miércoles, 13 de noviembre de 2019

La rara virtud de leer


Leer es, por encima de todo, un placer, dice Rosa Regás. Algo que compartimos mayoritariamente. Su inutilidad se echa a un lado para dar paso al objeto de la lectura: poner nuestra experiencia y nuestra memoria al servicio de una invención, de un pensamiento, de una historia que hacemos nuestros, como nuestros son los rostros de los personajes, los paisajes, la atmósfera, las situaciones y los conflictos que el autor nos presenta a examen. El libro es quizás la más digna habitación de la palabra. Y es esta la que da sentido al texto, la que hace posible su lectura, su interpretación y, lo más importante, el cauce que provoca el verdadero interés en el lector. Ahora bien, “el poder de los lectores –escribe Alberto Manguel–, radica, no en su habilidad para reunir información ni en su capacidad para ordenar y catalogar, sino en sus dotes para interpretar, asociar y transformar sus lecturas”.

El nuevo libro de Carlos Skliar (Buenos Aires, 1960), La inútil lectura (Mármara, 2019) aborda como nadie el empeño y convicción moral de otorgar a la lectura ese rasgo de ser uno de los actos que confieren valor a nuestra existencia, y que nace de un primer ejercicio de atención y recogimiento. Sobre el placer de leer y sobre las dotes para interpretar que tiene en sus manos el lector, Skliar escribe este apasionante y emotivo ensayo que va más allá de un autodescubrimiento, como refleja esta reflexión suya al inicio del libro: “No es que gozo de la lectura, no es ésa exactamente la palabra que mejor describa aquello que me ocurre; sería más preciso decir que gozo del tiempo en que me dispongo a leer y leo, es decir, el placer no está en descifrar, interpretar –que son rasgos del esfuerzo incluso del padecimiento de una tarea– sino en abandonarme, despreocuparme, sustraerme, ausentarme”.

¿Por qué leer?, se preguntaba el recién desaparecido Harold Bloom y se contestaba: «Para mí, la lectura es una praxis personal, más que una empresa educativa..., no hay una ética de la lectura». Carlos Skliar se considera un lector corriente, común, un lector cotidiano y habitual, y añade a nuestra pregunta, o mejor dicho, a la que se hace el crítico neoyorquino lo siguiente: “No creo en la lectura como un medio hacia otra cosa, sino como el mayor medio en sí, por sí mismo; leer, pues, como un entremedio sin finalidades a la vista […] Como lector corriente o común me sorprendo a mí mismo cargando libros para leerlos delante de toda abertura mínima de tiempo”.

Por todo el libro hay un despliegue de afectos literarios, de autores escogidos para poner relieve a todo lo que suma y multiplica proveniente de la lectura. Leer para Skliar es más una disposición que un resultado. Aquí se cita a Tsvietáieva que se pregunta si hay alguien que haya entrado dos veces en el mismo libro. Por aquí se asoma Barthes para decirnos que leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo siguiendo la llamada del texto. Nietzsche, también es citado, para celebrar que existan lectores que «tengan carácter de vacas, que sean capaces de rumiar, de estar tranquilos»; y Pessoa para insinuarse como lector: «Leo y me abandono, no a la lectura, sino a mí mismo»; y autores más de nuestro tiempo, como Andrés Neuman que pone su atención lectora en lo efímero del tiempo: «Leer como si, dentro de un minuto, nos fueran a apagar la luz»; o Ricardo Menéndez Salmón que hace una hermosa analogía entre el amor y la lectura: «Solo quien ha estado enamorado sabe que el amor regala y quita; solo quien ha leído sabe si la vida merece la pena de ser vivida sin la conciencia de aquellos hombres y mujeres que nos han escrito mil veces antes de que naciéramos”.

Todo libro rompe un cerco, pero a su vez nace de él, de una voz que ha sido capaz de volverse un cerco de voces, un murmullo entre tanto que decir. “La lectura no nos dará sobreabundancia –nos advierte Skliar–, sino más bien vinculación: apego al mundo y a sus recorridos, afección por lo que se ha dicho y se ha hecho, memoria en estado de vigilia”. Tenemos necesidad de lo inútil como tenemos necesidad, para vivir, de las funciones vitales esenciales, escribe Nuccio Ordine. La inútil lectura gira en torno a esa idea de vínculos y futilidad, pero en la vertiente más próxima a esa rebeldía que supone leer, para seguir haciéndolo, “porque ciertos libros conducen a otros libros y esta es una verdad de Perogrullo”, que muchos, convencidos, nos empeñamos en propagar.

La inútil lectura es una pesquisa luminosa sobre el hecho de leer, un libro extraordinariamente persuasivo que viene a decirnos de muchas maneras que leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse, y aun siendo un acto sedentario, nos vuelve a nuestra condición de nómadas. Y en ese sentido, nos dice que: “abrir un libro es un gesto que continúa el mundo, que lo transmite, que lo hace perdurar”.

Carlos Skliar firma un libro fecundo, un volumen escrito con delectación para discernir el verbo leer en doscientas cincuenta páginas, que parecen menos, gracias a su amenidad y a la eficacia de su prosa ágil y sencilla. Este es un libro en el que el lector se hace sentir próximo al autor, al menos así ha sido mi experiencia, e, incluso, hasta compartir con él ese sentimiento común resumido en que el centro de la vida literaria está en leer. Por ello, hablar de la experiencia de leer, de lo que dice este libro y cómo lo dice, nos acerca a entender mejor que leer es un disfrute, un ejercicio de riesgo también, de exclusividad y de fidelidad compartida.


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