentimental en aquellos años de infancia y juventud de un Madrid convulso, antes de que su vida letraherida, ahora ya centenaria, se empeñara en la tarea de encaminarlo a ser el escritor de relatos, que todavía perdura. Nos cuenta cómo empezó todo lo que le condujo a su desatada vocación de escritor. Nido de nobles, de Turguéniev, se convirtió en su adolescencia su lectura más importante, la que le hizo entrar en el mundo de los adultos y dejar atrás las lecturas de Emilio Salgari y Julio Verne.

Esta revelación del escritor ruso y otras lecturas posteriores le hicieron viajar y distanciarse de lo que significaba su núcleo familiar y su entorno, estableciendo en su vida un vínculo existencial con la literatura de la que ya nunca se apartaría: “... ése es el gran poder de la literatura –subraya–: transmitir un mensaje velado y alusivo para que un receptor ignorado pueda entender su propia vida e identificarse. La puerta de acceso a una obra es sentir que algo de ella es nuestro”. Este pórtico aludido por Zúñiga, un mundo evocador en el que caben Stefen Zweig, Somerset Maugham y Baroja, supuso un punto de inflexión para su futuro. Después vendrían otros instantes en ese fluir del tiempo con el estudio de otros idiomas que le permitirían descubrir a otros autores e iniciarse en la traducción de sus textos. Mientras tanto, el Ateneo y la Biblioteca Nacional le valieron no solo como centros capitales de lecturas y de conocimientos en lenguas eslavas, sino también en un lugar donde escribir, sobre todo, cuentos, su género preferido.

Tampoco cesará en su trayectoria su constante mirada hacia ese Madrid nevado y aquejado de tanta infamia militar, como se aprecia en los relatos reunidos en la trilogía ambientada sobre la guerra civil y su posguerra que comprende sus libros Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003). En aquellos tiempos de penuria y aislamiento que dieron forma y contenido a tantos textos narrativos suyos, su madre fue un baluarte y un foco de atención imprescindible, la persona con la que más hablaba y a la que nunca recuerda interponerse en su vida, ni alarmarse por su visión de las cosas. También recuerda cómo comenzó a leer y a escribir siendo un crío, bajo la tutela de dos monjas que dirigían el Colegio franco-español en la calle Campoamor de Madrid.

Todo lo que se va desvelando en estas breves memorias viene a mostrarnos la esencia de un literato, la de un hombre que ha vivido y desempeñado su existencia bajo el influjo de los libros, los que ha escrito y los muchos que ha leído. “En las páginas de los libros –confiesa– perseguía, sin saberlo, unos compañeros, una casa, una ciudad o una forma de vivir; todo lo cual, como se descubría pasados los años, era la conciencia de una patria determinada e identificada”. Zúñiga es consciente de ese poder transformador que poseen los libros, auténticos maestros de la vida y valedores de mantener vivo el ideal que las imposiciones diarias nos obligan a posponer. Con ese convencimiento guarda para el final del libro su más encendido elogio hacia ellos y sus efectos con estas palabras: “exaltan, entristecen, embriagan; todo ello en la sutil área de las ideas, de la mente. Y, a la vez, alimento no perecedero, que permite múltiples digestiones...”

Todo lo que hay en estos recuerdos no es más que el fruto de una vida plena dedicada a la literatura, la de un hombre que todo lo que aprendió y escribió fue naciendo de una mirada atenta a la vida de los otros. Lo leído y lo escrito por él se funde en ese compromiso con la realidad, el que aglutina vida y destino con la propia experiencia revivida, la que surge de la memoria como verdadero motor de la literatura.

Recuerdos de vida es un libro de memorias conciso y vívido, que encarna ese compromiso adquirido por su autor con las letras, que no es otro que el que le dieron los libros en sus distintas etapas vitales. Zúñiga nos entrega un texto depurado que da cuenta de esa formación que le valió convertirse en el escritor que hoy es, un autor apartado del mundanal ruido, pero fecundo, un artista de prosa sencilla y contenida que sigue emocionándonos, capaz de confiarnos su manera de ser y de estar en la vida, sus secretos de familia, vivencias personales en tiempos de guerra y el amor compartido con Felicidad, la mujer de su vida.


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