martes, 22 de marzo de 2022

Cuadernos rusos



Escribir es siempre un ejercicio de incertidumbre. Algo a lo que todo escritor, de forma inevitable, se enfrenta con cada frase que va apareciendo en el espacio en el que escribe. Solo por tanteo y aproximación, el escritor aspira a explicarse, a fuerza de tomar un desvío tras otro. En ese sentido, los cuadernos de notas son, a menudo, una suerte de cuartel de invierno del escritor, una alacena de hallazgos donde abastecerse. En ellos hay estancias e imágenes en las que se han ido colocando trazos de palabras que revelan cosas de lo que importa de verdad al escritor, como diría
Aldous Huxley, que no es tanto lo que te sucede, sino lo que tú haces con lo que te sucede.

Cinco inviernos (Alfaguara, 2022) responde a todo ese ejercicio vital sentido por la escritura. Su autora, la periodista Olga Merino (Barcelona, 1965) persigue el sueño de convertirse en escritora y aquí lo cuenta desde aquellos años noventa durante los que fue corresponsal del diario El Periódico en Moscú. Allí presenció la desaparición de las repúblicas soviéticas y la guerra de Chechenia que, junto a sus experiencias y maneras de vivir, fue anotando en sucesivas libretas. Ahora, al cabo de tres décadas, las recopila para acercarnos a la Rusia convulsa de entonces, lo que sigue siendo hoy un misterio, a la que viajó a cumplir una misión periodística, pero con la idea de volver bajo el brazo con una novela escrita.

Estos cuadernos rusos conforman un viaje a un pasado reciente, a un tiempo vivido por una escritora en formación, testigo de un caótico hito histórico, “cinco inviernos (casi seis) –puntualiza– de juventud pletórica en los que, sin darme cuenta, se estaba escribiendo la novela de mi aprendizaje vital y literario”. Esos años, por tanto, fueron claves en su desarrollo profesional, porque determinaron su verdadera vocación. Fue un tránsito, un despegue interior de optar por la literatura como meta: “La vida es un continuo arrojar dados al aire”. Hay notas continuas en el libro sobre este devenir que son surcos que parecen la maqueta de una trinchera, que miran con fuerza lo que ocurría fuera, lo que representaba de incierto e irreductible aquellos momentos que le tocó vivir.

Sigue atenta a su labor de observadora política y anota en su cuaderno escenas y vivencias de lo que acontece en la calle o en la casa donde vive con otros inquilinos, narrando el caos, la convulsión y la aspereza de vivir el día a día. Comprueba una y otra vez que el motor de la sociedad rusa se nutre, sobre todo, de una combinación de resentimiento, supervivencia y desidia. Comprueba que, para desgracia del pueblo ruso, la vieja nomenclatura se ha convertido en la nueva oligarquía que se ha apropiado de las mismas empresas que antes dirigían: “Yeltsin tuvo manos libres para lanzar un programa de privatizaciones salvaje que destruyó la industria soviética y, en segundo lugar, logró la aprobación de una carta magna presidencialista que le otorgó amplísimas atribuciones, comparables a la de un zar”. La misma de la que hoy por hoy sigue valiéndose Putin.

Olga Merino vio todo esto en el Moscú de 1992 y lo traslada a sus cuadernos, tratando de escribir un relato de sí misma, alejado de la crónica periodística, más íntimo y vívido. No son pocas las cautelas para adaptarse a un lugar tan exigente, áspero y desbaratado, como Moscú, de fríos helados y escasez prolongada. La escritora nos habla de tener que convivir con la indolencia y el pillaje de sus habitantes en cada esquina. Más allá de toda esta desazón, por todo el libro trasciende un mundo personal por el que transitan sus lecturas y su apego a la literatura, que va desgranando con inusitado alborozo. Da muestra de su entusiasmo por un buen número de escritores, como Vila-Matas, Ribeyro, Deleuze, Cavafis, Borges o Virginia Woolf. Tampoco se olvida de la buena compañía de autores rusos que siempre lleva a mano, como Bulgákov, Gogol, Tolstói, Marina Tsvetáyeva o Ludmila Petrushévskaia, entre otros que aparecen y se citan una y otra vez.

Por tanto, lo que nos vamos a encontrar dentro de las páginas de Cinco inviernos, es a una escritora que narra los acontecimientos de los que es testigo mientras deja ver su voz a través de unas notas, a modo de diario, que retrata un tiempo marcado por la historia y que, a su vez, despliega el autorretrato de la propia realidad, de los ideales de una mujer a la que el fantasma de la literatura la persigue y empuja hasta convertirla en escritora, como así anhela: “Quiero escribir, escribir, escribir. Asumir el paso del tiempo y la responsabilidad que me autoimpuse desde tan pequeña”.

No es casual que Cenizas rojas (1999), su debut literario, recoja estos mismos sentimientos y circunstancias de gente dispar que viven en un mismo piso, a unos metros de la Plaza Roja, cada uno de ellos ocupado en poner rumbo y destino a su vida. A esta novela le siguieron Espuelas de papel (2004), Perros que ladran en el sótano (2012) y La forastera (2020), su última novela, un emocionante canto a la libertad y una mirada nostálgica hacia el pasado y el mundo rural que lo sustentó. En todas ellas queda entretejido ese gusto suyo por adentrarse en la flaqueza y trajín de la vida, para desmontarla y trazar un plan narrativo que reinvente una historia bien contada.


Cinco inviernos es un libro de prosa ligera y limpia que atrapa, precisamente, por el pálpito narrativo que despliega y por cómo lo hace, trasteando en sus apuntes por medio de ese reducto literario propio del diario, para contarnos en primera persona lo fascinante que tiene la experiencia de compaginar la escritura con la vida. Un texto confesional emocionante que realza el hecho de que la literatura nace de la vida y es inseparable a ella.

Publicar estos diarios, estos cuadernos rusos guardados, ha supuesto para Olga Merino un rescate de un tiempo crucial de su vida, una forma de mostrarnos su despertar a la literatura y su reinvención como escritora, por ese lado intuitivo en el que entra en juego la reconciliación consigo misma, dejando ver la trastienda de su verdadera vocación.


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