lunes, 22 de agosto de 2022

Una baraja en juego


La literatura tiene mucho que ver con la pasión, el gozo y el juego de los sentidos. Tiene que ver bastante con el reconocimiento de la compañía de los demás o de la propia soledad, territorio íntimo donde se fragua lo que podemos hacer, lo que podemos ser, lo que deseamos y lo que no. La vida reflejada en los libros viene a ser esa referencia inasible del mundo que nos rodea, esa mirada que se engancha en todo lo que surge alrededor de quien la protagoniza, estableciendo un diálogo, silencioso muchas veces, pero en el que se traduce siempre el asombro y la lectura de lo que somos, de lo sabido, de lo aprendido, de lo insólito y de las respuestas no dadas. La literatura y la vida van así de la mano, expuestas siempre para ser juzgadas. Alternan, por igual, destino, indicios, posibilidades, a modo de una partida de cartas en la que el azar y el destino entran por igual jugando sus bazas.

Así se presenta la lectura de Los naipes de Delphine (Fórcola, 2022), de la ensayista y poeta Esther Ramón (Madrid, 1970), profesora de Literatura comparada, como un castillo de naipes en el que confluye en cada página alguna visión de la vida reflejada. Este es un libro que invita al juego, así lo expresa su autora en su inicio. Una invitación para dejarse empapar por la historia y simbología que cada naipe enlaza en sí mismo en la búsqueda por desvelar lo indecible de algún misterio dispuesto en su huella, en su conjuro, o en el relato implícito de su significado. Un libro que tiene su origen en el embrujo que le produjo a su autora la protagonista de El rayo verde, película que el cineasta francés Éric Rohmer llevó a las pantallas en 1986. Cuenta la vida de Delphine, una joven secretaria parisina sin planes para sus vacaciones después de que su amiga las cancelara en el último momento. Sola, triste y contrariada, decide emprender su particular viaje. En el camino conoce a una chica sueca que intenta animarla, pero solo consigue acentuar su sensación de soledad, hasta que, de repente, su destino, da un giro inesperado.

El gancho indagatorio del personaje, según cuenta la propia Esther Ramón, la impulsó a acometer una peripecia literaria singular, motivada por el pálpito simbólico representado por los dos naipes que la protagonista de la película encuentra en su aventura: una dama de pica y una jota de corazones. Esos dos hallazgos provocarían una llamada literaria para la escritora que iría conformándose en el tiempo hasta acabar en un libro sorprendentemente arcano. Los naipes de Delphine es un conjunto de textos breves enlazados, un total de cincuenta y cuatro cartas de diferentes barajas que invitan al lector a rastrear todo un mundo de espejos en el que tienen cabida las paradojas de la vida, su extrañeza y resonancias, sus máscaras y reversos, el tiempo, la nada, el miedo, la fuerza del amor o la aparición de una señal: una carta blanca, “como caja de silencio”.

Muchos de estos naipes también aparecen en los sueños de Delphine con ganas de revelar conexiones con la vigilia, como realidad vívida del tiempo. Cada uno en su perfil entona su apariencia, se sienten verdaderos intérpretes de pasajes de la vida. Por ejemplo, el cuatro de bastos aparece en un escalón con aire cauto, pero revestido de benéfico augurio. En otro, emparentado con el tarot, nos muestra un naipe que representa la templanza, el ángel que es en realidad un hermafrodita que vierte agua de una jarra a otra, con un pie en tierra firme, simbolizando el equilibrio y el autocontrol. Y así continúa Delphine con su aventura, desentrañando toda la cabalística e historias representadas en los naipes que le van saliendo al paso, en su anverso y reverso, desplazándose como la única forma de variar de rumbo y de buscarse a sí misma.

Los naipes de Delphine es un libro inclasificable escrito con mucho pulso filosófico y lírico en el que se traza un devenir de la vida como metáfora de un viaje en el que parece no existir apeadero, ni descanso alguno. En su andanza Delphine se cruzará fortuitamente con cartas, que le irán desvelando consignas vitales y cósmicas, señales inmersas en ese océano llamado tiempo en el que el pasado no es más que el mar sobre el que navega el presente de cualquiera. De alguna manera, Esther Ramón viene a decirnos, a través de su personaje, que siempre andamos a solas con nuestro presente, aunque portemos ese hilo temporal que conecta con lo que dejamos atrás, sin perder de vista lo que asoma por el horizonte. Como decía Heidegger, el ser abre y conecta mundos: nunca andamos estrictamente a solas con el presente, sino también flanqueados por las otras dos dimensiones de un tiempo pasado y futuro que nos obliga a interpretar sus vestigios.


A ese fin se dirige el libro. Su espíritu anda inmerso en el laberinto de dar respuestas a la experiencia de vivir. Cada uno de sus textos orienta su surco hacia el enigma del yo que lo representa. Así lo deja dicho en el epílogo Lina Meruane sin ambages: “La poeta ha barajado escenas como quien baraja recuerdos, como quien baraja vidas que piden ser desentrañadas y reconocidas en su complejidad”. Y desde luego así nos lo parece. El juego ideado posee su fascinante embrujo.

Esther Román sorprende por haber dado con el tono apropiado en su artificio, por lo bien trenzado que discurre su juego literario, con ese desparpajo propio de una echadora de cartas sumida en su afán por leer el porvenir. El resultado es un libro singular, visual y hermoso, en una edición sobresaliente colmada de ilustraciones que redobla su valor literario.


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