miércoles, 26 de febrero de 2020

Mujer de armas tomar


Nabokov había conocido a Véra en Berlín y se casó con ella en 1925. Vivieron con estrecheces en unas habitaciones minúsculas, sobre todo después del nacimiento de Dmitri, en 1934. Vladimir tenía la preocupación constante de cómo ganar el sustento diario, y la situación política por aquellas fechas era inquietante. Véra era judía y, con la llegada de los nazis al Parlamento alemán en 1932, se hizo extremadamente difícil conseguir un pasaporte de emigrado. Para mayor consternación de los Nabokov, el destino quiso que, en 1936, el vituperado general Biskupsky fuera puesto al frente del departamento nazi que se ocupaba de los emigrados rusos. Y lo que es peor, nombró de subsecretario a Serguéi Taborysky, el hombre condenado por la muerte del padre de Vladimir.

Tan pronto como pudo, Vladimir se trasladó a Francia para buscar trabajo. Más tarde, en el verano de 1937, Véra y Dmitri se reunieron con él. Madre e hijo escaparon gracias a las diligencias prestadas de una organización de ayuda a los judíos, unos pocos días antes de que los tanques alemanes alcanzaran París. Nabokov había dejado documentos, dos manuscritos y una espléndida colección de mariposas en un sótano que los alemanes desvalijaron después de su partida. En todo este trasiego de huída y difícil asentamiento, el matrimonio forjó un destino común: la literatura, toda una exaltación vital en torno a las letras que los mantuvo unidos hasta sus últimos días.

Leyendo Un revólver para salir de noche (Galaxia Gutenberg, 2019)) de la escritora, traductora y periodista checa Monika Zgustova, podemos llegar a pensar que, de no haber conocido Nabokov a Véra, es muy probable que el reconocimiento internacional que tuvo no hubiese tenido el alcance y proyección de entonces y del que hoy conserva. Zgustova nos acerca a los entresijos del matrimonio Nabokov a través de un artefacto narrativo, a modo de biografía novelada, para conocer su vida en común, la personalidad de cada uno de ellos, así como la relación entre la vida del escritor y su obra bajo la supervisión siempre de su esposa, una mujer ambiciosa y testaruda, con una energía arrolladora. Véra, como aquí se nos cuenta, es la clave que trazó el mapa literario del hombre que triunfó y dio tanto que hablar con la publicación de Lolita. Ella modela su trayectoria y la dirige con mano recia. Ella planifica la vida y el futuro de Vladimir, un aristócrata ruso que huye de su país y de Alemania, y tiene que abandonar su maravillosa colección de mariposas.

Ella se convierte en la primera lectora de sus textos, es quien los pasa a limpio y los entrega en la editorial. Ella organiza la vida de la familia allá donde se instale, primero en Berlín, luego en París y finalmente en Estados Unidos. Es ella la que lleva sus finanzas y le representa, la que fija las condiciones de sus contratos editoriales, las adaptaciones cinematográficas y con quien hay que hablar para cualquier entrevista. Pero también, en el terreno privado, es acaparadora y consigue controlar sus amistades, especialmente, cuando se rodea de mujeres, hasta incluso asistir, como una alumna más, a las clases de Literatura que él imparte en la universidad.

Él se moría de ganas de escribir en ruso y ya no se le permitía: “Abandonar la lengua rusa, tan querida y flexible, y enfrentarse a un idioma para el que no tenía sensibilidad al cien por cien fue una de las tragedias de su vida[…] Recordaba su infancia, su aya inglesa, las noches con sus padres leyendo a Dickens o Stevenson en versión original, sus estudios universitarios en Cambridge, y se preguntaba cuál de aquellos era su inglés”. Pero, a pesar de ello, ella insiste y le convence para que se disponga a escribir en inglés y se centre en escribir novelas que es lo que el público quiere y da prestigio y dinero.

Consciente de que no tenía el talento de su marido como creadora, le entregó su vida, su admiración absoluta. Su vida se justificaba estando a su lado, como ella era, como una mujer de armas tomar, decidida y echada para adelante, como una auténtica guardaespaldas que se afanaba de llevar una pistola cargada en su bolso, por si acaso, sin importarle que la gente pudiera sospechar de su mortífera extravagancia. Hay un pasaje del libro que lo resalta. En una velada en casa de unos amigos, la anfitriona se levanta y brinda por el feliz matrimonio de ambos: “–¿Feliz matrimonio? Será porque le tengo miedo y hago lo que ella quiere –bromeó Vladimir”. Véra, a petición de él, abrió el bolso y mostró a los presentes “un revólver pequeño, pesado, y lo colocó en la palma de su mano...”

Un revólver para salir de noche es una historia centrada en la mujer de Nabokov, el verdadero baluarte de su vida literaria, pero, a su vez, es la historia que concierne a las vicisitudes de un exilio familiar y a la nostalgia de una patria perdida para siempre que se entrecruzan y afloran en cada estancia en la que habitan sus protagonistas. Montreaux, Cannes, Nueva York y Boston conforman el núcleo fundamental de la vida particular y social de ambos, de donde también parten sus textos.

Zgustova nos entrega una historia fascinante muy bien escrita, una indagación narrativa muy seductora, en la que el arma verdadera del título del libro lo encarna su protagonista, la mujer que comparte con pasión y celo la vida y obra de uno de los maestros de la literatura del siglo pasado. Para un hombre como Nabokov, que decía que el arte del escritor es su verdadero pasaporte, una mujer del talante impetuoso de Véra también iba a ser para él un visado literario imprescindible y de incalculable valor, que necesitaba imperiosamente para su arte y su vida diaria.


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