martes, 7 de julio de 2020

Fractura

Despojos (Libros del Asteroides, 2020), de Rachel Cusk (Toronto, 1967) es el relato de una ruptura, una narración bien urdida y reveladora que aborda los entresijos, ramajes y rastrojos que preceden a toda separación matrimonial. La escritora canadiense disecciona con gran realismo y aproximación, a modo de manifiesto, esos sentimientos desconocidos provenientes de una fractura de pareja, tomando para ello su experiencia personal, para acercarnos con detenimiento a una verdad vivida en carne propia, como así anticipa en el arranque de su libro: “Mi marido y yo nos separamos recientemente y, en cuestión de unas semanas, la vida que habíamos construido juntos se desmoronó, como un puzle convertido en un montón de piezas con los bordes recortados”.

Todo lo que Cusk ha ido trasladando en su escritura proviene de una convicción narrativa, como ya dio cuenta de ello en A contraluz (2014), Tránsito (2016) y Prestigio (2018), de emprender su empresa autoficcional en esa línea que defiende la narración del yo como método para dar con el otro, en un intento de entenderse, más que de exponerse, como forma de comprender y encontrar a los demás. En este sentido, Despojos y la trilogía citada proponen evocar, recordar, repasar y revivir un tiempo acontecido que le permite escribir con total impunidad sobre la representación de sus vivencias y sacar a la luz lo indecible de aquello que estaba relegado al silencio o al olvido hasta encontrar así su espacio y correlato para ser contado.

Lo importante de la confesión que expone toda autoficción no es si algo es verdadero o no, sino si el funcionamiento de dicha confesión en el relato tiene consistencia en sí mismo, es decir, si la forma como opera y se articula la historia que se quiere contar tiene coherencia. Cusk se desliza como pez en el agua en ese ámbito sin anestesia, para narrarnos en Despojos el destrozo que le deparó su separación en 2009, tras diez años de matrimonio y dos hijas en el mundo: “Un plato se cae al suelo: la nueva realidad es que está roto. Tenía que acostumbrarme a la nueva realidad”. Por eso mismo deja dicho, con mucha intencionalidad, estas otras palabras que responden, en gran medida, al propósito de su libro: “El problema reside normalmente en la relación entre el relato y la verdad. El relato tiene que obedecer a la verdad para representarla, lo mismo que la ropa representa el cuerpo. Cuanto mejor sea el corte, más agradable será el resultado. Desnuda, la verdad puede ser vulnerable, desgarbada, horrorosa. Demasiado arreglada se convierte en una mentira”.

Reconciliar ambas, ficción y verdad, es su intención. Despojos es un relato con ese afán, escrito en primera persona que, en tan solo ciento setenta páginas, nos adentra con sentido crítico en la institución del matrimonio y los límites que supone para las parejas que lo integran. De igual manera, incide en esa idea de la familia acotada a unas pautas como modelo a seguir, expuesta a una vulnerabilidad no vista de antemano, a la que el amor conyugal no parece preparado cuando este salta por los aires. Pero, sobre todo, este es un libro en el que el matrimonio, la maternidad y la feminidad muestran los ángulos más recónditos por donde transita el alma femenina, con una voluntad férrea de desvelar la verdad que marca su diferenciación como género. Sin embargo, su publicación hace ya ocho años en Reino Unido, su país de residencia, originó mucha controversia y cierta animadversión por parte de algunas voces por esa particular manera de apelar a la vida en contra de un orden masculino establecido.

Tal vez no haya más separaciones, parece decirnos, porque no toda la gente puede permitírselo. Despojos incide en que para los hijos es mejor un buen divorcio que un mal matrimonio. De ahí que lo que se dirime en sus páginas, bajo la estupenda traducción de Catalina Martínez Muñoz, no vaya tan solo a señalar o recriminar aquellos aspectos fatuos del matrimonio como institución garante del amor y la felicidad, sino a resaltar lo que hay de desgaste en él y a lo que ninguna pareja, después de un tiempo de convivencia, es ajena. Cusk trasciende y hurga en lo que inevitablemente implica la vida en común de las parejas: gestión del deseo, hasta la aparición fortuita o no de la fractura y el distanciamiento de sus miembros hasta convertirlos en seres extraños, ajenos y hasta divergentes.

Rachel Cusk, mujer sin domesticar pero consciente de lo que supone la vida en pareja, sabe por experiencia las claves y tensiones de un divorcio, reivindica un papel femenino que lo cuestiona todo, poniendo en nuestras manos una novela cuyo trasunto adquiere el valor universal de una institución como el matrimonio que, en última instancia, es un misterio. Una buena prueba de que la autoficción sigue siendo un instrumento tan válido como preciso para interpretar y, a la vez, comprender la realidad menos complaciente donde juntar la experiencia humana y sus pérdidas.

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