“Como
el protagonista de mi novela anterior, me sentaba a escribir delante
de unas imágenes. En El instante del peligro,
Martín escribía sobre una sombra inmóvil proyectada sobre un muro,
unas imágenes del pasado. Ahora yo me encontraba también ante unas
sombras del pasado. Ecos y fantasmas de un tiempo que se había ido”,
nos cuenta el narrador de El dolor de los demás
(2018) que más adelante percibe cómo la mirada del pasado es capaz
de transformar el presente: “Viajar en el tiempo siempre modifica
las cosas”.
¿Cómo
se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor? Una
buena pregunta para la que Ricardo Piglia en
Los diarios de Emilio Renzi
(2015) tiene esta respuesta: “Un escritor se autodesigna, se
autopropone”. Se trata, según él, de una construcción
deliberada. “No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una
decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una
adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor”. Escribir cambia
sobre todo el modo de leer los libros y la vida, nos viene a decir
Miguel Ángel Hernández
(Murcia, 1977), dando crédito a lo que el escritor argentino otorga
a su oficio de empeño, decisión y contingencias que empujan y
determinan el modo en que el escritor llega a ser, se reconoce y se
da a conocer.
Lo
que se cuenta en Aquí y ahora
(Fórcola, 2019), su nuevo libro, está fechado entre julio de 2016 y
mayo de 2017, implementado con un epílogo que titula El
sentido de un final,
escrito entre julio de 2017 y Enero 2019, es todo un acontecer
sucesivo de escritura, desde el propio hecho de vivir, leer, viajar,
noches de farra, amor e insomnio a través de un diario ágil y
desbordante, escrito en segunda persona, como ya experimentó en sus
dos anteriores entregas, Presente continuo
(2016) y Diario de Ithaca
(2016), pero que en esta ocasión, matiza su autor en el prólogo,
surgió por una especie de pulsión de escribir todo lo que le llevó
a documentar sus iniciativas e indagaciones en el propio proceso de
creación de su novela, El dolor de los demás,
en
la que estaba inmerso. Por lo que la novela en proceso y el diario en
marcha se han abastecido entre sí, hasta el punto de formar parte de
un mismo proyecto literario, “un continuum
entre ambos libros”, en palabras de Hernández.
El
lector asiste a un streptease
de alguien que cuenta con soltura episodios de una vida, la suya y la
de los demás. Pero en este caso, el autor también nos aproxima a la
desnudez de su escritura y a los entresijos del proceso creativo
compartido con los que, por alguna razón, saben en lo que anda
metido. Y en toda esa desazón de conseguir un estado mental para
armar la novela que lleva entre manos, tiene sentido recurrir a lo
que nos decía el recién desaparecido Ferlosio:
“tanto si funda su argumento en sucedidos como si los inventa, la
representación narrativa tendrá siempre idéntico carácter de
ficción”. Desde luego, Hernández
no se aparta de ese apunte ferlosiano. Descubrimos en su diario que
escribir una novela es un ejercicio de incertidumbre y misterio.
Tampoco es esquivo a revelarnos el secreto de su creación literaria
y sus efectos colaterales, secreto que no es otro que insistir en
extraer palabras de ese fondo silencioso en el que la ficción es
ineludible.
“Escribir
siempre cambia la realidad”, leemos en una de las entradas del
libro. Y lo justifica con algo que al lector le consuela: “El autor
nunca se puede quitar de en medio... El autor no puede esconderse. La
vida propia afecta al modo en que percibimos el mundo”. En Aquí
y Ahora
se entrevé esa poética en la que también está presente el
significado de lo que el tiempo aporta a la escritura y de lo que el
tiempo da a la vida. En estos diarios la escritura fluye en un tiempo
continuo que viene del pasado con aspiración de futuro. El presente
de estos textos conforma esa realización del futuro: su novela en
curso. Y esa es la verdadera razón de ser de este diario: el tiempo
de la vida que encarna su proceso y la necesidad de escribir.
Este
es un libro pleno de literatura, un festín jugoso donde se comparte
no solo el vértigo de escribir, sino también el de disfrutar de
libros y autores. “Los libros no son inocuos –escribe en otra de
sus entradas–, actúan en la realidad”. Por aquí están
presentes Vila-Matas,
Carrère,
dos novelistas por los que Hernández
siente admiración, como también lo hace por Chirbes
y muchos otros. Su caudal lector es inagotable. Sabe que leer
aproxima a esa verdad literaria que encierra la existencia: “la
vida, sin duda, tiene la estructura de la ficción”, y que resulta
tan necesaria para seguir escribiendo.
No
me importa repetirme, y lo digo a boca llena: Miguel
Ángel Hernández
pertenece a ese grupo selecto de escritores españoles que gozan de
esa voz propia y arriesgada que tanto gusta a los lectores exigentes,
esa que se encuentra en la senda de la literatura de calidad, esa que
compagina escritura con verdad y vida.
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