viernes, 22 de abril de 2022

Un viaje al otro lado del espejo


Así es como la escritora madrileña Nuria Barrios considera la verdadera naturaleza de su ensayo La impostora (Páginas de Espuma, 2022), obra ganadora del XIII Premio de Málaga de Ensayo, un viaje al otro lado del espejo. Lo determina con perplejidad al final del libro, sin olvidarse del vértigo que sintió con su primer texto literario a traducir, la novela Vengeance, de Benjamin Black, un vértigo que le sigue acompañando con frecuencia, consciente de que traducir un libro, o cualquier tipo de texto, viene a ser reconstruir un puzzle con las piezas de otro juego, debido también a esa transición exigente de atravesar dos espacios y que consiste en abandonar lo conocido hacia lo desconocido. Sostiene que “ser una impostora, como la traducción descubre, es parte del oficio de la vida. Cambiar, ser otras, no ser nunca la misma es mi destino. Es nuestro destino”.

Nuria Barrios ha traducido al español la obra de John Banville y también la poesía de la estadounidense Amanda Gorman. Es autora de las novelas Todo arde (2020), El alfabeto de los pájaros (2011) y Amores patológicos (1998), así como los libros de relatos Ocho centímetros (2015), El zoo sentimental (2000) y Balearia (2000), y los libros de poemas La Luz de la dinamo (2017), Nostalgia de Odiseo (2012) y El hilo de agua (2004). Apela a su andanza como escritora a la hora de abordar el sentido de su nuevo libro que subtitula Cuaderno de traducción de una escritora. Para ella, “saberse impostora es asumir como propia la lateralidad y convertirla en un ejercicio de hospitalidad”. En ese sentido, revela que la traducción le descubrió una herramienta extraordinaria de interpelar el lenguaje de manera más incisiva. Por eso mismo, considera que traducir tiene bastante correspondencia con la vida, que también es un arte de descifrar y traducir el mundo, de traducir a los otros, y traducirnos a nosotros mismos.

Este ensayo, o cuaderno de traducción, como así también lo llama, está estructurado de una manera recurrente y ligera en su extensión para establecer con el lector una confianza y una cercanía en el desarrollo, buscando complicidad. Escrito en primera persona, utiliza rasgos emotivos y elementos de la vida de la propia autora para esbozar ese andar a tientas por el terreno de la traducción, desde su experiencia de artífice en trabajar con palabras de otros que ya existen y debe respetar, estudiar, calibrar y valorar para trasladar a otro plano de la realidad lingüística. Deja dicho que la responsabilidad de quien traduce es fundamentalmente literaria y que, por eso mismo, su oficio es como el aire que lleva las palabras de una tierra a otra. Este ensayo, dice Nuria Barrios, es una exploración existencial de la lengua y su mecánica, que es nuestra casa, como también es un viaje de descubrimiento.

Y en ese discurrir, habla en un capítulo de la extrañeza, de ese exilio de la traductora hacia otra lengua para llevarla a la suya propia, un desplazamiento que deja ver cómo “lo propio se hace extraño para que lo extraño se convierta en propio”. En otros dos capítulos que pone por título En femenino, sustancia al lector con la realidad palpable de que son mujeres quienes ejercen mayoritariamente esta profesión. De ahí que hable de ellas, como también de las lectoras, refiriéndose en genérico femenino. Da cuenta también de esa invisibilidad perpetua que forma parte del oficio de la traducción. Barrios evoca la Torre de Babel y está en consonancia con lo que decía George Steiner: «Babel ha resultado ser la base misma de la creatividad humana. Lejos de ser un castigo, Babel es una bendición misteriosa e inmensa. Aprender nuevas lenguas es entrar en otros mundos nuevos».

Su condición de escritora la lleva a establecer que cada lengua es una ventana que da a un paisaje único, por eso considera que lo complicado y, a la vez, fascinante de la traducción consiste en tratar de mantener vivo el eco del idioma de origen en el idioma de destino. Nos acerca también a los que compaginaron el oficio de traductor y escritor como Nabokov, Julio Cortázar, Octavio Paz o Agota Kristof. Hay otro apartado interesante que es el que dedica a lo que ella titula Fidelidad heterodoxa, en el que la controversia está servida. Explica que depende de qué entendamos por traducción: literalidad o literatura, reproducción o interpretación. Y añade que no es fácil elegir el término que mejor sintetice el significado de la traducción, ya que una obra va siempre mucho más allá de su creador. Por eso al hablar de traducción, dice que habría que pensar en: volcar, reproducir, transferir, verter, replicar, interpretar...


En todo caso, lo fascinante del libro es que el lector sale a gusto de un viaje de exploración guiada desde el propio taller de la autora del libro, y agradecido, con algunas ideas más comprensibles acerca de este oficio invisible y tan imprescindible para nuestro interés. Qué sería de nosotros, lectores entusiastas de Coetzee, Philip Roth, Virginia Woolf o Susan Sontag sin la existencia de los traductores. La traducción es el milagro, el canal que lo hace posible, sin olvidarnos de esto que bien subraya Nuria Barrios con suma naturalidad: “Cada lengua tiene su manera de ser escrita. Un libro en dos lenguas distintas no es el mismo; son dos libros simplemente parecidos”.

Diría que La impostora es un ensayo oportuno, envolvente y original, urdido en una química narrativa que muestra el apasionamiento de una escritora por aproximarnos a ese pacto de amor, a esa levitación e impostura que supone el oficio de traductor, que no es más que trabajar sobre una obra ya hecha para el entendimiento y disfrute de los lectores.


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