Un
buen principio de un libro debe tener la fuerza de un hacha bien
arrojada y la voluntad de un apache: ser capaz de empujar a la novela
a su mejor destino, y caer con la brutalidad de un zarpazo en el
pecho del lector. Con El país del dinero (Algaida,
2012), Pedro Ugarte (Bilbao, 1963) cumple con este requisito
imprescindible para atrapar sin demora al lector y, como buen
guerrerero de las letras, da su primer golpe de efecto con un
arranque donde los enredos del amor tienen su analogía con el dinero
porque marcan su precio e irremediablemente el pago por ello.
Cuando
el escritor vasco acechó la idea de escribir una novela sobre los
negocios inmobiliarios, acababa de publicar Casi inocentes
(2004). Eran tiempos de bonanza económica y todavía subyacía en la
sociedad el boom de la construcción, ese camino engañoso hacia una
vida mejor que arrastró a tantos ingenuos y codiciosos en igual
proporción, sin atisbo de que todo se derrumbaría de manera
fulminante después. Confiesa Pedro Ugarte que cuando en 2008 apareció la novela de Isaac Rosas, El país del
miedo, le dio mucha rabia porque barajaba ese título, aunque
El país del dinero, ganadora del V Premio Logroño
de Novela, en verdad, ya llevaba el miedo intrínseco en el
título.
El
país del dinero es una historia cargada de reflexiones que
desgrana algunas claves de la codicia y además narra un trasunto
amoroso protagonizado por Simón López de Chávarri, un descendiente
de una familia adinerada e industrial de Vizcaya, su amigo Jorge,
abogado, nacido en una familia pudiente, pero venida a menos, y una
amiga de ambos, Sharon, mujer frágil y vulnerable que esconde un
terrible secreto familiar. Simón y Jorge se enfrascan en una
aventura empresarial donde los chanchullos inmobiliarios y los amaños
políticos en recalificaciones del suelo se suceden impunemente,
hasta que se pincha la burbuja y los destinos de ambos cambian
drásticamente.
Esta
novela de Pedro Ugarte, narrada en primera persona por Jorge,
un anclaje utilizado por el escritor bilbaíno en otras novelas suyas
y en muchos otros cuentos, presenta equidistancias entre otros
protagonistas literarios precedentes como Rubén Bertomeu, personaje
de la novela Crematorio, de Rafael
Chirbes, un especulador ominoso, cínico e implacable, o
como John Self aquel antihéroe adictivo de la novela de Martin
Amis, Dinero, un hombre cegado por su codicia. El
Jorge de El país del dinero es un prototipo de hombre
ambicioso y sentimental que tiene
sus límites, menos nocivo y corrosivo que tipos como Self y Bertomeu, insaciables y sin escrúpulos.
El
germen de esta obra de Ugarte hay que buscarlo en la obsesión
por el enriquecimiento. El dinero representa un papel alegórico como
modelo y cauce del comportamiento de las personas, más allá de la
vida sentimental. El país del dinero, por otra parte,
concita a reflexionar sobre la realidad política de España. Quiero
sospechar que el relato del escritor vizcaíno deja algunos cabos
sueltos para que el lector reescriba lo que proceda acerca de las
razones magnéticas y perniciosas del dinero, porque a lo mejor
resuelve lo mismo que subrayó Dostoievski: “el dinero lo es
todo”.
El
país del dinero es una metáfora social, una tentativa
literaria de narrar la podredumbre del dinero, sus alianzas
insospechadas, su fatalidad. Pedro Ugarte ha escrito una
novela decorosa y amena, de prosa ágil y ritmo galopante que
evidencia sus buenas dotes de narrador curtido, un libro que contiene
meritorias páginas reflexivas y lúcidas cuyas resonancias morales
se hacen eco en la actualidad política de nuestro país, un texto
publicado hace dos años que sigue dando pistas sobre la trama oculta
del dinero ilícito y que confirma que no hay riqueza inocente
posible.
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