Con
El balcón en invierno
(Tusquets,
2014) esa sensación se acrecienta, porque en esta
ocasión el escritor extremeño se presenta con un hermoso relato
autobiográfico para contarnos cómo el hijo de un campesino resurge
y se convierte en escritor, una metamorfosis complicada para un joven
díscolo que detesta convertirse en abogado para disgusto de un padre
exigente que se empeñó mientras pudo en la tarea de lograr que su
vástago fuera un hombre de provecho.
Landero
ha escrito una novela que acredita su solvencia como narrador y, en
este caso, sobreponiéndose al desengaño de una incipiente novela
fallida que le conduce al cauce de otra novela que, como subraya el
propio escritor, no tuvo que ir a buscarla, le salió del corazón
porque todo estaba en su memoria, esperando el resurgir. De un atasco
narrativo, de una novela de jubilado que llevaba entre manos, Landero
aflora otra historia natural de su pasado que, tengo que confesarlo,
encandila por su tono contenido y su excelente prosa.
El
balcón en invierno es una
novela de hechos verídicos que depara en una crónica familiar bella
y libresca, estructura en dieciocho capítulos que saltan en el
tiempo, desde los orígenes en el campo del narrador, hasta la
decisión de dedicarse a escribir a sus veintiún años, gracias al
logro azaroso del descubrimiento de la literatura. Cuenta Luis
Landero que, a pesar de
que en la casa de sus padres la presencia de los libros era
inexistente, muchas narraciones orales de su abuela Francisca,
pastora analfabeta, le contagió el germen de la fantasía y el gusto
por el lenguaje. De ese asombro,
resalta, salí pertrechado para ser escritor.
Por los derroteros de la memoria, del autoexamen y de la confesión,
el narrador nos asombra con sus vaivenes laborales: mozo de
ultramarinos, empleado en un taller mecánico, oficinista en una
fábrica de leche y artista de la guitarra; todo esto, antes de
dedicarse a la enseñanza y abrazar su verdadera vocación: la
literatura.
Desde
el barandal de un balcón, la mirada tiene otra perspectiva. Cuando
te asomas, la vida recobra detalles que sirven al narrador para
pintarnos un fresco colorista y melancólico de su pasado y del
presente, sobrepuesto a una crisis de bloqueo creativo, como si la
vida y la literatura se fusionaran en un solo espíritu. Este libro
último de Landero
forma parte de su producción más literaria y el mérito radica en
su magisterio estilístico, servido con emoción atemperada y con los
ingredientes de humor y melancolía justos para que la trama
narrativa conduzca al lector, sin sobresaltos, por ese mundo
novelesco que el narrador exhibe.
Luis
Landero ha escrito una
novela hipnótica, nacida desde el corazón y con la sutileza de
tratar de que ese “yo” no se note demasiado, con la maestría de
narrar pasajes calcados de la propia historia y otros reconstruidos
desde la evocación y la memoria; un libro delicioso que festeja la
nueva etapa de jubilación de su autor y que se aúpa brillantemente
entre lo mejor de su cosecha.
En resumidas cuentas, El balcón en invierno
es una epifanía literaria que no hay que dejar pasar en vano y que
viene a decirnos que contar da sentido a la vida, y mucho más cuando
se trata de asuntos propios tan bien escritos como los que atesoran
sus páginas.
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