viernes, 14 de septiembre de 2018

La línea del tiempo


Uno tiene la sensación de que la novela de hoy ha dejado la senda de la exigencia para ponerla en manos del cuento. Muchos novelistas parece que preparan un guion en el que se prefija un argumento con su trama a los que siguen sin desvíos. ¿Dónde están aquellos novelistas que arriesgaron el favor de una masa de lectores y pusieron todo su quehacer en manos de un estilo, de un lenguaje propio y de un compromiso con la Literatura? El éxito inmediato y las ventas han eclipsado lo que antes fuera la función que más caracteriza al escritor moderno, la autoexigencia, nunca la complacencia. Hay que decir que, cuando se lee una novela de las muchas que se publican hoy en día, el lector tiene la sensación de estar leyendo a autores encasillados en el siglo XIX.

El libro es una industria, y las grandes editoriales solo están interesadas en la rentabilidad de sus publicaciones. No importa si la propuesta de un escritor que empieza es digna y merece editarse. Esta labor, de dudoso alcance, suele dejarse en manos de las pequeñas editoriales y, la mayoría de las veces, en la autoedición o, simplemente, olvidada en un archivo de un disco duro. Hoy el consumo y las prisas por lo exitoso e inmediato es el objetivo del sistema y, por tanto, el libro también ha sido presa de ese mismo objetivo. Los premios literarios se conceden de antemano a un autor que trabaja en televisión, a un periodista mediático o a un escritor de una obra exitosa, ya hecha, que con la novela premiada poco aportará al panorama literario, pero que augura buenas ventas.

Todo lo dicho viene a poner en valor la novela Minä, de Juana Márquez (Madrid, 1972), que obtuvo el XI Premio Literario Ediciones Oblicuas de 2017, publicada en abril de este año y que confirma la independencia a la hora de conceder un premio sin plegarse a ninguna exigencia comercial. Se trata de una autora con obra publicada, pero de escasa trascendencia en el mundo de la edición, alejada del mundillo literario más publicitado, licenciada en Matemáticas y profesora de instituto, que también compagina con la de profesora de la Escuela de Escritores de Madrid y de Escritura Creativa en la Universidad de Alcalá de Henares.

Minä es una obra de prosa cuidada y desnuda, pero tan ambiciosa en su estructura como exigente, que llegó a mis manos impensadamente y que merece que se le dé la visibilidad que le corresponde por méritos propios. La novela adopta desde el principio un monólogo interior y el único afán de su protagonista es seguir hablando, aunque sea por boca de otros, con el fin de sobrellevar su pasado y su impetuosa urgencia de ganarle la partida al silencio que apenas soporta. La historia comienza cuando su protagonista, que pone título a la novela, una chica adolescente, acaba de recibir la noticia de la pérdida de su madre. El amante de esta, Outo, está hospitalizado y la joven huérfana se ve obligada a vivir con Bruder, su hermano pequeño y con Ruka, hermana de Outo.

A partir de aquí, la chica va tomando la voz de varios personajes de su entorno para que nos vayamos adentrando en el mundo de sus cavilaciones y dudas, en aquello que la inquieta y, a su vez, la paraliza, en la inmediatez de lo que se mueve a su alrededor, en la visión del inmenso vacío que tiene ante sus ojos.

Sutilmente, a medida que vamos avanzando en la lectura de la novela se nos va mostrando el mundo de la adolescencia más desprotegida en un barrio periférico de condición obrera de una ciudad innominada. Minä se encuentra hablando ante un espejo fingido en el que se refleja la voz de los otros. Asistimos a su ambigua relación con Kelias, su profesor de matemáticas que le asienta reflexiones sobre el valor de la acción en la vida: “Son los pies –le dice–, nuestros pies son los que mandan sobre todos nosotros, la inducción de los pasos, uno que lleva al siguiente, el siguiente al siguiente”. La sexualidad, todavía incipiente, va aflorando entre esta y sus amigas, el coqueteo con la droga, todavía solo llega a ser pegamento, y su relación velada con las personas mayores son precarias.

En toda la obra hay una alusión insistente y simbólica a los dos caminos que se le abren a Minä: “el Concurso” y “el Ingreso”, como pórticos de un examen que tiene que superar. Se entiende que el primero es como un acceso al triunfo por la vía rápida, concurso de belleza, vida de modelo, puerta abierta a la prostitución..., y el ingreso una apuesta, un esfuerzo por el futuro.

Y como elemento que puede inclinar la balanza de la protagonista está la alusión constante a su capacidad para las matemáticas. El único que le da aliento y cariño es su profesor que la anima a presentarse al examen que, de aprobarlo, le abrirá un porvenir.

Minä es una novela arriesgada y experimental, escrita en segunda persona, en la que afloran las relaciones binarias en el seno familiar y el peso de la infancia, una historia que transita por la línea del tiempo para escrutar lo que podría haber sido de otra manera, como si a lo predestinado, que viene de lejos, la verdad nos obligue a desatarlo. Una propuesta valiente y nada convencional.

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