Siempre
nos contamos una historia. Nos movemos en la ficción de ser y no
ser. Nos apañamos con la inventiva que otorga esa verdad emocional
que siempre va con nosotros a todos lados. Dice J.M.
Coetzee que “cuando nos
inventamos nuestra autobiografía estamos ejerciendo la misma
libertad que tenemos en los sueños, donde imponemos sobre los
elementos de una realidad recordada una forma narrativa que es
nuestra, por mucho que esté influida por fuerzas que apenas
entendemos”. La lección, según se deriva de lo expuesto, es que
no podemos escapar del pasado, ni somos libres de reinventarnos.
El
nuevo libro de la escritora francesa Delphine De Vigan
( Boulogne-Billancourt, 1966), Basada en hechos reales
(Anagrama, 2016), bajo la traducción de Javier Albiñana,
viene a constatar lo dicho anteriormente por el escritor sudafricano,
incluso abundando en la idea de que la novela como género parece
tener un interés fundamental en afirmar que las cosas no son lo que
parecen, que nuestras vidas aparentes no son nuestras vidas reales.
Queda claro que el lector que se sumerja en esta novela descubrirá,
como diría Nietzsche,
que ningún artista soporta la realidad. De ahí que uno de los
debates más candentes hoy en día en los círculos literarios se
ciña sobre los límites de la ficción. Quizás seguir discutiendo
sobre la realidad y la invención conduzca a un terreno pedregoso y
resbaladizo si ignoramos que toda historia contada se habilita por
medio de un lenguaje creativo que genera ficción por sí mismo, por
el solo hecho de juntar palabras.
Precisamente,
Basado en hechos reales
se implica de lleno en el asunto de la autoficción hasta inmolarse.
La novela de De Vigan
arranca tras un periodo creativo estéril por el que atraviesa la
escritora, como afirma la narradora, su alter ego, en la primera
frase del libro: “Pocos meses después de que apareciera mi última
novela, dejé de escribir”. La novelista se refiere a un paréntesis
de laxitud y desgana que le sobrevivo tras el éxito de Nada
se opone a la noche (2012),
un tiempo incómodo a causa del aluvión de críticas que le llegaron
desde muchos frentes, motivado por el retrato perturbador y brutal
que la autora hizo de su madre y de su familia, un relato calificado
por muchos de despiadado y reprobable.
La
narradora, que lleva el mismo nombre que la autora, su mismo oficio y
también la misma sequía creadora, conoce a una agradable admiradora
suya en un bolo literario. Este encuentro, aparentemente fortuito,
conformará el inicio de una relación de amistad que promete
continuidad. La vida personal y artística de ambas, dos almas
aferradas a la escritura y al mismo mundo circundante que las oprime
en sus respectivas carreras, darán cuenta del estado de ánimo y de
la crisis existencial que sobrellevan como almas gemelas. A partir de
aquí, la relación de estos dos personajes se estrecha cada vez más
hasta alcanzar unas cotas de intriga y desasosiego que pondrán en
peligro su futuro, como ya se anuncia en las primeras páginas del
libro. La entrada en escena de L., la amiga de la que solo conocemos
la inicial de su nombre, una mujer culta, delicada y sofisticada
desquiciará por completo a la escritora, hasta absorber
insidiosamente su vida diaria.
Escrita
con esa fuerza que imprime al texto la voz narrativa en primera
persona, el lector se deja llevar, incluso con la sensación
embarazosa de ser testigo del desgaste de una relación punzante y
angustiosa en la que nada parece demasiado disfrazado, pero sí
bastante inquietante e incierto. La novela permite varios niveles de
lectura, ya que a la vez que contiene una absorbente y entretenida
trama en clave de intriga, invita a ir más allá de la mera ficción
para explorar la pugna y el juego entre realidad y ficción que
aflora en los diálogos, cuestiones metaliterarias que están muy
presentes en las intervenciones de sus protagonistas a lo largo de
todo el texto.
Basa en hechos
reales posee esa atmósfera
frágil e inestable que subyuga. De Vigan
ha escrito una novela intensa, opresiva y eficaz para atrapar al
lector con un relato perturbador de suspense psicológico, que mira
al abismo de la realidad y de la ficción, que reflexiona sobre el
poder de la literatura. Mucha gente, como dice la narradora, sabe que
nada de lo que escriben los escritores les es del todo ajeno. Saben
que hay un hilo conductor, algún motivo que los vincula a la
historia que se cuenta. Pero aceptan que se trastoque, que se
condense, que el texto se disfrace, o sea, que se reinvente, nos
dice. Y en eso estamos de acuerdo. Puede que las historias que nos
contamos sobre nosotros mismos no sean verdad, como también subraya
Coetzee, pero son lo
único que tenemos.
Delphine De Vigan,
de la misma manera, ha querido plasmarlo así en otra de sus
historias, con esta estupenda novela en la que se sopesa la realidad
y la ficción, un trasunto que alcanza el interés del lector
dispuesto a dejarse llevar por la propia experiencia y por la deriva
de una historia angustiosa que explora la vida como sustancia
literaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario