El
pensamiento breve y, por ende, el aforismo es un género milenario
que nació con algo de estatuto, de código o, incluso, de principio.
Lo podemos comprobar en las máximas, sentencias y proverbios que ya
comenzaron a proliferar en la época clásica de la mano de filósofos
griegos y latinos. Ha conservado desde sus orígenes la naturaleza
instructiva propia de una escritura deontológica, proclive tanto a
la descripción como a la prescripción de normas y reglas, y nunca
ha dejado de tener cultivadores a lo largo de la historia de la
literatura. El aforismo contemporáneo está alejado en cierta medida
del tono grandilocuente, didáctico y moralista de etapas
anteriores. Pero conviene resaltar que, aunque ha virado, el
compromiso con la reflexión y la verdad, más el añadido del humor,
permanecen, siguen estando en su esencia. En definitiva, como afirman
algunas voces acreditadas, el aforismo es un género fronterizo entre
la poesía y la filosofía.
La
publicación de Suma breve
(Trea, 2018) viene a constatar no solo el argumento que precede, sino
que su autor, Miguel Catalán
(Valencia, 1958), escritor y doctor en filosofía con una tesis sobre
el pragmatismo clásico, pertenece a esa estirpe de hombres de hoy
con el espejo retrovisor bien colocado sobre ese pensamiento clásico
que se sustenta en la concentración conceptual. Entre su obra
literaria destacan las colecciones de aforismos y textos breves,
ahora reunidos en este volumen reciente que abarca toda su producción
desde 2001 a 2018, y, por otra parte, un amplio tratado sobre el
engaño, la impostura y la mentira titulado Seudología,
del cual, y hasta el momento, se ha publicado nueve volúmenes,
acreedores de distintos premios de ensayo.
Los
enunciados breves de los que se ocupa esta reseña comprenden un
mosaico de andanzas y paradojas, textos bienhumorados que comparten
estancia con desolaciones. En su mayoría son textos reflexivos y
filosóficos extraídos de la realidad cotidiana y de propios
pareceres del autor, que corresponden a un hombre atento al devenir
de los días por donde transcurre la paradoja y la perplejidad de
esto que llamamos vida. Sobre la misma base que decía Unamuno,
“nada más fecundo que lo paradójico”, Catalán
escruta sus breverías, y vuelve a reforzar la misma idea, apoyándose
en esta otra de Oscar
Wilde:
“El camino de las paradojas es el camino de la verdad”.
Podemos
afirmar que ante tanta confluencia terminológica y tanto bucle
semántico en torno al aforismo, Catalán
se enfrenta a esta abundancia formal a través de la paradoja, un
campo que encaja con su manera de entender el mundo y este género
literario que para nada se acomoda en un concepto unívoco, y menos
cuando se viene a interpretar lo que se cuece en el interior de uno
mismo y en el acontecer de las cosas, como se aprecia en este
ejemplo: “Hace poco acepté esa creencia tan extendida de que no
conviene hacerse demasiadas ilusiones. Ahora solo me falta acertar
con la dosis”. O en este otro: “Ya está todo escrito, pero de
otra manera”. Tampoco desaprovecha añadir a sus textos más
descriptivos la sorpresa de un atisbo risueño, de una dosis de
humor: “Siempre fue una mujer coqueta. Se estuvo quitando años
hasta llegar a los ochenta; a partir de entonces, empezó a
añadírselos”.
En
cuanto a su composición, Catalán
no se priva de ensanchar el corsé de lo sucinto que encierra el
aforismo. En su confección, cuando es preciso, se amplifica y es,
por tanto, la amplitud del pensamiento la que determina su margen, y
no al revés. A veces, con una sola línea es suficiente, pero en
otras muchas, el párrafo se constituye en elemento defensivo y de
ataque. Para él, el aforismo no es solo un relámpago o un dardo,
también puede ser un trueno extensivo o un juego de razones y
perplejidades, lo que en un campo de batalla sería fuego a
discreción.
En
Suma breve
lo mismo encontramos sutilezas, esbozos o sarcasmos como este: “En
los buenos tiempos soy epicúreo, en los malos, estoicos”, que
amplitud regocijantes en sus reflexiones. Una enorme variedad de
registros en un constante batir de alas. Sus aforismos comparten un
núcleo ético y existencial que se hacen presentes en casi
todas sus epifanías. Todas, bajo el amplio paño que otorga la
paradoja, como impulsión del lugar común, nos viene a decir José
Montoya Sáenz
en el brillante prólogo del libro. La paradoja que se aviene a
examinar lo que sucede con las cosas de la vida y sus
contradicciones, de las que todo sujeto, como aprendiz permanente de
la vida, no se libra.
En
este compendio aforístico, todo es un decir, un aire de pensamientos
y contrasentidos que van implícitos en esa “quemante luz de
verdad” de la que habla su autor, por donde se entrecruzan ingenio
y deber, recogimiento y ventanas al mundo, certezas y equívocos,
lumbres, consuelo y delicias, con mucho humor y sentido crítico.
Miguel Catalán
firma un gran libro que depara una fecunda y gozosa lectura.
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