El
tren ha dado siempre mucho juego a la literatura y al cine. Por
ejemplo, muchos pasajes escritos por Azorín
transcurren entre raíles castellanos. El amor y la tragedia en Ana
Karenina tienen mucho que
ver con la fuerza arrolladora de una locomotora. En la intrigante
novela Extraños en un tren,
de Patricia Highsmith,
el vértigo narrativo se acopla a la misma velocidad del tren. En la
película Doctor Zivago
nadie olvida esa trepidante travesía ferroviaria por las estepas
rusas cargada de revolución bolchevique... Las historias que han
nacido sobre los raíles de este estirado y enigmático vehículo son
casi infinitas. El tren permite que los viajeros coloquen su alma
entre el equipaje y la conversación. A bordo, además, los pasajeros
cruzan sus miradas, propician encuentros y hasta puede que salten
entre ellos extrañas aventuras.
El
joven escritor chileno Gonzalo Maier (Talcahuano,
1981) vive en Holanda y viaja con frecuencia a Bélgica. Ese trasiego
de un país a otro, entre la ciudad de Nimega y Lovaina lo ha hecho
cientos de veces, de manera que en ese vaivén viajero ha querido
establecer un material literario, a modo de dietario, de lo que va
surgiendo en sus repetidos trayectos o lo que le pasa por su cabeza
entre una estación y otra. Viene a decirnos que el tren también
invita a la pausa y al diálogo interior.
Material rodante
(Minúscula, 2015) es un librito fragmentario, ameno y reflexivo que
condensa, en apenas cien páginas, la experiencia de un viajero de
tren de cercanías. Maier
no necesita fingir en lo que nos cuenta porque habla de sí mismo, de
su condición de viajero y afirma: “En
los viajes, por más que los haya repetido mil veces, uno siempre
esconde la fantasía de que no solo el paisaje será nuevo, sino la
gente y en una de esas uno mismo”,
(pág. 11). Y en un par de páginas más adelante cita al poeta
Joseph Brodsky que
decía que “el
mimetismo es la moneda más preciada de todo viajero”,
para, de esta manera, acentuar ese carácter tan propio de quien
viaja con frecuencia en tren.
Gonzalo Maier
se rebela contra los tiempos muertos que se repiten en los andenes y
en los trayectos, y nos dice que, para hacer frente a esa burla
insoportable, lo mejor es responder con el caudal de la vida, con
toda esa cantidad de aventuras mínimas a nuestro alcance, capaz de
desafiar la rutina y el tedio. Por las páginas de Material
rodante irán apareciendo
pasajes fragmentarios en los que el escritor sudamericano nos hablará
de asuntos literarios, de usos y costumbres de los holandeses y de
los belgas, de las manías de los revisores, de la equidistancia
entre las experiencias vividas y las sentidas con la lectura de los
libros, de una araucaria perdida en Holanda procedente de Chile, de
la desesperación ante la espera imprevista, del síndrome de
Stendhal, de no
dormir en el tren, de Agatha Christie,
de Paul Auster, de
Georges Perec... “El
aburrimiento –subraya–
merece más luces. Al
menos en estos apuntes en donde cada espacio en blanco vale como un
bostezo”.
Maier
confiesa que toda rutina tiene un reverso al alcance de aquellos que
no se conforman con lo irrelevante de toda repetición y aspiran a
darle la vuelta al asunto abriendo sus mentes y jugando, a modo de
pasatiempo, a despertar el ingenio y desbaratar la anodina repetición
del día a día. Todo lo que discurre por este dietario rodante es lo
más parecido a una guía de viaje interior, una especie de kit
de supervivencia, escrito con humor e ironía, indagando en el
verdadero valor del silencio para combatir los tiempos muertos de las
esperas.
Material rodante
es una especie de propuesta literaria en tránsito, en ruta, una
crónica viajera ininterrumpida, por donde transcurren las
inquietudes, vicisitudes y contradicciones del pensamiento y el modus
vivendi de su creador.
Gonzalo Maier
ha firmado una miniatura literaria verdaderamente hermosa, un texto
autobiográfico sobre su experiencia de viajar en tren, provista del
detalle de la observación, la anécdota minúscula y la pausa
reflexiva.
De
vez en cuando necesitamos libros diferentes y curiosos, como este, un
librito de prosa cuidada, divertido, amable y con alma viajera que se
lee en una respiración, un tiempo mínimo en el que cabe preguntarse
qué habría sido de nosotros si hubiéramos dejado pasar este tren.
[Reseña núm. 256]
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