Dice
Camus que “el mundo
novelesco no es más que la corrección de este mundo, según el
deseo profundo del hombre. Pues se trata indudablemente del mismo
mundo. El sufrimiento es el mismo, la mentira y el amor. Los
personajes tienen nuestro lenguaje, nuestras debilidades, nuestras
fuerzas. Su universo no es ni más bello ni más edificante que el
nuestro. Pero ellos, al menos, corren hasta el final de su destino y
no hay nunca personajes tan emocionantes como los que van hasta el
extremo de su pasión”.
El
personaje de Antes. Entonces. Nunca (Talentura,
2019), la última novela de Raúl
Ariza
(Benicàssim, 1968), es un tipo engreído y obsesivo, alguien capaz
de dar un apretón de tuercas a la cita que hemos tomado como
arranque de esta reseña y ponerla patas arriba. Este personaje es
escritor y mantiene oculta otra ambición opuesta a esa otra de
querer corregir el mundo, pero sin dejar de llegar al final de todo
cuanto se propone, como si el mundo novelesco del que habla el
escritor francés no encajara en su idea de relatar todo lo que le
acontece. Para él todo es una proyección de sí mismo. Sin embargo,
para un hombre de su estirpe, que hace gala de su valía, que hace
trampas con su conducta, animado por ese encanto que presume tener,
su confianza le conducirá en poco tiempo al autoengaño para
justificar su propia existencia narcisista que le llevará a un
desamparo inminente hasta el punto de plantearse si su vida vale o no
la pena de ser vivida.
¿Cómo
se articula la trama de esta historia? Ariza,
antes que nada, imprime un enunciado con tres puntos que, ya de por
sí, pone en sobre aviso al lector. Antes.
Entonces. Nunca
desvela un título enfático, y ese es el propósito del autor,
preparar al lector para lo que viene, un devenir narrativo diseñado
en tres tiempos, en tres etapas por las que va a transcurrir todo el
desarrollo de su novela. Pero también, su estructura va en la misma
dirección. Está contada en tres actos, y en cada uno de ellos
interviene un narrador que pone voz desde el yo, desde el espejo
reflejado por la segunda persona y, finalmente, desde fuera cuando lo
toma la tercera persona. Tres voces que conforman las tres partes en
la que está divido el relato para escenificar la historia particular
que encarna el mito de Narciso trasladado a esta época en la que
vivimos, y para ello se vale de la figura de un personaje canalla y
embaucador que no tiene en cuenta el impacto y la trascendencia que
producen sus actos en sus conquistas amorosas.
En
Antes. Entonces. Nunca,
su autor, no solo se
interroga sobre la consistencia del ser que representa su
protagonista, sino que también se interroga sobre la consistencia
del tiempo. En cierto modo, la pregunta de ¿quién soy?, presente
siempre en la mente del personaje, va con frecuencia acompañada de
esta otra: ¿en qué tiempo estoy? Ariza,
al examinar pormenorizadamente el pasado de su personaje, sobre todo,
la infancia y juventud, también trabaja con el tiempo y su
relatividad. Me refiero, a que en el relato el pasado está tan
abierto como el futuro, es decir, que es tan misterioso e incierto
como el porvenir de su protagonista.
En
la primera parte, Lo que
sucedió antes,
el narrador nos cuenta su historia recreada en detalles a través del
recuerdo de su niñez, de su familia, de los objetos de su casa y de
las calles y plazas de su pueblo: “Estoy perfectamente servido
gracias al hogareño mundo que circula en torno a mí”. Y este
sentir lo acentúa complacido con una cita de Capote
en
Desayuno con diamantes:
«Se
pertenece a ese lugar donde te sientes a gusto».
En la siguiente, titulada Lo
que sucedió entonces,
a mi juicio, la más reveladora, Ariza
establece
el nudo de su relato utilizando en este caso el envite y la fuerza
narrativa de la segunda persona para dirigirse a su personaje que se
encuentra abandonado en la zona más oscura de su existencia y
retratarlo sin miramientos, tal como quiere presentárnoslo: abatido,
hundido en lo más profundo de su desánimo. Un Narciso
que ya no pertenece a un tiempo pretérito glorioso, sino a un tiempo
presente marchito. Nada es achacable a los personajes que se
acercaron a él atraídos por sus encantos. A ellos les debe esa
fascinación que ejercieron sobre él. En ese sentido, su situación
de hastío, evidentemente, la ha provocado su propio fracaso. Toda
esa desconfianza en sí mismo resuena bajo la voz de ese narrador
inquisitivo que le aviva el recuerdo para tratar de poner coto a un
tiempo ominoso y salvarlo de ese silencio profundo que ha sacudido su
moral. La última parte de la novela, Lo
que nunca sucedió,
contada en tercera persona, con el mismo proceder minucioso y
descriptivo que la primera, nos conduce a un final nada complaciente
que nos lleva a descubrir la verdadera naturaleza de Raúl,
su protagonista, un alma esquiva y destructora.
Ante. Entonces.
Nunca es una novela
intensa, escrita con mucha audacia narrativa y llena de referencias
literarias y de un enfoque muy filosófico, una trama en la que lo
trágico del mito estriba en que su héroe es consciente de que su
tormento le alcanza de lleno. Y ante eso, pretende superar su destino
mediante un desprecio desmedido a sí mismo. Uno no es virtuoso por
capricho, viene a decirnos Ariza
en esta implacable historia de afán desmedido por conquistar lo que
no se posee, pero el destino siempre irremisible se deja sentir y
acude para poner punto final a lo indecible de una derrota.
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