martes, 7 de marzo de 2023

La extrañeza de vivir


Las palabras tienen sed de otras palabras y así se hace el lenguaje. Una palabra no dicha guarda el aliento de algo que alguien, tal vez en un tiempo pasado, hubiera deseado escuchar. La vida es por eso mismo, también, un relato inacabado de todo lo que no sucede o está pendiente de revelarse. Es lo que somos, aquello que se distribuye a partes iguales entre lo muy visible y lo demasiado secreto. También lo que no está expuesto nos hace quienes somos. Digamos pues que el relato de nuestra vida está hecho de una ausencia completamente nuestra. En ese ámbito, la vida puede significar tantas cosas, que encontrar las palabras precisas para contarla es precisamente encontrar el secreto que jamás nos confesaron o no supimos verlo a tiempo.

En El corazón del daño (Random House, 2023), María Negroni (Rosario, Argentina, 1951) desata todo ese sentir sobre lo que la palabra y el lenguaje urden, el significado de lo que supone contar aquello guardado en la memoria, y que ahora recobra sentido y apremio, mediante una mezcla de géneros. Negroni, poeta y ensayista, construye un libro, en teoría una novela corta, que la misma voz narrativa no logra aclarar del todo, pero que nos permite vislumbrar la mezcla, la ruptura, la gracia de quien sabe hilar fino con las palabras, trasladándose al pasado y repasando su vida a través de los ojos de alguien como ella, que capeó como pudo la férrea y nada complaciente mano de su madre. La voz narrativa es la de la propia escritora, quien tuvo que acudir al refugio de los libros para reconfortarse y encontrar el amor que se le negaba en casa.

Desde esa estancia duradera que fueron los libros para ella, encuentra resquicio para establecer conexión con quien le negó afectos y cuidados en la tierna infancia: su madre. Así lo deja escrito en el preámbulo del libro, que titula Advertencia: “Más probable es que la vida y la literatura, siendo ambas insuficientes, alumbren a veces –como una linterna mágica– la textura y el espesor de las cosas, la asombrada complejidad que somos. Es lo que busqué, Madre. Darte, como en el Apocalipsis, un libro a comer. Un pequeño libro de mi puño y cuerpo...” Con esas mimbres construye una novela autobiográfica que se arma con ráfagas de intensidades poéticas, casi aforísticas, apartándose de los hilos narrativos convencionales. Pese a este despliegue narrativo tan particular, surgen escenas en las que no solo aparecen pasajes de la infancia y juventud, sino que también brotan esquejes de su vida adulta, hijos, pareja, emigración, estancia en Nueva York y continuas citas de autores de su gusto.

La misma narradora manifiesta en ese diálogo consigo misma dilemas y tribulaciones respecto a lo que ha venido determinando ese escaso margen de coincidencias establecido por su progenitora con ella: “Mi madre: la ocupación más ferviente y más dañina de mi vida... Nunca sabré por qué mi vida no es mi vida sino un contrapunto de la suya, por qué nada de lo que hago le alcanza”. Como si se echara en cara no haberse rebelado a tiempo o con más poder de determinación. Es esa determinación la que irrumpe en la importancia de la forma de narrar esta novela de manera fragmentaria, dejando al pairo la memoria para que sea esta misma la que impulse a su construcción, parecida a un rompecabezas. La memoria que construye la novela es la de la propia autora, aunque se imponga, de vez en cuando en ella, el sentir de la madre: “Mi madre siempre fue la dueña del lenguaje... Sabía dónde y cómo herir”.

Y mientras tanto, la literatura y la vida se conjuran. Se confabulan para aseverarnos que la vida nunca se aparta del todo de la infancia. Es lo que el lector va observando a medida que avanza su lectura al comprobar cómo Negroni, además de empeñarse en acotar su ajuste de cuentas con su madre, se afana en imponer a su testimonio el sesgo de una poética en la que la extrañeza de vivir decanta también su bagaje literario. Y en ese sentido no deja de insinuarlo con perplejidad, tirando del hilo de autores como Pessoa, Albert Camus, Stendhal, Pavese, Djuna Barnes o Clarice Lispector: “Todo es tan complicado, tan enteramente cierto. O la vida es un viaje hacia la nada y la escritura un atajo”.


María Negroni consigue acercarnos al estado más íntimo de su proceso creativo, mediante un lenguaje preciso que sacude y pugna por hacerse oír, por hacerse ver, que se repliega para dar paso a la frase siguiente. Y en esa estructura recurrente que quisiera decirlo todo, absolutamente todo, como si fuera la última oportunidad a su alcance, la última frase, destaca la importancia de lo indecible, de ese silencio del que parte la escritura, tomando como referencia esta cita inapelable de la filósofa María Zambrano: «escribir es defender el silencio en que se está».

Estamos siempre convocados a narrar, decía Piglia. El corazón del daño es un claro exponente de esa idea, una obra íntima micrografiada a modo de novela ensayística, extraordinariamente bien escrita, con una acústica en la que se escucha el latido de su autora, una pulsión en la que las palabras concluyen a su modo, alentadas por un alma que no para de matizar la escritura desde las entrañas de una hija que revuelve el amor incapaz de su madre. Un libro óseo, envolvente y admirable.



2 comentarios:

  1. Espero que el libro (lo tengo en espera) merezca la pena tanto como la reseña. Gracias.

    ResponderEliminar
  2. Creo que te merecerá la pena. El libro, además, invita al subrayado.

    ResponderEliminar