La novela, como decía Novalis, es una vida en forma de libro. El propio escritor retoma en su proceso creativo los pasos del juego comunicante, de frontera fluida, que brota de la novela en marcha, así como de la misma vida. No obstante, conviene tener presente que el primer móvil de esta suerte de género, y nada puede reemplazarlo, es el interés por mostrar las situaciones y conflictos que se producen dentro de la historia. La novela, por otra parte, da perspectivas, más que enseñanzas morales, sobre la manera de cómo el lector está percibiendo el mundo que el autor le presenta. Una novela es un mecanismo de despliegues y revelaciones, una poderosa lente cognitiva en la que ver cómo se mueven los personajes que la integran, tanto si estos se someten a los conflictos que en ella se plantean, como si los eluden o se enfrentan a ellos.
Nuria Barrios (Madrid, 1962), con su nueva novela Todo arde (Alfaguara, 2020), logra desplegar estas consideraciones y sacar a relucir los motivos que llevan a sus personajes estos enfrentamientos para mostrarnos hasta dónde son capaces de llegar y arriesgar sus frágiles vidas, como impulso de obedecer a unas circunstancias en las que “para sobrevivir hay que ir con la corriente, no contra la corriente”, aunque lo que les empuje a ello no vaya más allá de la degradación, la atadura y la miseria más absoluta.
Barrios ya trató cómo la droga lo recrudece todo y quiebra el hogar de las familias en algunos de los relatos de Ocho centímetros (2015), sumergiéndose en ese sórdido mundo tan devastador y su impacto sobre las vidas de los que las consumen, así como sus efectos sobre las familias de los implicados. En ese ambiente todo transita en un mismo tono degradante, de manera que los personajes muestran sus vidas perdidas bajo la inercia voraz de la adicción que les conduce a la exclusión social y a la extinción más sombría.
En el relato de ahora vuelve a esa misma ambientación abismal para contarnos la relación angustiosa entre dos hermanos que cruzan sus vidas en un poblado marginal, fuera de la ley, donde uno de ellos se ha ocultado. En ese territorio infernal, que simboliza el Hades, la joven Lena, digamos Eurídice, malvive presa de su dependencia con la droga, factor determinante de toda su precariedad y alejamiento de los suyos. A ese submundo ha ido a parar Lolo, un adolescente, como el Orfeo mítico, con el firme propósito de rescatar a su hermana de aquel averno infesto en el que se ha metido, malviviendo de los pequeños hurtos que comete en el aeropuerto, y devolverla al hogar común de ambos, al cuidado y protección de la familia.
"Por estos lugares llenos de espanto", como anuncia la cita de Ovidio con la que arranca esta odisea narrativa, los personajes nos llevarán a los bajos fondos de este poblado ubicado en las afueras de Madrid. Casi todo lo descriptivo que tiene la novela lo envuelve lo más sombrío de la noche, la mugre de los fumaderos y la suciedad maloliente del lugar. Lo más encendido del relato lo ponen los vívidos diálogos que se suceden permanentemente y que ponen la chispa del habla de sus habitantes, clanes gitanos adocenados en el extrarradio de una gran ciudad, que solo entran y salen de sus agujeros inmundos para trapichear o enfrentarse entre ellos como tribus en guerra.
Lolo aún conserva esa parte ingenua de la juventud que piensa que todos los problemas se deben a una causa, y que cree que si uno es consciente de esa causa puede encontrar una salida. En este viaje por ese inframundo concluirá que los problemas no tienen solo un motivo, sino varios, que detrás de ellos hay un compendio emocional que hace muy complejo dilucidar la verdad. El tiempo se precipita y Lolo se enfrenta a la situación de su hermana con un componente de culpa ajena.
La historia de Todo arde sucede en un espacio de tiempo intenso y breve, ya que se inicia al atardecer de un día y finaliza a las primeras horas del día siguiente. Este acotamiento temporal hace que la novela se mueva con mucha eficacia narrativa y a ritmo trepidante en la oscuridad opresiva de las horas que transcurren en un lugar en el que apenas se distinguen los rostros, algo bien urdido por la autora para que, tanto el lector, como sus protagonistas, se las apañen moviéndose entre las sombras, con las pocas referencias visuales que la noche otorga, en un devenir incierto que hace que aumente la sensación de riesgo, hostigamiento y vulnerabilidad.
Esta es una novela ágil y envolvente, con muchos diálogos llenos de frescura y tensión. Todo arde posee ese pulso narrativo vivaz e intrigante que se va acrecentando conforme avanzan sus capítulos. Barrios ha sabido apartarse de la banalidad de convertir su texto en una historia de final moralizante, para elevarla al terreno más fructífero de la ambigüedad, una cota hábilmente ejecutada con la que construye un relato intenso y conmovedor en el que los mitos, gracias a su poderosa carga simbólica y enigmática, resucitan para perpetuarse.
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