“Durante toda mi vida, mi padre ha sido para mí fundamentalmente una idea. Un ente abstracto. Algo de lo que te hablan, algo que imaginas, pero que no tiene encarnación. Algo que no es carne, sino palabras y pensamiento, sonidos y silencios [...] Él es para mí el pasado que no tuve, y yo para él soy el futuro que se le negó. El pensó en mí durante un día. El último día de su vida. Yo he tenido siempre presente su sombra”.
Con estas palabras sentidas y reveladoras, son con las que el lector de Libro de familia (Seix Barral, 2020) se va a encontrar en sus inicios. El narrador del libro muestra su incontenible necesidad de hablarnos de su familia, un poderoso empeño que lleva consigo desde hace muchos años y que no para de dar vueltas en su cabeza de hijo póstumo, volcado en saber quién fue su padre. Pero, ¿qué ocurre cuando la historia que el narrador nos va a contar está basada en la propia vida del autor del libro? Sencillamente que el lector se convierte en testigo excepcional de un ejercicio de indagación y autoconocimiento, paradoja de la que ninguna escritura está exenta.
El artífice de esta historia familiar es Galder Reguera (Bilbao, 1975), licenciado en Filosofía y gestor cultural, responsable de actividades de la Fundación Athletic Club, autor de Hijos del fútbol (2017), un ensayo autobiográfico sobre este deporte, y de la novela juvenil La vida en fuera de juego (2019). En esta ocasión, echa la vista atrás para viajar a la Nochevieja de 1974, cuando su madre supo que estaba embarazada de él y aconteció algo terrible ese mismo día, la muerte de su padre en un fatídico accidente de coche.
Sabemos que los relatos y las historias familiares, por fantásticas y por trágicas que sean, no son nunca inocentes. En todas las familias hay verdades, desgracias, logros y mentiras ocultas, como también ocurre en el amor y en la amistad, entre otras cosas porque para convivir es necesario que cada uno tenga sus reservas y secretos, y es que en gran parte somos, en suma, nuestros secretos y silencios. No hay nadie que no se lleve un secreto a la tumba y, desde luego, no hay mayor gloria para un secreto que morir sin haber sido desvelado.
En cualquier caso, la tarea del narrador de Libro de familia es saberlo todo sobre su padre y nunca un intento de reconciliar los conflictos que se han erigido a lo largo de los años en el seno de su familia, ni tampoco reparar los viejos rencores que aún siguen abiertos, sino un ejercicio de reconstruir la propia vida y los lazos con los que ha vivido. El autor ha construido una cruda y emotiva investigación sobre su padre y los demás, un retrato y, quizá también, una reivindicación de los vínculos sentimentales y familiares que justifican la vida de cualquiera. Aun así, confiesa tener muchas dudas si a la hora de escribir el libro le ayudará a normalizar su vida: “La gran pregunta sin respuesta: ¿por qué cuento todo esto?”.
Reguera sigue adelante en su empeño, porque está necesitado de este impulso por saber de su padre y cómo no, por hablar también de Javi, su padre adoptivo, que tiene gran protagonismo en la historia, pero, sobre todo, por resaltar el rol de su madre, que se convierte en la verdadera heroína y epicentro de la narración. Carmen es una mujer valiente y luchadora, que tuvo que hacer frente a numerosas dificultades y que siempre encaró la adversidad con admirable dignidad y orgullo. Como demostró cuando logró salir de aquella infame relación de malos tratos con su segundo marido.
No parece fácil escribir un libro como este. Hablar del pasado familiar sirve para desenterrar de alguna manera hechos lejanos, incomprensiones e ingratitudes que, tal vez, mejor convendría no remover. Sin embargo, decidirse por indagar algo en lo que recocer tu procedencia también puede convertirse en algo liberador. Lo que viene a decirnos el narrador al final del libro es que mereció la pena el camino emprendido: “Quizá esa sea una definición parcial de la felicidad. Poder mirar atrás y pensar que recorrerías de nuevo el camino, a pesar de todo”.
Con su pericia narrativa de convocar a los suyos, Galder Reguera logra, en su empeño, que el libro, pese a que juega su suerte a las decisiones que el narrador determina en pos de su identidad familiar, finalmente le exceda, convirtiendo su historia en un conjuro feliz de indicios y respuestas de todo aquello a lo que pudo llegar con su escritura para mostrar y trascender su ardiente deseo y lucidez hasta encontrar la verdad.
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