martes, 14 de marzo de 2023

Andar por el mundo


La soledad podría ser un punto de partida, un refugio, una patria, el propio cuerpo, algo parecido a una tonalidad de la voz en la que habitar el refugio de sí mismo. La soledad viene a ser ese laberinto que asume la forma de la encrucijada de lo humano. Todas las soledades se mecen entre laberintos. De ahí que la soledad de quien escribe esté habitada, al fin y al cabo, por una multitud de formas, de letras y de voces que nombran el tiempo. Ocurre que sin soledad nada se hace, nada se puede hacer. Escribir, por ejemplo, guarda para sí una soledad peculiar: la de no estar solos, aunque parezca una contradicción. Por eso el poeta habla de las vidas ajenas como si fueran propias y de la propia vida como si fuera de otros.

Carlos Marzal (Valencia, 1961) vuelve con Euforia (Tusquets, 2023), su nuevo poemario, a mostrar todas estas concomitancias y señuelos de la soledad para abundar en esa idea de andar por el mundo, multiplicada infinitas veces por la delicadeza del gesto de escuchar, de recordar todo lo que está vivo y se puede revivir a través del poema, como asilo para el goce y reflexión de lo que se vive, como goteo verbal desde el silencio y el misterio que tienen todas las cosas en las que caben no sólo la euforia y el canto, sino también la contrariedad y lo arbitrario, lo particular y lo extraño. Por ese deambular de soledades y voces, Marzal nos habla y deja ver sus adentros: Yo no quiero pasar por razonable: / aquí sólo cantamos a la euforia, dice en uno de los primeros poemas del libro, poniendo medida y tono al propósito que lo impulsa.

Para el poeta no hay limitación que valga para tratar asuntos propios y ajenos fuera del ámbito de la experiencia y la libertad. En ese marco compositivo de concisión poética se suceden sus poemas cortos y versos mayormente en endecasílabos. Sostiene, con la elegancia que le caracteriza, y gracias a un estilo directo, natural e incisivo, tan propio suyo, que la poesía tiene como misión rescatar aquello que nunca deberíamos perder de vista: la atención de la infancia, del cuerpo, del tiempo, del lenguaje: En mi cabeza cabe, porque todo / existe en mi cabeza, en qué otra parte/ habría de existir/. Buscar entre los recuerdos es otra misión, no sólo los sucesos, las reacciones y las sensaciones experimentadas durante los momentos evocados, sino también en el detonante de preguntas como las que concitan estos versos: ¿Cuántos libros me quedan por leer, / cuántas cenas me quedan entre amigos, / cuántas veces de verme en el espejo?/ ¿Cuántas migas de pan, y cuántos besos, / cuántos abrigos, di, cuántos saludos, / cuántas piedras al mar, cuánto de cuánto?

La poesía de Marzal y su tono intenso encara cuestiones fundamentales de la vida y el tiempo, de la conciencia y los sentidos, desde el lado de la memoria y la hondura de la mirada: su manera de ser y de estar en el mundo, como queda dicho en estos versos: Igual que no sé bien / qué estoy haciendo aquí, / no puedo decir cómo /escribo lo que escribo. / Reduzco mi experiencia a este accidente: / alcanzo a concretar que escucho voces. Hay un cauce reflexivo por donde corre el verso y por donde asoma también la cruda realidad. El poeta sabe, y es consciente de que ser poeta no consiste en enmendar la plana a la realidad: El mundo no es mejor por un poema, / no lo salva de ser el mismo mundo, / pero yo fantaseo / con esa salvación a mi medida: / particular, concreta e infundada.

Euforia reúne más de cien poemas divididos en cuatro partes: Oigo voces, Ilusionismo, Un verano tenaz y Yo te ajunto. En cada una de ellas, Marzal ahonda en una manera de ser y estar en el mundo como sujeto, una manera de animar también en su exacto sentido: dar alma a su verdad poética ya sea en un momento vivido, en un sentimiento interior o en la propia palabra registrada, para explicarnos qué son las cosas: Las cosas son nosotros, y nosotros / somos también las cosas para el mundo: / cosas que piensan, cantan, y que mueren. Por todo el poemario se escucha ese rumor que se levanta para interpretar su cántico y razón como si llegara impulsado por la melodía de un pájaro: Si tú silbas, me arranco, camarada. / Dame sólo un compás, / y yo te sigo.


Haber leído Euforia es tener la sensación de haber tomado un rumbo que lleva consigo la voz y el silencio persistente de otros rumbos y vientos favorables. Hay en ello un ejercicio de conciencia, una travesía de lectura en la que está presente la vida e inventiva reflejadas de su autor, un mundo entretejido de vivencias, recreaciones y posibilidades en las que se encuentran muchos de los jirones desperdigados e inconclusos de andanzas y reflexiones que podrían acercarse a las propias del lector sumido en ese instante, en ese gesto, a salvo, incluso, de la obstinada realidad y compromiso de lo que acontece más allá del poema.

Ojalá la literatura pudiese salvar las cosas un poco antes de ser encontradas de una vez y para siempre. Las sensaciones recibidas tras la lectura del libro de Marzal es que en su poesía se escucha la escritura sin atisbos de salvación alguna, tan sólo con la voz propicia y clara de quien habla con el mundo, lo interroga, le pide respuestas, le pregunta por qué, lo sacude y hasta lo invoca con gozo y desenfado. Marzal firma un gran poemario.



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