Marcus van
Vaerneiwijck, historiador de
Gante del siglo XVI, se refería a el Bosco
como “el creador de demonios”. No era el único experto en la
obra pictórica del flamenco que consideró y ensalzó la
originalidad del pintor de 's-Hertogenbosch (Bois-le-Duc o Bolduque, en castellano), Holanda, seguramente, el
artista de su tiempo más famoso y estrambótico en sus creaciones
que gozó de fama mundial, aún en vida. Incluso, después de su
muerte, sus obras continuaron siendo un objetivo prioritario en las
agendas de los coleccionistas más avezados de Europa.
Muchos
escritores y artistas profesaron una admiración inquebrantable a su
obra, y algunos de ellos dejaron testimonios sobre la importancia del
pintor en sus propias creaciones. Quevedo,
por ejemplo, en sus Sueños y discursos,
identificaba a el Bosco
con visiones y pesadillas. Alberti,
pintor frustrado, homenajea en su libro A la pintura
al artista holandés dedicándole un poema simbólico a su obra
pictórica. Susan Sontag,
por otro lado, en su ensayo Contra la interpretación,
decía que este increíble pintor se había convertido en un artista
alrededor del cual han surgido complejas interpretaciones difíciles
de esquivar. Para Breton
y Dalí, el Bosco
es un adelantado del surrealismo.
El
sello Alianza Editorial acaba de publicar un
interesante libro de Nils Büttner
(Bremen, Alemania, 1967), profesor de Historia del Arte de la
Academia Estatal de Stuttgart, bajo el título Hieronymus
Bosch “El Bosco". Visiones y pesadillas,
un texto que aporta nuevas luces a la vida y obra de este
extraordinario artista, que todavía sigue creando pasión y asombro
entre los expertos y el público en general que se plantan delante de
sus cuadros, no sólo para contemplar su pintura, sino para leer lo
representado en sus célebres trípticos y dirimir sus fantasías.
El
autor arma un texto bien estructurado, en diez capítulos que abordan
la vida y trabajos del artista, la trayectoria y la evolución de su
estilo, además de trazar el perfil de su carácter y de sus
relaciones personales, así como la repercusión cultural que propició
su obra. En realidad, el libro está concebido como una guía de
lectura pensada para un lector curioso y entusiasta de la pintura del
flamenco, más que para uno erudito y experto, un objetivo bien
calculado que nos permite disfrutarlo gracias a su amenidad
expositiva, frescura y a las amplias y cuidadas ilustraciones a
color, así como a las muchas y significativas notas que se añaden
al final del mismo.
Büttner
subraya que el talento y la rareza del Bosco
es todo un paradigma en la cultura de su época y en la pintura
flamenca. Todavía hoy, a pesar de su anacronismo, es un pintor
admirado por su imaginario narrativo y por ser, según los
entendidos, un adelantado del surrealismo o del psicoanálisis. La
inmensa capacidad del artista, experimentada con esa técnica
pictórica que trata con sutil fantasía en sus cuadros, alcanza su
plenitud y su mayor trascendencia con El
Jardín de las delicias,
su obra cumbre. El Museo del Prado alberga también otras obras
capitales del maestro holandés, como La
Adoración de los Reyes Magos
y El Carro de heno,
dos trípticos igualmente extraordinarios e inigualables, que siguen
encandilando al espectador.
El Bosco
sigue vigente, sus pulsiones, sus misterios y el interior de sus
figuras reflejan el espíritu de una época medieval oscurantista en
la que pocos entendían. Es un artista que transgrede y, aunque todo
lo que hace le llega por encargo, transmite algo más, otra visión,
otra manera de interpretar el credo reinante. Nada tiene que ver con
los cánones renacentistas de sus contemporáneos, Leonardo
o Durero. Para él,
el rigor de la proporcionalidad, su geometría y el culto al retrato
no cuentan. Le gusta romper esquemas y narrar con el pincel la
conciencia terrenal, el castigo y la posibilidad de salvación.
Dibuja y plasma en la tabla el caos más espantoso y desconcertante,
recrea lo grotesco del mundo terrenal amenazado por los excesos del
pecado. Era eclesiástico, aunque casado y, a diferencia de un cura o
diácono, sin la exigencia del celibato, lucía una
tonsura en la cabeza para mostrar que era un hombre temeroso de dios. Su visión teológica del mundo sorprendía a propios y extraños.
Para
el Bosco, el espacio
pictórico no es un fragmento de la realidad, según nos hace ver
Büttner, sino un
escenario de fuerte carga simbólica y reflexión moral en el que
tiene lugar una acción, sujeta a todo tipo de tentaciones y donde la
existencia terrenal pasa por ser un camino de espinas.
No
cabe lectura retórica en este interesantísimo libro del profesor
germano, y eso no quiere decir que un personaje como el Bosco,
cercano a Erasmo, no
concite a otras interpretaciones sobre la trascendencia de su
pintura, más allá de su técnica y estilo. Lo que el autor de este
texto requiere del lector y espectador de la obra de este genio es
una mirada histórica de la época en que fueron creadas sus obras,
la significación simbólica y humanística de sus cuadros, en aquel
contexto en el que el arte tenía un sentido evangélico, profético
y supersticioso.
Ahora
que se celebra el quinto centenario de la muerte del gran maestro
flamenco, el Museo del Prado ofrece una magna exposición de su obra,
una oportunidad inmejorable para contemplar y disfrutar del legado
histórico de uno de los grandes artistas del Renacimiento. Este
libro es todo un aperitivo que incita a no renunciar a ello.
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