miércoles, 22 de julio de 2020

La lectura, una adicción irrefrenable

“Tengo la lectura asociada a un placer especial que no se parece a otros placeres salvo en su condición de refugio íntimo, al consuelo en la adversidad y a la excitación por conocer. Quizá por todo ello, la lectura forma parte de algo que es, en realidad, anormalidad, en el sentido de que, como todos los vicios, es minoritario, si se aspira a ser exigente”.

Esta confesión y testimonio de Adolfo García Ortega (Valladolid, 1958), escritor, traductor y articulista, autor de una obra diversa y abierta a muy amplias inquietudes literarias, resume el prólogo, que es a su vez el alma de su nuevo libro Abecedario de lector (Paidós, 2020), una suerte de compendio personal y guía sobre los grandes autores y los grandes libros que le han acompañado a lo largo de su carrera y con el que pretende llamar la atención para alcanzar la sensibilidad de otros lectores, que él denomina exigentes.

Para un lector contumaz y perseverante como él, curtido en lecturas contemporáneas y clásicas, al igual que como escritor en diferentes lances de géneros, la literatura ofrece un caudal fecundo por el que sumergirse con éxito “con la posibilidad de comparar y de relacionar obras y autores y de vivir la lectura como una exploración inagotable”, nos dice. Confiesa que su ocupación favorita es leer y que sus autores predilectos son, por el lado de la prosa Proust, Flaubert y Cervantes, y por el de la poesía, Baudelaire, Eliot y Cernuda. Tiene a dos héroes favoritos en ficción: Lord Jim y Jane Eyre, y reconoce como heroína destacada en la historia a Emilia Pardo Bazán.

Dice en la primera entrada del libro que su Abecedario es arbitrario, como corresponde a todo abecedario personal, una especie de enciclopedia en la que salvaguardar su experiencia lectora de forma aleatoria y caprichosa. Da entrada también a palabras como alegría, amor, bueno, crisis, dios, fanatismo, gratitud, hogar, nacionalismo, realidad, verdad, utopía... muy representativas y comunes en la vida de cualquiera que ponen de manifiesto el sentir de su ética personal, a veces significándolas de rebeldía, otras veces de irreverencia y humor, pero mayormente las comparte como fuente de conocimiento en la propia lectura de los libros donde aparecen. Y así, por ejemplo, sobre ese “comportamiento de corte irracional del individuo sectario”, digamos “fanatismo” alude que “pocos escritores fanáticos han pasado a la historia. Louis-Ferdinand Céline es una excepción”.

Para García Ortega el lector es primero amigo, y después juez del escritor. Insiste en que la narrativa, la biografía y la poesía son tres tipos de literatura que han de leerse de forma distinta. Por eso da pie a desconfiar de la palabra “literatura”, como ya lo hacía Camus. Lo que no quita para ensalzarla. La literatura sirve, fundamentalmente, para deleitar. Y añade que “lo bueno de los libros es que generalmente dan respuestas a preguntas que aún no nos hemos hecho. Que nos las hacemos porque el libro nos las sugiere”. Y pone su acento en la importancia de los clásicos: “un clásico literario es una obra que perdura y habla para su pasado y para nuestro presente por igual y siempre”, que permanece activo en el tiempo, subraya.

Hay, por otra parte, ciertos guiños a un elenco de escritores contemporáneos españoles a los que el autor muestra su empatía literaria y admiración tales como Martín Casariego, Agustín Fernández Mallo, Andrés Ibáñez, Justo Navarro o Carlos Pardo. Los libros de estos y de tantos otros que por las páginas de su libro aparecen tienen mucho en común en el sentido de que siempre están rebasando sus confines; siempre están produciendo nuevas especies de maridajes inesperados entre ellos, como diría Virginia Woolf. No es fácil saber cómo abordarlos, saber a qué especie pertenece cada uno de ellos. Sin embargo, García Ortega insinúa que, para el lector exigente, acercarse a un autor nuevo conviene hacerlo como compañero y cómplice de su aventura, antes que como juez, para sacar de él todo lo que pueda darnos.

Es cierto que no obtenemos absolutamente nada de la lectura más allá del placer, y también es que el más sabio entre nosotros es incapaz de decir en qué consiste tal placer. Pero, lo que sí viene a corroborar García Ortega con su libro es que leemos para saber que no estamos solos, que leer no nos aísla de los demás, sino que nos aproxima a nuestros semejantes. Y que leer es también una manera de ser y de estar en la vida, una forma de vivir nunca ajena a la emoción, al asombro y a la sorpresa.

Abecedario de lector es un libro tan particular como curioso, en el que cabe la semblanza, el microensayo, la anécdota, la reseña y todo un río de lecturas y notas sobre una vida dedicada al goce de leer. García Ortega firma un volumen de experiencia lectora ameno y seductor, un ejercicio selectivo de descubrimientos y afectos, en el que el lector se puede reflejar o predisponer. Y es que, por mucho que ya creamos haber leído más allá de lo necesario sobre cualquier tema o modalidad, nunca habremos leído lo suficiente.

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