viernes, 12 de septiembre de 2014

Hondura luminosa


Al abrir un libro de poesía siempre tengo la sensación de adentrarme en un mundo simbólico, un mundo de ficción donde lo importante no es lo que se dice sino el significado de ello. El viaje de la luz (Renacimiento, 2014) de Antonio Moreno (Alicante, 1964) reúne una antología de poemas surgidos en los años comprendidos entre 1990 y 2012 en los que el poeta levantino se esmera para convencernos de algo, para llevarnos a alguna parte suya por medio de la hondura luminosa de su sencillez compositiva.

Con la literatura ocurre lo mismo que con la cocina, y es que la suma de ingredientes no equivale por fuerza al manjar, una premisa que Moreno aplica, porque él no confía en los moldes, él sabe que hacer un buen poema no es más que revelar un misterio.

Antonio Moreno compone una poesía claramente mediterránea cuyas líneas expresivas están impregnadas de claridad expositiva y sosegada luminosidad. El viaje de la luz responde a una poesía meditativa en formato corto, donde el ritmo del endecasílabo coquetea con el verso libre y la frase feliz del aforismo lírico: Tu yo es también un tú, y un él disuelto / en el nosotros de cualquier persona, / no es espacio ni en tiempos sucesivos/ sino en el breve fuego de tu ahora (pág. 81); No es la muerte el misterio; es la vida (pág. 82); La verdad siempre duele. No la pidas (pág. 87); Vivir es aprender a andar delcalzos, / yendo con gratitud hacia el misterio (pág. 179)...

En todo el poemario de esta obra late un diario poético que recoge el sentir y discurrir del poeta valenciano a base de juntar palabras, una manera que responde a elevar su experiencia vital en derroche emotivo y una forma poética que trata de contagiar al lector de su estado de ánimo, sin remilgos. Moreno quiere contar lo que siente y, a veces, lo hace callando, como marca el canon poético trazado por el maestro Jorge Guillén que decía: “Escribir es el arte de combinar las palabras con los silencios”.

No puedo dejar de mencionar el prólogo de esta antología que lleva la firma lúcida de Vicente Gallego, poeta contemplativo y zen, que destaca la fidelidad para consigo mismo que exhibe Moreno en su creación poética, construída (cito textualmente) “con la piedra de la paciencia y con las manos limpias de toda espuria expectativa... No hay en su poesía destino ni figura, sino entorno y alrededores que florecen”.

Intentar escribir buena poesía es un trabajo duro. Conseguirlo, como lo hace Antonio Moreno, es un placer incomparable, una bendición. Moreno es un maestro de la intensidad de lo sentido y la delgadez del verso, un poeta meditativo y depurado pero, sobre todo, cercano, que alienta y emociona, como lo hace en este fragmento del poema titulado Intervalo:

No pretendo llegar a ningún sitio,
y sin embargo escribo cada noche.
Decir es dirigirse a algún lugar,
marchar a alguna parte, a un destino
al que uno se encamina con palabras
crecidas, luminosas como el cielo
de originaria y blanca luz nocturna.
Mi meta no es llegar, pues, sino ir
no sé adónde, cuando se extingue el día...

El viaje de la luz es un libro intenso y conmovedor que cayó en mis manos como maná del cielo, tras coincidir una mañana de agosto, en mi librería habitual, con José Mateos, poeta amigo y notable aforista, que me lo recomendó con la generosidad sentida de su alma lectora. Gracias, Pepín.

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