Uno
tiene la sensación de que la novela de hoy ha dejado la senda de la
exigencia para ponerla en manos del cuento. Muchos novelistas parece
que preparan un guion en el que se prefija un argumento con su trama
a los que siguen sin desvíos. ¿Dónde están aquellos novelistas
que arriesgaron el favor de una masa de lectores y pusieron todo su
quehacer en manos de un estilo, de un lenguaje propio y de un
compromiso con la Literatura? El éxito inmediato y las ventas han
eclipsado lo que antes fuera la función que más caracteriza al
escritor moderno, la autoexigencia, nunca la complacencia. Hay que
decir que, cuando se lee una novela de las muchas que se publican hoy
en día, el lector tiene la sensación de estar leyendo a autores
encasillados en el siglo XIX.
El
libro es una industria, y las grandes editoriales solo están
interesadas en la rentabilidad de sus publicaciones. No importa si la
propuesta de un escritor que empieza es digna y merece editarse. Esta
labor, de dudoso alcance, suele dejarse en manos de las pequeñas
editoriales y, la mayoría de las veces, en la autoedición o,
simplemente, olvidada en un archivo de un disco duro. Hoy el consumo
y las prisas por lo exitoso e inmediato es el objetivo del sistema y,
por tanto, el libro también ha sido presa de ese mismo objetivo. Los
premios literarios se conceden de antemano a un autor que trabaja en
televisión, a un periodista mediático o a un escritor de una obra
exitosa, ya hecha, que con la novela premiada poco aportará al
panorama literario, pero que augura buenas ventas.
Todo
lo dicho viene a poner en valor la novela Minä,
de Juana Márquez
(Madrid, 1972), que obtuvo el XI Premio Literario Ediciones Oblicuas
de 2017, publicada en abril de este año y que confirma la
independencia a la hora de conceder un premio sin plegarse a ninguna
exigencia comercial. Se trata de una autora con obra publicada, pero
de escasa trascendencia en el mundo de la edición, alejada del
mundillo literario más publicitado, licenciada en Matemáticas y
profesora de instituto, que también compagina con la de profesora de
la Escuela de Escritores de Madrid y de Escritura Creativa en la
Universidad de Alcalá de Henares.
Minä
es una obra de prosa cuidada y desnuda, pero tan ambiciosa en su
estructura como exigente, que llegó a mis manos impensadamente y que
merece que se le dé la visibilidad que le corresponde por méritos
propios. La novela adopta desde el principio un monólogo interior y
el único afán de su protagonista es seguir hablando, aunque sea por
boca de otros, con el fin de sobrellevar su pasado y su impetuosa
urgencia de ganarle la partida al silencio que apenas soporta. La
historia comienza cuando su protagonista, que pone título a la
novela, una chica adolescente, acaba de recibir la noticia de la
pérdida de su madre. El amante de esta, Outo,
está hospitalizado y la joven huérfana se ve obligada a vivir con
Bruder,
su hermano pequeño y con Ruka,
hermana de Outo.
A
partir de aquí, la chica va tomando la voz de varios personajes de
su entorno para que nos vayamos adentrando en el mundo de sus
cavilaciones y dudas, en aquello que la inquieta y, a su vez, la
paraliza, en la inmediatez de lo que se mueve a su alrededor, en la
visión del inmenso vacío que tiene ante sus ojos.
Sutilmente,
a medida que vamos avanzando en la lectura de la novela se nos va
mostrando el mundo de la adolescencia más desprotegida en un barrio
periférico de condición obrera de una ciudad innominada. Minä
se encuentra hablando ante un espejo fingido en el que se refleja la
voz de los otros. Asistimos a su ambigua relación con Kelias,
su profesor de matemáticas que le asienta reflexiones sobre el valor
de la acción en la vida: “Son los pies –le dice–, nuestros
pies son los que mandan sobre todos nosotros, la inducción de los
pasos, uno que lleva al siguiente, el siguiente al siguiente”. La
sexualidad, todavía incipiente, va aflorando entre esta y sus
amigas, el coqueteo con la droga, todavía solo llega a ser
pegamento, y su relación velada con las personas mayores son
precarias.
En
toda la obra hay una alusión insistente y simbólica a los dos
caminos que se le abren a Minä: “el Concurso” y “el
Ingreso”, como pórticos de un examen que tiene que superar. Se
entiende que el primero es como un acceso al triunfo por la vía
rápida, concurso de belleza, vida de modelo, puerta abierta a la
prostitución..., y el ingreso una apuesta, un esfuerzo por el
futuro.
Y
como elemento que puede inclinar la balanza de la protagonista está
la alusión constante a su capacidad para las matemáticas. El único
que le da aliento y cariño es su profesor que la anima a presentarse
al examen que, de aprobarlo, le abrirá un porvenir.
Minä
es una novela arriesgada y experimental, escrita en segunda persona,
en la que afloran las relaciones binarias en el seno familiar y el
peso de la infancia, una historia que transita por la línea del
tiempo para escrutar lo que podría haber sido de otra manera, como
si a lo predestinado, que viene de lejos, la verdad nos obligue a
desatarlo. Una propuesta valiente y nada convencional.
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